Séneca me dibuja un ocho entre las patas. Por Juan De Dios Sánchez Jurado

 

Séneca se llama nuestra gata. Mía y del novio. Podría escribir esto en inglés para que él lo entendiera sin traducirlo pero entonces cuál sería la gracia. Lo que hago aquí es cumplir con la labor de un testigo inmigrante que poco puede corroborar. Digo “nuestra gata” por defecto. Esa mala costumbre de asumirnos padre o dueño. Ese tren hay que dejarlo ir. Ya, ya, ya, que nadie administre la vida de nadie. Escribamos nuestro nombre solamente al fondo de papeles que no corroboren nada. Ni siquiera escribamos nuestro nombre. Séneca es una gata callejera. Lo de bautizarla fue solo un capricho. Necesitábamos un nombre para evitar que sin nombre desapareciera. Al novio y a mí nos gustan esos brillos de la rutina que pepitan. Séneca es el nombre de esta calle. Escribo lo que millones de humanes antes que yo grababan en la piedra también para efectos de la memoria. Mi piedra es un celular que tiene una tinta hecha de mi mano. Escribo con esta sensación que me da cuando entre tus algas me trabo. Entre tus algas respiro esta sensación breve, un vocablo sativo. Pilas que esto que quemo aquí son laureles chamánicos. Aquí es un pedacito de calle llamada Willoughby que se cruza con Séneca. Esta es una Nueva York menos pensada. Lo más que me pertenece esta calle es lo mucho que la he caminado. Con cojones. Esta es la calle a la que siempre me dirijo cuando estoy trabao. Con la misma mano escribo y agarro la sustancia que me junta los dedos. Trasmito a la pantalla una estática. Digo que es mío este cruce de calles o mía y del novio esta gata. Las criaturas callejeras desafían las noticias sobre el fantasma. Séneca tiene las paticas blancas y el resto de su existencia es negra felpuda desnuda de hambre. Hambrienta del celo que no podría satisfacer si viviera en un apartamento. La calle más conocida es una isla en la que aprendemos a respirar. ¿Dónde andará la voluntad fiera de toda esa gente con la que traspiro cuando vengo a esta calle? Esto es sólo un juego. Estar trabao y escribir es mi manera de enamorarme. Una cuesta hacia la virtud que termina siendo una catapulta hacia la libertad como la lengua con la que mis más conocidas calles aprendieron a lamerme los talones. Las calles que más los han resistido. El novio y yo tenemos una relación abierta que me sanó por completo de los celos. Ahora que ya no hay tren que nos deje todas las automovilas son fantásticas. Decir que le amo es erótico, político y estético. Espanta al fantasma que dice que no podemos tocarnos. En el celular tengo tres aplicaciones para conocer más gente. Algún día teníamos que oponernos a la experiencia excluyente de la relación monogámica. Le admiro sobre todo por la forma en la que desafiar al poder le calienta la sangre. Bajo esta calle, y esto es una trampa común, hay un núcleo del que brotan los árboles. Así mismo aparecen las letras de esto que escribo desde el fondo de la pantalla. Lo virtual no es más que un bosque en el que todxs nos perdemos. Esto es un parque de piedrecitas que si tuvieran un río encima lo pondrían a ladrar. Una relación dura lo que duramos convencidos de las ficciones que nos contamos. Las ficciones son necesarias para decir que vivimos algo. Una relación es una resta de individuos, una fantasmagoría de proximidad pese a la cual hay un tejido. Esto te lo digo desde algo que alguien más dejó tirado en el suelo. Basura estelar. En pocos lugares nos podemos sentir más seguros que en nuestra calle más coincidida. El fantasma está en las noticias y obliga esta calle al abandono. Las luces del próximo verano están hechas de un helio que nos hizo cantar alguna vez esos pómulos son carne y hueso conocido. Pero yo dije que escribía una tinta hecha de mi mano. Cuántas veces no hemos cometido la delicadeza de pensar. Decimos: Nuestra voluntad es la que echa a andar el universo. Aquí en Willoughby el pavimento resiste la combustión de los caracoles gasolinados. Una malla contiene el llanto sexual de los mapaches. Por lo pronto es marzo y escribo y aspiro el alcaloide común a todas las flores que renuncian al apellido del invierno. No hace falta decir cómo se siente lo que consuela. ¿Cuántas frases subordinadas hacen falta para ser honesto cara a cara? Es por eso, en huida de eso, que escribo esta carta. De vez en cuando me gusta que las cosas se vean en otro reflejo que no sea el espejo. Yo les hablo mucho del novio a los amantes. Cuando me lo preguntan me despacho. Pienso en el novio y me pongo henchido. Séneca se acerca, me pregunta por él y me dibuja un ocho entre las patas. Dice: Ningún domingo dura para siempre. Pregunta: ¿A cuántos fantasmas has salido a darle caza? La vanidad es un montón de vellitos en la frente que nos conectan las cejas. Un pelo nacido del lóbulo de mi oreja pretende confirmarme hace cuántas lunas interrumpimos el calendario. Tengo muy nítido el recuerdo de las veces que he visto sonreír al novio en la playa. En Coney Island, en Canarsie o Rockaways. De repente una publicidad indeseada se apodera de mi pantalla: Sé que esto es el amor dice una aspirante a miss universo en el momento que todos los televisores esperan emocionarse con su perorata. Le doy x al pop-up para librarme de las referencias del capital neoliberal. La planta que ahora engorda su alma en mis pulmones huele donde Séneca cruza Willoughby. Mi planta germinó en una tierra lejos de aquí donde cotiza 3000 veces menos. Yo lo que quiero no es el peso de la planta sino su mareo. Valerosa valeriana. Fumo y una balística sin municiones viene y me atraviesa el cerebro con su bondad. Que en realidad es otorgarle un nacimiento desde el fondo de la tierra que escupe los árboles. ¿Cómo hago para que algo de esto cante la plena de lo que siento? ¿Cuánto va a durarnos este sentir que no queremos que nos vayamos? ¿Este no querer que el hogar de uno sea otro país para el otro? Un país donde esta planta es sagrada siembra. Me espero a decírtelo por escrito sin una jerga cualquiera. Tengo la esperanza de que tu bondad cerebral y la mía se toquen las yemas y las llamas. Algo se sacude en la calle de esta cuarentena para que escriba. Dicen las noticias que la tierra también tiene derecho a sostenernos iracunda. Séneca se nos apareció aquí mismo. Esa noche el novio y yo veníamos agarrados de la mano. Imagínate cuántas de nuestras yemas se tocaban ahí. Una sostenida de piel con piel en que las bacterias se comparten. Con el novio me permití el terror de confundir nuestras secreciones. Mi boca se abrió con confianza para recibir su sílaba. Con él soy un adolescente de 35 años. Una y otra vez un anciano recién nacido. El novio dice que la solución a tanta desigualdad social es eat the rich. Todo esto lo escribo en la pantalla del celular como quien lee el tabaco. Ese momento en que dormimos los dos en la misma cama es tranquilo. Una almohada no es suficiente. Séneca me pregunta: ¿Qué haces aquí escribiendo lengua degenerada? Después dibuja otro ocho entre mis patas y ordena: Sé vulgar y corrupta como la que más. Pero no al estilo de aquellos que viven de la renta. Especular con el precio de la vida obrera que ocurre en sus inmuebles es infame. Me quedo viendo los ojos jaspeados de Séneca y le digo: Yo solo estoy aquí haciéndole demasiadas exigencias al silencio. Si esta quietud interesquinal tuviera un corazón podría reclamarle. Como si el final de esta carta fuera: Durar fugaz y durar eterno son moléculas de la misma sustancia. Tengo nítido el recuerdo de cada vez que he visto al novio hombros cuadrados a la altura de las orejas soplando el humo del frío que le fuma con las manos en los bolsillos. Al fin y al cabo todos algo nos inyectamos. Algo nos comunicamos como la sangre en busca de sus vasos. Somos testigos de los estímulos que nos hacen efecto. Tranquilidad es saber que siempre estaremos abastecidos de la flor que nos mantiene sin rienda los cabales. Fumo de nuevo. El camión de la basura recoge su mercancía. Es la una de la mañana y se supone que no debiera estar aquí para observarlo. La cuarentena acelera la máquina del desperdicio. En las noticias hay un fantasma que dice que debemos quedarnos en casa. Cuando le hablamos a alguien que nos quiere le decimos algo que reciben sus neuronas más ovacionantes. El amor hace que todo sea un adverbio. Toda acción es afectada por alguna hormona a la que le recontrabailan los electrones. Yo también podría irme por esa onda. Quiero no puede ser más yo renuncio. Quiero que quiero sea agregar. Y no darse por importante. Eso sí, gozar. Me pregunto si alguna vez te preguntas qué siento cuando veo tus historias. ¿Por qué siempre que escribo acaba mi lengua en otras lenguas? Qué va a saber uno qué diablos es el amor. A duras penas uno sabe algo sobre su madre. A duras penas uno alcanza a sacarle al padre una respuesta que importe. En español son muy pocas las palabras que sirven para nombrar a un hermano. La sangre llama dice que es candela o fuego. Séneca me dice: ¿A qué latín vulgar debo encomendarme para entender algo de lo que estás diciendo? Con el novio a veces sólo nos juntábamos para bebernos la mecha. Y era una comida deli. Él sabe lo que es escribir una carta con un fueguito adentro. En ningún momento he dicho que eso haya que perdérselo. ¿Por qué no iba a entregarme al delirio que sobre el mundo posa su olfato? Por supuesto que hay una manera más y menos compleja de decir todo esto. Decir vamos a darle átomos al aire sin decir vamos, sin decir darle, sin decir átomos, sin decir aire, sin decir sin, sin decir, sin sin. Y entonces esta carta es una anatomía ajedrezable. A veces simplemente hemos estado ahí en la cama mirando cada uno su internet. Internet es aún más omnívoro que nosotros. Después volvíamos a darnos todas las vulgatas. El novio prefiere que nos llamemos partner. En español le digo novio porque en español el género es una galleta waffer. Hay gente que a uno la pone tan arrecha que solo quisiera intertuaniarse los plexos, hacerse migajas y después decirse chao, si te vi ni me acuerdo. Hay un abismo sabroso al que uno se asoma tirando con una persona de la que no conoce el nombre. El novio y yo algún día tampoco nos conocimos, al siguiente amanecimos besándonos el piercing de la garganta. Y si esto se está volviendo más ajedrezable es por el efecto. Digo todo esto con palabras que en el futuro romperán el coco de la academia. Partner and I are two lesbian robots que se despotrican los alambritos y se aprietan los pezones con un alicate. Internet es más omnívoro que nosotros y no podría entrarle al cuerpo como la cocaína. Una brevedad a la brava de ese talante provocaría una conexión si apenas intermitente. Para ingresar al sistema humano tiene que ser una emoción más suave. Dale de comer al ardor me dijo el novio la primera vez que me revolvió con el dedo. Digo yo en Nueva York no sin una puntica de sonrojo, una nalgada en el ego que me satisface. En Willoughby, además de Séneca, viven un par de querubinas que me saludan desde su jardín cada vez que ando por aquí. Ellas saben que esta es la calle a la que siempre vengo cuando estoy trabao. Las querubinas me halan con el ala o me alan con su hala. Su hala, sí, que es femenina la luz que siluetea sus cabezas en el aire. Por cuenta del fantasma tocarse es un sentimiento amenazado y sin embargo el deseo marica lo desafía. Siempre he escrito como la que al final dice: Sí, quiero. Un deseo plural y por lo tanto imperfecto, o sea, tal como lo deseo. Así hago con todo lo que escribo aquí. Le digo novio y no mi novio, porque no pretendo ser su padre ni el dueño de su tierra. En el mar de las playas donde le he visto sonreír, aprendí a recolectar medusas para después llevarlas a su boca con zumito de limón. Una cantidad innumerable de medusas le puse a paladear en el cielo de la boca y él se las tragaba. Me divierte alojar alguna en ese pedacito de carne con un huequito en la punta que dispara la saliva debajo de la lengua. Desde que aprendí a chuparme los dedos quise saber qué otras cosas encabezarían mi lista de placeres irrenunciables. En Grindr últimamente me llamo oral fixation. Ayer conocí al novio y hoy llevamos juntos varios años. Tenemos una mecánica como la que ejercen los nudillos, abierta como nos dijeron que debe nombrarse la mano cuando estira sus anchas. ¿Cuántas veces digo que tengo hambre en las paredes del recto? El novio dice otras tantas yo también y nos cambiamos. Séneca me dibuja otro ocho entre las patas con toda su cuerpa versátila. Entre esquina y esquina pajarea en silencio un recuerdo más viejo. Las maricas que ya no pudieron decir te amo deben saber que no las olvidamos. En los vértices de esto que escribo se encuentra una sustancia que me armadura. ¿Sabéis cuál es esa sustancia o te lo preguntáis? Por algo vamos por la historia desechando conjugaciones. También deslechando como digo de una manera más bobina. Cuando todo esto pase mi nueva descripción en Grindr será: Siempre duchada y Prep-arada. El novio sabe que de todo esto en algún momento hemos hablado. Es imposible que no tengamos tema. Sólo hasta hace poco empezamos a decir te amo. Tuvimos que meternos una de MDMA para que nos saliera. Ahora desearía simplemente que las ruedas de su bicicleta lo trajeran a esta calle. Darle guardar a esta nota y nunca enviarla. Decir que esto no fue más que poner en práctica las rutinas de la contemplación. Un masturbatorio para acceder a ello a través de lo ociosiable. Lo último que le queda al último rabito de este frío 2020 es intuir en su computación: La primavera es un archivo que se abre. Una flor que como toda flor solo busca un destino: Combustionarse. Una ínfima papila gustativa es la única que puede decir algo efectivo sobre la época. El novio y yo hemos sido de los que se detienen a salvar a un gusano de morir aplastado. En Storm King subimos un gusano al hombro de una de las esculturas para que tuviera una visión más amplia de la vida. Tiempo después lo encontramos en la playa de Rocakways cuando ya era una mariposa. Otra vez estaba a punto de morir. No le pusimos nombre quizá porque no era un mamífero o porque por muchas alas anaranjadas, siempre sería un gusano a punto de morir. Amor debería llamarse ese gusano. Tenía las alas pegachentas y estaba allí, jueputa, a punto de hacer de esa orilla espumosa su última morada. El novio y yo estuvimos ahí para salvarle. Después cada uno se fue a culear con una persona a la que no le sabíamos el nombre y rara vez nos lo contamos. Séneca tuerce su cuerpo para dibujar un ocho más y el roce de su felpa entre mis patas dura eternamente. La promiscuidad es un don, no tengas miedo a oracularte, me dice. Por esta noche el humo que se agota me acompaña a casa. Las noticias sobre el fantasma siguen sucediendo. A la altura de mi nariz tropiezo con un puñado de primavera recién estallada. El fantasma dice que está prohibido tocarnos. Con mayor razón acerco mis mucosas a los pétalos: Aspiro.

 

***Juan de Dios Sánchez Jurado. Nací con los pies sumidos entre el mar y el fango cartagenero dividido por una muralla. En una cama puesta a galopar halada por la cola volví a nacer yegua mecánica en Ridgewood Queens donde actualmente vivo. Me gradué de la maestría de Escritura Creativa en Español en el Yankee Stadium de El Bronx. En El Bronx también he sido profe de español para Heritage Spanish Speakers, una experiencia que terminó de enlo/enri/quecer la lengua con la que me gano la vida. Me identifico como no-ordinario practicante de una escritura empollerada. Dirijo la revista www.cabezadegato.com

 

 

Compártelo en:

1 thought on “Séneca me dibuja un ocho entre las patas. Por Juan De Dios Sánchez Jurado”

  1. me gusto el sentido poético y cómico, el juego con el idioma, todo es muy vital y contemporáneo, lo sentí muy cerca. la relación con el novio hace pensar en las infinitas posibilidades de las relaciones amorosas. hubo frases y escenas que se me quedaron en la cabeza. good stuff!

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *