Existe una pintura de Theodoor Rombouts, pintor barroco que dedicó su vida a pintar músicos y jugadores de cartas, titulada “El charlatán sacamuelas” (1620-1625), en donde retrata esta figura legendaria que deambuló plazas y mercados públicos, hasta principios del siglo XX. En la pintura se observa al sacamuelas en acción, ejerciendo su fuerza sobre la pieza dental de su paciente, sobre una mesa se despliegan sus instrumentos característicos y algunos diplomas, probablemente adulterados, pues la verdadera certificación es el collar de muelas que prende de su cuello. Los futuros clientes, observan el espectáculo y esperan su turno.
El sacamuelas es un personaje típico, se rastrea su presencia al menos desde la Edad Media, es el antecesor del odontólogo contemporáneo, pero podría ser también el antecesor de las técnicas publicitarias (Antonio Lagunas Platero*). Clasificado como un tipo de saltimbanqui, debía subirse a un banco para vender su arte, que no se limitaba tan sólo a la extracción de piezas dentales, comercializaba todo tipo de productos, remedios y tónicos milagrosos, que por supuesto no surtían ningún efecto. El sacamuelas buscaba los lugares concurridos de la ciudad y montaba su espectáculo, acompañado de músicos que lo anunciaban con bombos y platillos, en no pocas ocasiones se asociaba con un bufón que hacía de pregonero, el caso más famoso fue Tabarin, que trabajaba con el doctor Mondor en la Francia del siglo XV. Un buen sacamuelas debía tener capacidad oratoria para envolver a la concurrencia, después de todo, se trataba de un oficio que hacía del dolor un espectáculo, El sacamuelas se vestía como un artista, con vestidos estrafalarios y un sombrero emplumado, como se observa en la pintura de Rombouts.
Esta habilidad de hacer del dolor un espectáculo, parece no haberse extinguido. En un contexto, donde hemos sabido de señales de desnutrición detectados en 19 mil escolares (de acuerdo a artículo publicado por Ciper), donde conocemos historias en donde tres personas se alimentan de una sola pieza de pollo, de familias cocinando sopas de huesos. Parece impropio que la discusión respecto a la urgente ayuda que debe llegar a las familias golpeadas por la crisis, se haya transformado en una discusión semántica. Agolpadas al televisor, esas familias deben descifrar qué es lo que se entiende por mínimo, la pantalla ha reemplazado el entablado de la plaza pública, en donde el curandero prometía extinguir el dolor con sus pócimas milagrosas. El espectáculo ha contado con todas las inflexiones propias de la política, donde los espectadores deben dar por descontado que mínimo es sinónimo de serio, de responsable. Aún así, la clase política no se reprimió la tentación de resumir la discusión en un slogan: los mínimos comunes. Concepto excesivamente esterilizado, para referirse a la discusión sobre la desesperación que viven cientos de familias durante esta pandemia. Lo más bochornoso ha sido el despliegue con bombos y platillos, reuniones, declaraciones de prensa, encuentros casi programáticos, la aparición de Yasna Provoste haciendo llamados de unidad, mientras aparece por primera vez en las encuestas- Pero qué es mínimo, se siguen preguntando esas familias ¿es lo mínimo para sobrevivir o es el mínimo esfuerzo que puede realizarse? ¿Mínimo es sinónimo de poco o de esencial? Aparece ahí la figura del sacamuelas, que utiliza la retórica para confundir y envolver a la audiencia, de ahí el refrán “hablar más que un sacamuelas”. Después de todo este despliegue y discusiones en la oposición, ayer hemos conocido la respuesta del gobierno, que ha decidido tener su propio mínimo común, y entiende por Renta Universal “Un Ingreso Familiar de Emergencia de carácter universal para el 100% de las familias del Registro Social de Hogares”. O sea, algo que no es, pero se parece.
(*) Laguna Platero, Antonio. “Sacamuelas y charlatanes, pioneros de la publicidad y la propaganda”. Dixit n°26. Montevideo 2017.