LA VOZ DE LOS QUE OYEN: ENSAYO SOBRE EL LIBRO EL LENGUAJE DE LOS NUDOS DE DAVID BUSTOS

 

David Bustos piensa que Alejandro Magno hace trampa. Sucede que el héroe, estando en Frigia (región de Anatolia, actual Turquía) debió enfrentar al más célebre de los nudos: el nudo gordiano. La leyenda indica que el rey Gordias, un siglo antes, había atado su carro al templo de Zeus con un nudo imposible, que tenía ambas hebras escondidas, y se creía que quien lo desatara, conquistaría oriente. Fue cuando Alejandro esgrimió su celebre frase “da lo mismo cortar que desatar” y de un certero golpe de espada resolvió su destino. Lo importante de esta historia, que no es más que un comentario en una de las tantas crónicas que componen este bello libro “El Lenguaje de los Nudos” de David Bustos, es que nos da una señal del espíritu que rondará todo el texto ¿Por qué David Bustos considera que Alejandro hace trampa cuando corta? Creo que esa podría ser la pregunta que desnuda o descifra en parte el lenguaje de esta antología de nudos. Me aventuro a proponer una respuesta: David nació en 1972, es decir, nació en la Unidad popular, pero creció en dictadura. Otra posible respuesta sería decir que David es poeta, cuando ensaya y requiere reforzar una idea, no busca la validación en el mundo de la filosofía, prefiere la cadencia de un verso. Se podría decir que cada tema que nos propone a lo largo de sus crónicas es una conversación con otros/as poetas. Entonces, me sigo aventurando, tanto su año de nacimiento, como su oficio de poeta, nos sugiere parcialmente una mirada de mundo. Creo que alguien que vivió conscientemente el periodo dictatorial y que cultiva la poesía, no se inclinaría por una solución salida de la espada. Pertenezco a la misma generación que David, y cortar de golpe o cortar por lo sano, no están en mi lista de soluciones predilectas, creo al igual que David, que Alejandro hizo trampa.

David Bustos abre su álbum de fotos personales y desde ahí propone una conversación con sus lectores, la magia se produce cuando el lector comienza a sentir que, de alguna manera, es parte de aquello que se está narrando, que tiene una opinión. Es ahí cuando el ejercicio de memoria que propone el autor, va desdibujando las fronteras entre lo personal y lo colectivo. “¡Cierto! -Exclamará el/la lector/a, antes se jugaba futbol en la calle”, o la pregunta: “Cuando jugaban futbol en la calle ¿dónde estaban los autos?” Dicha complicidad entre lector y escritor permite que la conversación avance hacia la música, la política, el barrio, sin que se estanque en una comprensión de lo que alguna vez fuimos, sino que se aventure a tratar de asir lo que ahora somos, de la mano de una exquisita técnica narrativa que maneja con simpleza los tiempos, los personajes (si se me permite usar esta expresión en el género de la crónica), atreviéndose incluso a usar a ratos un narrador omnisciente, que sabe lo que piensan o desean los personajes. Todos estos elementos me remiten a las reflexiones realizadas por Walter Benjamin en torno a la experiencia, en el ensayo “Sobre algunos temas de Baudelaire”, desde donde extraeré al menos dos enunciados, el primero relacionado con la distinción entre narración e información:

“La narración no pretende, como la información, comunicar el puro en-sí de lo acaecido, sino que la encarna en la vida del relator, para proporcionar a quienes escuchan lo acaecido como experiencia. Así en lo narrado queda el signo del narrador, como la huella de la mano del alfarero sobre la vasija de arcilla.”

De esta forma, vemos como los elementos narrativos, no solo favorecen la posibilidad de que surja la experiencia, sino que resulta esencial para que esta aparezca, entre el emisor y el receptor. Más adelante, Benjamin plantea:

“Donde hay experiencia en el sentido propio del término, ciertos contenidos del pasado individual entran en conjunción en la memoria con elementos del pasado colectivo”.

Esta es, a mi juicio la mayor fortaleza de David Bustos, que despliega un conjunto de relatos personales, sin convertir al receptor en mero oyente, siendo más bien una especie de médium que despierta esa memoria colectiva. Es, por cierto, el poeta el que murmulla página a página, el que convoca a otras voces para facilitar la experiencia. Se hace común en el texto encontrar frases como: “algunos de los expertos en esto del lenguaje de los nudos son la poeta Cecilia Vicuña y el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson…”, invitando permanentemente a otras voces a participar del diálogo. David baja el volumen de su voz y deja que ingresen otras voces, en su última crónica comenta que otros le hicieron ver que tenía la capacidad de escuchar, y pone esta cualidad en contraposición al padre cabecera de mesa (otra imagen generacional) que no para de hablar y no escucha a nadie, hay que decir que cuando David era niño, seguramente su padre bebía té en una taza más grande que los demás, costumbre que su generación abolió junto al concepto de cabecera cuando tuvo la oportunidad de formar una familia. David cuando escribe busca una transversalidad del lenguaje, parece decirle al lector que si ambos son oyentes se puede conversar:

“Lo más peculiar para alguien que le gusta escuchar quizás sea encontrarse con otro que también disfruta de esa aventura del oído. Alguien que se graduó en esa pedagogía…ambos pasan de inmediato a una conversación a varios escalones de profundidad”.

Entendiendo que la propuesta de David es un ejercicio de memoria, es importante volver a recalcar su acta de nacimiento (1972). Se trata de una generación que creció en dictadura y que durante su juventud presenció el periodo transicional. Seguramente David, durante su adolescencia, cuando esgrimió su primera opinión política, algún adulto le devolvió la demoledora pregunta: ¿Qué edad tenía usted para el golpe de estado? Esa pregunta castradora, que no reconocía a los/as jóvenes como sujeto político, es parte también de la memoria colectiva de esa generación en particular. David hoy contribuye a ponerle voz, a validar la experiencia de una generación a la que sólo se le permitió entrar al estadio en los últimos 15 minutos de partido, a la que luego se le encasilló como la juventud que representaba la apatía política. Esa generación muda que se sintió más libre con Charly García que con Quilapayún, que fue culturalmente obligada a agradecer la democracia vigilada porque era mejor que la dictadura. David en este libro visualiza que hay un trozo de la historia que no ha sido contada, y no es que aborde de manera directa estos procesos, sino que, en cada una de sus historias va apareciendo esta atmósfera, y por supuesto está enraizado en su visión de mundo, al igual que su condición de poeta, que se torna para esa generación en una salvación, en una especie de militancia alternativa. “Y en lugar de los dogmas, surge bueno/ la poesía…” Esa frase de Lihn, cobra mucho sentido en los poetas de la generación de David, que vivieron el derrumbe de los proyectos colectivos, es por todo esto que David no puede evitar ser en sí mismo una polifonía.

Compártelo en:

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *