En Talca, la capital de la Región del Maule, todas las mañanas muy temprano surge en la estación ferroviaria, un pintoresco y singular tren de trocha angosta, su destino, el balneario de Constitución, en el último ramal de la República, un sobreviviente. Doce son las estaciones que recorre en su trayecto, una de ellas es, González Bastías, la cual perpetua el nombre del poeta que dio cuenta en su obra de la comunidad y la vida en torno al Rio Maule y la devastación del llamado progreso para con ese territorio.
El “poeta grillo” como lo llamaron algunos de sus pares, nació en un pueblito llamado Nirivillo el año 1879. Trasladado a Santiago, estudió en el Instituto Nacional y luego ejerció como periodista en algunos medios, sin embargo, su amor por su tierra lo obligó a volver a su casa a orillas del Rio Maule, la cual nunca más abandonó.
Su obra literaria se materializó en cuatro libros publicados: Misas de Primavera en 1911. El poema de las Tierras pobres en 1924. Vera Rústica en 1930 y Del veneno nativo en 1940.
Su libro más conocido “El poema de las tierras Pobres” nos sitúa en un paisaje y una forma de vida arrasada por el paso del tiempo, la canalización del Rio y la construcción e instalación del ferrocarril.
Sobre este libro, el poeta Bernardo González Koppman señaló en un artículo: “Poema señero y paradigmático de la literatura chilena de principios del siglo XX, cuando “la cuestión social” apremiaba y las represiones oligarcas llenaban los caminos rurales y los cementerios clandestinos de animitas y fosas comunes”.
El poeta Jorge González Bastías dejó este mundo en noviembre de 1950, su obra de un alto valor social y estético permanece.
Años atrás un grupo de poetas, entre los cuales se encontraban Teresa Calderón, Tomás Harris, Mauricio Barrientos y Mario Artigas viajaron en este tren para realizar una gran lectura poética en la estación peta González Bastías, un gran homenaje al autor del “poema de las tierras pobres”.
Selección de poemas del libro EL POEMA DE LAS TIERRAS POBRES
LA MISERIA NUEVA
I
Sutil y extrañamente
tengo el ánimo herido,
como si los dolores de otros hombres
en mí se hubieran recogido.
La montaña que baja
a bañarse en el río
muestra un cansancio tan humano,
que pone en el espíritu
un extremecimiento.. ,
Un extremecimiento
Que solamente es el recuerdo vivo
De las viejas leyendas de la sierra,
De los cantos del río,
De una paz, hoy extinta en los senderos,
De una miseria nueva que ha venido.
Un extremecimiento,
Dolor de otros espíritus,
Que flota en la montaña
Y anda por los caminos…
No tiene voz,
Y se oye
En los breñales su alarido.
II
Y es un grito profundo
que se extiende a lo lejos,
que se oculta en las piedras
y tiembla en los esteros.
Una miseria nueva
prendió en las hondonadas y en los cerros,
arrasó los sembrados,
y los rebaños y los huertos.
El pobre se hizo miserable,
el miserable, bandolero!
Hay espanto en los ojos
de los niños labriegos
que oyen a media noche
clamores homicidas en el viento.
Hay espanto en los ojos de las madres
que ya no arrullan con su canto el sueño
del hijo, atormentadas
por la vida sin término.
Hay espanto en los árboles
que ya no sienten el afecto
de aquellas manos buenas que les daban
el agua en cántaros morenos.
III
-Señor!, en este campo
mío yo trabajaba.
Tenía veinte ovejas que eran mías,
y alegre paz en esta casa.
Mira, señor, lo que hay ahora!
No queda nada, nada;
ni fuerzas en mis brazos torpes,
incapaces de una venganza:
No sabe de piedad el hombre
que con su lenta infamia
secó la tierra. Torva pesadilla
me parece la vida. No hay palabras
que digan esta obscura
miseria derramada.
Mira la pobre casa en ruinas.
Mira la esposa antes amada.
Mira los hijos engendrados
por el amor en sus entrañas,
andrajos en que no se puede
formar una conciencia humana!
RECOGIMIENTO
I
Alma mía! cansada
vas entre tanta soledad,
de lo hermoso maravillada,
de lo misérrimo espantada,
a todo ofreciendo piedad.
Piedad a la sierra sombría,
a los caminos, al alcor!
piedad a la montaña umbría,
a su orante melancolía,
a su noche llena de horror.
Piedad a las chozas obscuras,
al hombre, al niño, a la mujer …
a sus calladas desventuras,
a las recónditas ternuras
que las estrellas han de ver.
Alma mía, alma mía,
que como el rudo viento vas
con tu cantar hecho elegía!
cantar, cantar de serranía,
cantar que no oyera jamás,
Cantar de las aguas perdidas
y de los árboles con sed!
de las atormentadas vidas
heridas sobre sus heridas.. .
Cantar de la humilde merced.
Cantar de miserias errantes,
de los recuerdos sin amor,
de las sombras amenazante
que en los recodos más distantes
dejan su rastro de pavor.
Alma mía, sonora!
Que no se apague tu fervor,
Para que pueda, cada hora,
La palabra consoladora
Ser verbo purificador.