* (Parte de mi correspondencia con Sebastián León, Doctor en psicología, psicoterapeuta y escritor).
Sebastián querido. Llevo una semana queriéndote responder, pero el fin del curso que hago de poesía latinoamericana me pilló con trabajos finales, trámites y cierre del ramo. Recién hoy, una semana después, ya me puedo sentar a contestarte tus tres preguntas que intentaré responder como una en tres partes. Lo curioso de todo esto es que el domingo pasado pensé de inmediato en lo que iba a responderte e hice una nota mental, sin embargo, ahora que vuelvo a las preguntas lo que aparece en mi cabeza son palabras absolutamente distintas. Por una parte, me extraña el hecho, pues estos son los temas que ocupan mi vida hace veinte años como tú bien sabes, pero a la vez, y ahora que lo reflexiono, creo que cada respuesta a preguntas sobre la poesía sería efectivamente distinta en el margen de un día a otro, es más, entre un par de horas. Esto de algún modo tiene que ver, creo, porque no es una respuesta sobre la poesía como tal sino sobre las operaciones que uno establece con ella en un momento determinado y bajo un estado de ánimo determinado. Un poema escrito en el amanecer de ayer y en el amanecer de mañana serán absolutamente distintos. Quizá esa distancia entre lo amplio que somos sea una evidencia diminuta de algo que probablemente siempre hemos queriendo dimensionar. No somos los mismos, pero somos lo mismo ante las palabras, en ese contraste de luces y sombras en donde nos reconocemos y no. Tu primera pregunta de si la poesía puede operar como una forma de terapia que ayude a sanar el sufrimiento creo que tiene que ver con todo esto. Evidentemente tú como psicólogo clínico, doctor en psicología y especialista en psicoterapia lo tienes más que claro o quizá llegas a la misma pregunta con herramientas más claras, más precisas, por lo que intentaré ser más bien intuitivo y hacerme esta pregunta desde el lado de allá y de acá. Lo que quiero decirte es que responderé como un poeta sin estar seguro aún a estas alturas de lo que eso se trate. La primera palabra que se me viene a la cabeza es “sí”. La poesía sana el sufrimiento. Lo que no tengo tan claro es el cómo y el por qué. Cuando hago talleres siempre les agradezco y felicito a quienes están frente mío por haber ganado una importante batalla, una lucha a muerte. Les recuerdo que cuando escribimos en la más absoluta soledad nos encontramos con la parte más bella, lo mejor de nosotros, ya sea, musa, muso, luz, el duende como le llamaba García Lorca o como se le quiera decir. Concentramos toda nuestra energía, nuestra atención, nuestros afectos y nuestro cuerpo en ese poema, ese papel, ese documento de Word, en ese bloc de notas del celular. Lo más que podemos dar está ahí. No obstante, también nos enfrentamos a nuestros miedos, pesadillas, traumas, rabia, depresión, todas las ausencias y las heridas que siguen abiertas. El poema es esa pugna y el resultado de esa pugna es la poesía. De todo esto, lo más seguro es que no somos conscientes y ni siquiera lo tenemos claro al momento de cerrar la libreta o apagar el computador. Pero ya luego las cosas no son iguales. Algo cambió, algo salió, algo entró, algo tiene un rostro, una voz, una evidencia. Escribimos porque somos distintos a toda la humanidad y porque moriremos en la indefinición de sopas macrocósmicas de átomos. No hay poeta que no haya visto en una noche todas las noches de su vida del mismo modo en que esos poemas más allá de que sean biográficos o no, están siendo todos los poemas que se leyeron, se escucharon, se imaginaron. Algo de universal hay en todo esto, en la poesía, en la escritura, en la secreta oralidad de cada una de las palabras y probablemente ahí radique la superación del sufrimiento. Otros ya lloraron, otros ya estuvieron de duelo, a otros ya los abandonaron y les hicieron daño. No somos los primeros, pero esos poemas son los primeros para nosotros en decirlo, en expresarlo o en esconderlo que es absolutamente lo mismo. Tu segunda pregunta me sirve para una insistencia. En efecto, todo material es aprovechable para la poesía porque no lloramos en poemas, no nos despedimos en poemas, no nos damos de cabeza contra el mundo con poemas sino con los silencios que hay entre las pocas o muchas palabras que podemos balbucear. Ya sea en un diario de vida, una libreta, en el Facebook, en una servilleta, como indirectas en una tesis o en las conversaciones reales o imaginarias que tenemos con quienes nos rodean o se han ido y no volverán. La escritura es la materia prima de la poesía, pero una sola. La otra es la vida y la gran pregunta de fondo es cuál de las dos es la que vale más. Para algunos esto se trata de poemas, poemas bien escritos, bien redactados, bien corregidos, bien podados; para otros, como a mí, esto se trata de las noches sin dormir detrás de las palabras, las ausencias, lo que no se alcanzó a decir. En un libro mío, perdona lo personal de esta confesión, dejé poemas a medio terminar porque no pude más. Simplemente no pude más. Para mí son los poemas más perfectos que haya escrito porque encarnan absolutamente todo el dolor que sentí en ese momento, pero eso nadie lo sabe y eso los hace doblemente perfectos. No estoy diciendo que haya que vomitar en la poesía, lo que digo es que hay que vomitar en el baño antes de escribir, lavarse la cara, mirarse al espejo y quedarse ahí hasta el amanecer. Ese espejo dejará de reflejarnos y se pondrá blanco como nuestro semblante y al despertar ese espejo será esa página en blanco, ese poema, y no lo recordaremos. En muchas de las locas fiestas de la juventud me quedé encerrado en baños que no conocía mirándome en esos espejos e intentando responderme quién era esa persona. Alguien llegaba a golpear la puerta y me sacaban a tirones, pero yo ya no estaba allí. Y con esto te quiero responder la última pregunta de si el poeta puede llegar a convertirse en un ser iluminado. Yo creo que coincidimos en que la poesía se trata de una experiencia, luego de un pensamiento sobre ella y sobre todo que finalmente termina en palabras. Algunas veces no termina en nada y esos poemas nunca se escriben, pero existen, existieron. De las pocas cosas que estoy convencido es que la poesía tiene un origen extralingüístico, es decir, algo pasa en la realidad, en nuestras vidas, detrás de los ojos, donde no hay lenguaje y nuestro cuerpo reacciona. Yo le digo el “shin” y cuando lo explico hago movimientos extraños porque ni siquiera puedo muy bien enunciarlo. Un árbol que hemos visto durante décadas al pasar por ahí un día nos parece raro, algo sucedió, algo cambió y esa extrañeza, esa experiencia de extrañeza no nos abandona hasta las dos de la mañana que sigue esa imagen en la cabeza hasta que uno prende la luz de la habitación, toma la libreta y algo sale. Nuevamente no estoy diciendo que tenga que ser referencial ni directo, pero esa imagen le habló a otra imagen que no habíamos podido darle forma y color. Quiero entender la iluminación como el momento en que uno se ve en el espejo donde otros también se están viendo y en la secreta posibilidad de que esas morisquetas frente a él sean palabras que esos que se miran puedan descifrar, entender, traducir. Son nuestras ausencias las que hablan, nuestras heridas, lo que no tiene lenguaje hasta que empezamos con la primera letra de ellas. Los fantasmas son los que escriben y toda loca aparición es ganancia. Creo que el, la poeta es alguien que trabaja con la iluminación porque se enciende una luz solo para poder mirar esa oscuridad. Estos últimos meses ha habido varios cortes de energía en mi casa y esas noches para mí han sido, literalmente, de iluminación. Claro que nuestras iluminaciones son con respecto a nuestras noches y cada una de ellas es distinta, única, casi anónima. A veces alguien brilla a lo lejos, al otro extremo del mar, al otro extremo del mundo y eso es una iluminación al leerle. En el fuego hay algo de sagrado y eso no es ninguna novedad, pero la poesía tiene algo de ese fuego y al escribir unos poemas a la luz de esa vela me di cuenta de que eso sagrado también está vivo, tiene una conciencia y el cosmos entero está iluminado por más que solo podamos ver su absoluta oscuridad. Eso es lo que se me ocurre ahora justo que la lámpara ha tenido un par de intermitencias. Quizá de eso se trata esto, de la intermitencia entre todo lo que podemos nombrar y mirar y escuchar, y lo que está más allá. Esa distancia. Sobre esto mismo es que te quiero hacer tres preguntas también. Puede que sean un poco técnicas o ya te las hayan hecho mil veces, pero siento que debo hacerlas. La primera tiene que ver con las preguntas como tal. Para mí, en el hecho de preguntar, como acción misma, abre una cantidad alucinante de información. Desde que alguien piensa una pregunta, la formula en silencio y luego se atreve a plantearla. En términos de lo psíquico o más allá, qué hay en la pregunta que puede crear un universo entre dos personas hablando sobre la hora o si va a llover. La segunda es sobre los mitos. Tengo una secreta sensación de que no hemos salido de los mitos y que nuestras vidas responden a hechos, a viajes que otros ya han hecho y que esos retornos es donde somos cada uno de nosotros. ¿Es posible que lo importante de nuestras vidas esté allá y no acá? La tercera quizá sea una síntesis de las dos anteriores. Para mí, Dios es una pregunta, no una respuesta, y quiero que siga siendo eso. Tal como lo es la poesía, una pregunta, por lo cual seguro no respondí nada. ¿Eso que llamamos Dios es la suma de todo lo humano o sigue de largo en su propio viaje? Entendiendo el viaje como el fin del vacío.
19/07/2020
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No sabía que la etimología de la palabra “preguntar” remite a “sondear la profundidad del mar con un palo”. Ciertamente como dices es sugerente y me parece clave en un punto en que la psicoterapia con la literatura se han encontrado, se encuentran y se encontrarán que es el mar. Siempre he creído que las palabras no son otra cosa que la metáfora del océano. Desde su fondo insondable y caótico, oscuro y sin oxígeno, pero donde hay vida y probablemente donde nació. Desde la belleza apacible de sus olas que chocan contra las rocas y cantan bajo la luz del sol. En esa zona oscura y en ese recorte perfecto del horizonte hay algo que es común al lenguaje. Quiero imaginar un fondo innombrable donde todas las palabras existen en estado posible, pero inalcanzable y que justamente con un palito vamos tentando al azar. Me asusta mencionar el inconsciente con alguien como tú, pero llego a sentir que el océano es el inconsciente de la humanidad y que nuestras tres cuartas partes de agua en el cuerpo que coinciden con las tres cuartas partes del planeta son más que una coincidencia. Un lenguaje desde el fondo del mar al que accedemos solo haciéndole preguntarse por sí mismo. Los poemas son lo que aparece, lo que leemos escrito en la arena, pero no la poesía. Esa incógnita permanece allá donde nuestro concepto de vida no puede acceder, es nuestra parte de secreto, de inalcanzable, de herida, de pregunta, siempre insuficiente como bien dices. Yo nunca he estado en alguna terapia ni siquiera con psicólogo, pero puedo imaginar el valor enorme de una pregunta como si de algún modo fuera el bisturí con el que se va cortando una sombra en láminas. Un trozo del fondo del mar con ese bisturí, con ese palito, con ese lápiz, con un tono de la voz que recuerde las olas y las gaviotas, las fotos viejas en colores chillones y una sensación en la piel. No sé si le pasará a las otras personas, pero los recuerdos de mar siempre son felices, luminosos, de risas y miradas, de algo que se está celebrando como si efectivamente hubiese un dios allí. Sé que esto suena muy playero, pero yo no soy de los que se bañan ni siquiera de los que se sacan la ropa y son felices. Mi alegría es una fantasía que no viví o si la viví no la recuerdo, por eso quizá se me hace como parte de un mito, de una otra vida que uno va creyendo que fue la de uno y puede que no. Sea como sea, entre la poesía y el mar hay un secreto. Me cuentas que para ti el mito es un relato simbólico que da consistencia al colectivo y sí, pero creo que hay más mar en esas palabras. Lo que hace consistente la vida es la vida misma. La conciencia, otra vez palabras que me acompleja usar, justamente pareciese preguntarse de qué se trata todo esto. No hay más verdad que moriremos y todo lo previo es ficción, resistencia, resignación o mar. Se me viene a la mente el mito de Psique atada en una roca en medio del océano en espera a ser devorada por un monstruo debido a su enorme belleza que enfurecía a Afrodita. Su hijo Eros vio a la princesa y con la turbación se pinchó él mismo y la llevó consigo a un paraíso donde se amaban solo de noche porque ella como mortal no podía ver la belleza de un dios. En resumen, ella no respetó su parte del trato y una de esas noches encendió una lámpara de aceite de las que unas gotas quemaron el rostro de Eros. Él se fue y ella lo perdió todo. Tuvo que bajar al Hades en busca de una caja que no debía abrir, pero desobedeció nuevamente. En más resumen, Eros la perdona, también Afrodita y Zeus, y son felices para siempre. Me acordé de esto quizá porque yo leo un tarot mitológico que está basado en personajes y dioses griegos. Allí aparece en una de las series el mito de Eros y Psique que es muy marino, con mucho azul, celeste, abundante agua. Psique es evidentemente el alma y de donde viene la psi que tú tan bien conoces. En el mundo griego es una mariposa, pero también el último hálito que es la vida misma. La mente es una muchacha enamorada, y ya vimos un tanto díscola, que es capaz de llegar al inframundo por una pasión, por una luz y el mito en este caso no es la historia sino esa caja negra. ¿Qué hay allí? Nunca lo sabremos como tampoco conocemos el fondo del mar. Ese vacío, esa parte desconocida es la que nos une y que hace que el mito sobreviva a los monstruos que quieren devorarlo. Pertenecemos a una espera y en ese tiempo por venir que no vendrá es que todo lo humano se encuentra. Bajo un quitasol en una playa o en el Hades dándole un barquillo a Cerbero. El trasfondo de la última respuesta tuya probablemente esté contenida en todo lo anterior. Dios como te decía es una pregunta para mí, una imagen del mar, una mirada al más allá del más allá. Cuando era chico decía que iba a creer en todos los dioses que me dieran felicidad eterna, pero no. Todo lo eterno termina siempre siendo un infierno. Cuando digo dios como pregunta no es que quiera una respuesta. ¿Quién me la daría sino yo mismo? Por ahora creo en un dios que es lo mejor de uno, tal como el daimon socrático o ese dios que está en la etimología de la palabra “entusiasmo”. De fondo el verbo para hablar de dios ni siquiera es creer sino crear que finalmente es lo más divertido que tiene. La metáfora de dios no es otra que la de la creación, ya sea de un castillo de arena o una catedral en París. Se crea algo para que haya algo después de un principio, pero lo mejor de todo es que se crea solo para poder destruirlo. Eso lo hace dios e inmortal. Acá porque somos mortales creamos y para muchos es una forma de eternidad cuadriculada y de 100 hojas con forro. Escribimos para destruir lo que creamos, para despedirnos apenas acabando de llegar. Se huye de las olas saltando hacia las otras más grandes y de fondo el sol caerá antes que nosotros en el horizonte. Para ti dios actúa como un medicamento, antidepresivo y ansiolítico me dices, pero es también el veneno: pharmak y regresamos a la escritura. Hay tres nuevas preguntas tuyas que intentaré contestar nuevamente sin pensar mucho y encontrando sus conchitas comunes en la arena. Me preguntas mi mirada sobre la psicología. Como te contaba, nunca he tenido la experiencia y quizá es por una suerte de vértigo que imagino ante esas palabras, ante esas palabras que van dirigidas a alguien que no es uno sino que ya fue o que será. Uno como escritor está acostumbrando a escribir como otro, pero responder como otro es distinto. Y ese otro es uno mismo en una situación de la que ya se huyó. Un momento. Mentí. En efecto, tuve unas sesiones con una psicóloga hace cinco años. Le caí bien creo y hablábamos mucho. Se llamaba Catalina. Acordamos que le iba a contar toda mi vida en escenas que yo mismo iba a estructurar como un relato. Eso por el hecho de ser escritor. Finalmente no llegamos mucho a nada, pero a mí me sirvió para comenzar a pensar en Los nombres propios, que es el libro de los autobiográficos en que justamente vuelvo a mi infancia, la adolescencia, es decir, toda mi vida hasta que entré a estudiar Letras en la universidad que es donde nos conocimos. Entonces de la psicología puedo decir ahora, quizá un poco freudianamente, que no es otra cosa que la novela familiar. Esto es un chiste aunque no se note. La psicología es una de las hermanas de la princesa enamorada que le habla y la hace desconfiar de ese dios desconocido porque en cierto punto dios es lo mejor de nosotros. En ese momento dios puede seguir su camino y nos quedamos ahí en ese entusiasmo de seguir mirando el mar. La segunda pregunta es cómo entiendo el amor. Bueno, hemos hablado de Eros como ese hermoso dios al que no se debe ver de frente. La sensación a mis cuarenta años es que nos vamos encontrando con él en dosis a lo largo de las décadas y en cierto momento ya tienes una imagen de esa mirada hacia ti y no buscas más. No te enamoras de alguien en específico sino de ese dios invisible que se hace presente en esa persona. Entonces estás en la playa, pero te das cuenta que no estás solo y alguien te extiende una cerveza con un limoncito y todo está perfecto porque están viendo lo mismo. El amor es también una pregunta que uno se hace desde niño y pareciera que toda la vida es ese palito con que uno sondea en ese algo en pedacitos que también es uno. Yo me imagino que hay personas que huyen del amor cuando quieren todavía seguir huyendo de sí porque de algún modo es divertido y, en efecto, es menos dramático huir de un dios que de un demonio, pero aun así el amor no creo sea tan importante. Me refiero al amor de pareja. Uno se enamora de alguien que ame el mar y el mar es hermoso porque lo pueden ver varios. Un mar para una sola persona es un fondo pintado con témpera y sirve para ir a pescar. Lo común de los sentimientos, sean los que sean, es lo que los hace hermosos. Sea el amor, la amistad, la fraternidad, la compasión, la ternura y con esto empalmo con tu pregunta final que es si creo algo más allá de la muerte. Sí, creo en el mar. Para mí uno de los poemas más hermosos del universo es “Monumento al mar” de Huidobro. Es un poema sobre la paz, una despedida, un psicoanálisis podríamos decir ante lo infinito. Para mí luego de morir nos convertimos en granos de arena y el océano nos arrastra a otras playas lejanas donde otros nos mirarán y a otros miraremos. De otras estrellas nos vamos a enamorar y en otros cuerpos pasaremos la noche hasta volver a la playa y luego al océano y veremos a otros dioses también enamorados. Ya que mencioné mi libro quisiera saber de ese tuyo de mil páginas, La niñez herida. También qué opinas sobre la salud mental de Chile. Y si crees que un país se puede suicidar.
26/07/2020
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Me he demorado en responder porque he estado encerrado con el tema de mi tesis. Ojalá fuera peleando contra ella o por ella, pero es contra un estado de cosas con respecto a la academia que ya no puede más. Posiblemente sea la única institución que se ha salvado de la crisis, sin embargo, siento que ya llega su momento y me es fervorosamente estimulante ser parte de eso en mi pequeña lucha por una escritura, un pensamiento y un presente que finalmente es todo lo que tenemos. En fin, mis excusas. No me respondiste las preguntas así que me queda responder las tuyas e intentar pensar en todo esto que recién te comentaba junto a lo que me sugieres tú. Creo que quienes trabajamos con la mente tenemos como defecto profesional leer todo como un signo, una señal, un síntoma, una indicación y en ese punto el poeta, el psicoterapeuta y el místico poseen un mismo lugar. Finalmente se trata de que todo lo que podemos nombrar que es lo que podemos imaginar y viceversa, pero hay más, debe haber más. Muchísimo más. En el “silencio” se separan las aguas. Para el terapeuta supongo no es buen augurio, para el poeta es un límite y para el místico es el estado de las cosas que vale la pena. Una plusvalía del vacío. Literalmente las cosas y no las palabras, y las cosas en su lenta desaparición. Este último tiempo he tenido la sensación de que todo lo que se habla, se escribe, se lee no es importante. Una suerte de extrañeza en que esta simulación de lo real, el engaño, no es otra cosa que el mundo que creamos con el lenguaje y que despertar, salir de ahí, nos llevará a otro real donde todo es evidencia, experiencia, vida sensible en el sentido de sentidos. Irse, fugarse, marcharse, quemar las naves gramaticales y al mar. El silencio de los animales es algo que siempre me ha fascinado. A lo largo de la civilización le hemos dado forma de dioses o juguetes para que hablen con nosotros, pero no lo hacen. No les interesamos. Es su renuncia y lo que nos separa indefectiblemente de ellos haciéndonos más monos que los monos. Nosotros mentimos y ellos no. Cómo se puede hacer poesía sin mentir. ¿Es posible? Cómo se puede describir algo sin asesinar ese algo. Lo místico me parece que ese ese borde en donde se mira el mundo desde un lugar sin lenguaje y el 75% de lo que nos rodea son palabras que no necesitamos. Fetiches, enseres, cachureos, basura. La filosofía hace rato llegó al punto de que la verdad es un efecto del discurso y luego la literatura con la idea del autor, pero es más allá. El mundo, quizá, la vida humana sean efectos de lenguaje y habitamos en una red de significados que creemos son personas, lugares, hechos y no. Recordamos palabras con los que pensamos escenas y nos enamoramos de palabras que alguien dijo sentir. La verdad es una metáfora que no tiene muelle. Vuelvo al mar. Imagino quitar todo lo que es palabra en un día común y corriente y lo que me queda son solo cosas importantes: la luz y lo que me permite ver esa luz. Nada más. También su calor. Los pensamientos, recuerdos, la voz interior son inconsciente estructural, pero ese otro siempre habla y por lo mismo miente. La fantasía de vivir fuera, cerca del mar, en el bosque, en realidad es la fantasía de vivir sin palabras. El ermitaño es el que renuncia a la lengua humana y puede hablar con todo porque todo se hace santo cuando no tiene nombre. San Francisco de Asís y un amor que solo es posible cuando no hay lenguaje. Hay una ternura que no es humana, que lo une a uno con una piedra, un palito, una planta, unas nubes, unas montañas a lo lejos, unas estrellas. Es un gesto que se siente como un calor en la cabeza, un pulso con el pecho, unos ojos que se inundan, unos brazos que se dejan caer. Me comentas lo del misterio, pero lo veo desde aquí, como esa posibilidad de una ética, una ejecución de lo humano fuera de sí, el llamado de una renuncia a ser parte de un ruido que comenzó con la primera palabra que alguien entendió o dijo entender. Ahí comenzó todo este embrollo. Anoche que me di unas horas para desenchufarme de la tesis como te contaba. Veía un documental en el Netflix que hablaba de cómo los animales saben algo que nosotros nunca podremos entender. Es increíble. Los zorzales que viajan de Estados Unidos a Brasil adelantan su vuelo cuando en los meses próximos habrá muchas tormentas y huracanes. ¿Cómo lo saben? No se puede descubrir, pero ocurre. Los pájaros que tanto han sido poetizados por la belleza de su canto probablemente sean la imagen inversa, la belleza de ese silencio que hace que entiendan el tiempo como un solo gran largo día. Lo mismo que pasa con la épica o las grandes obras. Cambiar las unidades de medida sería una de las consecuencias cuando abandonamos las palabras. Ya las palabras “hora”, “semana”, “siglo” no significan nada y la continuidad entre el día y la noche es lo único que importa, y luego el paso del verano al invierno. El único tiempo es el sol y eso se parece casi a un poema de Gonzalo Rojas. Las nubes, el mar y la nieve más que como el ciclo del agua, el ciclo de toda la materia de la cual somos una parte enamorada. Cuerpo, cuerpos, siempre los cuerpos. Dentro de nosotros hay otras noches y nuestro corazón nunca ha visto la luz de un atardecer. Nuestros ojos no pueden ver la sangre con que están manchados. Dentro de nosotros se parece al cosmos y casi estoy seguro que nuestro cosmos es el interior de un bicharraco por ahí. Los cuerpos son agua salada y sangre como el mundo. Alguien se corta una mano y alguien menstrúa. Cuál es la relación de esa herida y cuántos siglos tomará intentar sanarla. El cuerpo entero es una costra. La sangre huele, sabe, tiene color y una también ominosa temperatura, pero no habla. Cuántos ritos se hicieron en la Antigüedad en torno a la sangre para que pudiese hablar un dios a través de ella. Bueyes, vacas, cabras, aves y humanos fueron sacrificados para que eso que nos une como especie viva nos dijera algo que está fuera de nosotros. Mencionas el vino y es lo mismo. Esa sangre vegetal mediante la cual un dios habla por nosotros y hace sagrada toda forma de olvido. Hoy pensaba que hace siete meses que no pruebo una gota de alcohol y no tengo muchas ganas de volver a hacerlo. Todo el tiempo anterior fue perdido y creo fueron pocas las veces en que sentí algo inolvidable que se olvida más lento que las otras cosas. Se me aparecen noches con Stella, Stella Diaz Varín, que llorábamos un vino barato y solos los dos nos enamorábamos de la poesía. Ella veía en mí un tiempo y yo en ella otro. Sentía que esas noches eran también todas sus noches anteriores y las mías por venir, pero no vinieron. No se trataba de algo que se encontraba sino de todo lo que desaparecía alrededor de nosotros. Ahora que lo pienso muchas veces se nos acercaron perros callejeros y nos callábamos. El vaho, los ladridos a otros perros, el sonido de rascarse y de revolcarse en la tierra. Algo había ahí. Un silencio que también era nuestro. Stella no quiso escribir más porque entendió que la vida no eran las palabras. Estaba enojada con el mundo porque las palabras la traicionaron, le mintieron, la dejaron sola. Agosto siempre es un mes que la pienso mucho y cada año es distinto. Son otros los silencios, los duelos, las penas. Me resulta curioso que menciones la teología negativa porque justamente he pensado mucho en eso sin saber lo que es. Invento definiciones y me alucina, pero no quiero saber cuál es la correcta. Me pasa lo mismo que con los libros de Kerouac que me los imagino página a página. Esos viajes en auto, esas canciones en la radio, esas botellas en el asiento trasero, esas miradas, ese sudor en la camiseta, esas piernas apretadas y ese quejido al masturbarse en un baño de un motel. O a Burroughs y esas noches donde todo es todo y lo que se conversa tiene dos kilómetros de eco alrededor de todo lo que se mueve. Da lo mismo dios, no se trata de él ni de ellos ni de eso sino de lo divino que hay entre nosotros y que es eso que no es. Ese negativo de lo real. La poesía que no tiene nada que ver con los poemas creo es una vía para estar en ese límite. Más allá de las palabras todo se cae en el horizonte como imaginaban esos muchachos que huían del Viejo Mundo. Nunca llegaron porque no había un nombre donde llegar y vagan por ahí en otros mares que tampoco tienen nombre. El mundo negativo de Adán, un mundo de la nada. Recién leo tu pregunta a medida que voy bajando en la página y borrando tu mensaje para darle paso al mío. No sé cuál es mi relación con lo místico y me incomoda el solo hecho de pensarlo y escribirlo. Me hace naturalmente rehuir de eso, pero siento que todo lo que he dicho no ha salido de esa pregunta. Como te decía, la poesía, la terapia y el misticismo tienen relaciones distintas con el silencio, pero lo están mirando como un límite desde allá o acá. La idea es saber cuándo comienza o dónde termina. En realidad, no lo sé y quizá dé igual. La muerte no puede ser el fin del silencio ni tampoco el inicio. Si existe otra vida, en ella no hablamos sino que somos palabras, letras, fonemas, ruiditos, átomos, vibraciones, cuerdas, pequeñas gravedades, radiación. Me di cuenta que los poemas nunca dicen lo que uno quiso decir y al final siempre se trató de un promedio a perdedor aunque suene bien. No hay nada propio en esa sustracción. Escribir mucho o poco es lo mismo que el silencio: depende desde donde uno esté partiendo. Los sentimientos no tienen que ver con las palabras y los poemas ahí son usura. Uno piensa a través de lo que siente. La herida sirve para mirar nuevas noches. De mi poesía no te podría decir mucho porque siento que ha muerto que es lo que siempre quise. ¿Se mueren los países?
16/08/2020
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Me cuesta creer que haya pasado cuatro meses desde nuestra última correspondencia. Lamento haberme desaparecido tanto tiempo. Te comentaba lo de la tesis, pero probablemente también poco a poco fui entrando en un proceso extraño como si hubiera comenzado una introspección en busca de algo o a la vez renunciado. En un momento me pareció que el silencio era una buena opción ante todo el ruido del exterior y que salirse del bullicio de las redes, por ejemplo, podía ser una buena cosa para el espíritu, y lo fue. Siento que mi mundo se redujo drásticamente y que pude conectar más con mi familia y con la media docena de amigos con los que siempre hablo. De hecho, creo que hasta esa cantidad ya es mucha. En fin, mis disculpas. Retomo tu última respuesta y veo que están todas estas cosas que sentía, pero bajadas a tierra con conceptos como misticismo que como ya hablamos no tienen que ver con una súper abstracción de lo real y su desdoble sino que, por el contrario, con el más concreto estado consciente de las cosas, de nuestro lugar entre las cosas, del valor de las cosas y de lo que justamente ya no lo tiene. Me contabas que estás en un proceso arduo de trabajo, profesional y literario, y espero que sigas en él porque de algún modo siento que personas tan entregadas y apasionadas en lo suyo como nosotros llegan a sus puntos más altos en esas jornadas intensas. Siempre creí que cuando escribía y me concentraba tanto era una forma de meditación creativa, que esas visualizaciones nacían de lo mejor y lo más extraño de mí, y que otras personas comenzaban a hablar, a ver, a hacerse palpables en mi propio lenguaje. Nunca se trató de silencio sino dejar que esos otros, que lo otro, hablara y uno ceder como voluntad a que todo y todos esos que somos tengan derecho a existir, a la palabra, a expresarse mediante la poesía tal como las religiones entendieron que el más allá se expresara entre nosotros. A mí tampoco me convence que vivamos en un mundo de engaños, no creo que seamos víctimas, por ejemplo, del capitalismo, ya que sabemos qué es, cómo actúa y en términos concretos tener una tarjeta de un banco me hace parte de ese banco que es el corazón del capital. De fondo, quiero decir que no somos víctimas del sistema, somos sus cómplices hipócritas. Esto mismo como señalas nos lleva a Platón y la caverna, pues claramente la caverna es un lugar más cómodo ante la intemperie. La idea es justamente estar en la entrada, tener a la mano las dos pastillitas de Matrix, volver a ciertas formas de renuncia en un mundo donde todos son fanáticos de sí mismos, de lo que creen y de cómo se ven sus fervores desde fuera. Un libro como ese que imaginas, Menos Platón, Más Nietzsche, es una buena cosa y más o menos es lo que emprendió Foucault que ya no es seguir en las políticas del alma de Platón sino entrar de lleno en los infiernos del poder y los límites de lo humano que es lo que finalmente hace con sus estudios sobre manicomios, cárceles, crímenes, guerras, enfermedades, la abyección. Quizá haya que volver a ese punto medio que te comentaba antes y no puedo no pensar en la idea del Purgatorio tal como lo entiende Zurita, es decir, como ese lugar desde el más profundo dolor hacia el más profundo amor, ese intermedio que son nuestras vidas y nuestras palabras que arrastramos de lo indecible del sufrimiento a lo indecible del éxtasis. Qué bueno que me comentes de tu libro La Niñez Herida sobre el que tengo una infinita curiosidad porque intuyo que va en este mismo camino, de cómo volvemos a las heridas de esa niñez y de cómo las conducimos ahora que somos adultos. De algún modo y como comentábamos en el primer intercambio, la literatura y la psicoterapia se unen en ese punto, esto es, el de caer dentro de nosotros mismos a las zonas menos habitadas y volver con un fuego, una luz para iluminar la noche que siempre es el mundo consciente. Tal como Orfeo y la gran mayoría de los mitos que llegan hasta la catábasis de Jesús en los infiernos. Siempre se trató de bajar y de volver porque en ese retorno está todo lo que nos puede dar, literalmente, luces. Yo no me imagino ese mundo profundo como oscuridad sino que todo lo contrario. Lo veo como escenas casi como esas películas de los años sesenta sobre la Ilíada, la Odisea o la búsqueda del vellocino de oro: extraños monstruos, pero no ellos sino los armazones y materiales con que están hechos. La oscuridad es desde donde hablamos y por eso buscamos esas antorchas de Jasón o Aquiles, ya sea para iluminar el camino sin luna o para quemar las huestes enemigas. Creo que te comenté que me gusta tirar a los amigos un tarot que tengo basado en la mitología griega y las vidas de todos son finalmente parte de miles de años de otras vidas. En esa superposición, las acciones, las pasiones, las decisiones no distan mucho unas de otras y en esto vuelven a unirse lo literario y lo terapéutico porque finalmente se trata de reconocer eso Otro que somos y cuánto hay de nosotros afuera. Sin duda la salud mental en Chile está muy golpeada como comentas, tanto por este capitalismo salvaje desde el Estado como por el neoliberalismo virtual que decidimos vivir. O sea, el mercado en sí es una organización viable y funcional siempre y cuando esté al servicio de la “vida buena”, pero cuando se convierte en todo lo contrario pasa lo que pasa en Chile. Un Estado privatizador es la más fatal de las paradojas porque convierte a los ciudadanos en consumidores como sabemos, pero también cuando decidimos pasarnos a vivir al régimen de lo virtual suceden cosas como que la clase media se entera de lo mal que vive el proletariado y se aterroriza porque la crisis viene también por ellos. Sin duda, Chile despertó, pero los pobres siempre estuvieron despiertos porque en esas largas noches con hambre, con frío, esperando una hora de atención en el consultorio, en una comisaría no hay tiempo para dormirse ni mucho menos para soñar. La burguesía medioclasista despertó cuando empezaron a bajarles los sueldos, a subirle los arriendos, a apalearlos en la calle. Los santiaguinos despertamos cuando comenzaron a tratarnos como a los mapuches en la Araucanía. Chile es un país muy, muy, pero muy herido desde siempre y de fondo creo que lo que no hay es amor. Suena cursi y hasta “poético”, pero lo que quiero decir es que carecemos de éticas colectivas con las que no serían ni siquiera necesarias más leyes porque cada uno sabría qué hacer por el bien del otro, en aras del bien del colectivo. El patriarcado como dices es también esto mismo, una forma de moral masculina sobre una ética de lo común. Cuando me dices que como país hemos estado al borde del suicidio me parece estremecedor porque de algún modo también lo he sentido. Creo que somos un país que agoniza y es lo que te preguntaba antes. Un país que rompió todos sus vínculos interpersonales en las familias, con los compañeros de colegio, universidad, trabajo, vecinos, colegas, etc. Yo creo que de repente creímos que éramos más que el otro, desde nuestros países vecinos hasta las personas que nos rodeaban. Algo así como un neurocapitalismo que nos permite acceder a un dinero falso, un placebo de poder y autoridad que se desvanece cuando ya no puedes seguir endeudándote. Ojalá que todas las fuerzas del estallido conduzcan hacia estas formas de nuevas éticas y dejemos de creer que el problema es político porque no lo es. Podemos poner de presidente a Marx o Adam Smith y nos vamos a ir al hoyo igual, podemos regalarle un millón a cada chileno y el país no será más feliz. Creo profundamente que lo político debe ser un medio para estos verdaderos cambios y no un fin como lo es ahora. Si fuera así bastaría cambiar al señor Corales, las reglas del circo y hasta el circo, pero seguiríamos siendo animales enjaulados. El cambio profundo es ético, cultural y con eso no me refiero a que sea artístico sino que a entender que somos una cultura entre otras y que la autonomía de esas otras que ya sean raciales, sexuales, sociales, etc. tienen más derecho a existir que la nuestra. De fondo, hace un año fui un acérrimo optimista y hoy estoy luchando para que lo poco que queda de esa utopía no termine de morir en manos justamente de los políticos que siempre querrán tener el poder y protagonizar los procesos con la única finalidad de seguir ellos allí. Lo mismo pasa en el campo cultural que es ahora un mercado. Quienes antes eran los jóvenes independientes y luchadores, hoy son los que administran su parte de poder en los medios que tienen a su disposición en aras de las masas que son finalmente las que más consumen, sean las que sean. Todo esto me tiene en ese borde que te comentaba al comienzo, en ganas de estar más afuera que dentro, más en silencio que sumando ruido, más con ganas de naturaleza que de seres humanos. Las ciudades ya están muertas y vemos su descomposición avanzar a pasos agigantados. El desierto avanza. Con respecto a tu pregunta. Si pudiera estar en una forma de terapia me interesaría no mi infancia justamente que es algo que creo ya saldé en Los nombres propios, tampoco mi vida sino que en la idea de morir. A veces deseo morir y que todo haya sucedido y no es que esté deprimido, al revés, estoy en una etapa muy bonita. Posiblemente todos estos pensamientos del misticismo, Dios, los mitos, el silencio sean formas de esa pregunta y esa sería una que me gustaría que no fuera solo mía. La muerte como una forma de ayuda a vivir, superar la sobrevivencia, dejar de creer que somos importantes o indispensables. Ceder a lo otro.
22/12/2020
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Una de las cosas que cambió, al menos para mí, es mi relación con el tiempo. Sin duda, la modificación en lo que son los espacios debido al virus, salirme de las redes sociales, las cosas mismas que pasan a nivel personal, y a esta edad, han hecho que un día se me haga eterno pero no así un mes que se me pasa volando. Nuevamente estoy excusándome por las semanas transcurridas desde tu último correo. Mi tesis de algún modo me tuvo pensando en algo todo este tiempo de las cuarentenas y ahora que voy cerrando el proceso, el futuro a corto y mediano plazo se me pierde en el vacío que es el propio mundo, la historia de nuestro más estricto presente. Es una sensación ambigua. Por otra parte, me reconforta que me menciones en especial esas dos palabras, “introspección y empatía”, y que me digas que son una “dupla curadora” porque en cierto modo siento que me he ido muy para adentro y allí he intentado volver a pensar el afuera, la realidad. El otro día le comentaba a unos amigos que el mayor sentimiento que he reconocido en mí es justamente la compasión, pero en un mal sentido yo creo. Siento dolor por la vida de mi madre, la de mi hermana, de mi sobrino, de gente cercana, del que ahora es mi expareja, de mi padre. Como si los fracasos en sus existencias fueran más terribles que los míos y su dolor me abruma, me paraliza aunque ellos no me lo digan y hasta posiblemente no sea tanto como lo imagino. Creo que prefiero un amor general, abstracto, a uno real y en cambio el dolor particular me produce una sensación de angustia existencial, del todo. En realidad, es como una desregulación entre lo privado y lo público, entre lo personal y lo colectivo que, ahora que lo pienso, tiene correlación con el propio modelo en que vivimos, de redes sociales y capitalismo que hacen confundir lo que es nuestro con lo que somos nosotros y especialmente alteran la perspectiva que tenemos con relación a lo otro, los otros. No lo estoy explicando bien, pero creo que nos sentimos más lejanos, desconocidos, difusos. Una persona con tu formación me podría decir que es una sensación quizá depresiva. No lo sé. No me siento específicamente mal, pero sí extraño y externo a algo que no sé qué es. Lo que me comentas de que has dejado amigos por temas éticos, políticos, lo entiendo como algo parecido. Ahora que cerré redes donde siempre tuve cientos y cientos de personas con las que interactuar ha hecho que mi horizonte de lo humano se reduzca a las pocas con las que interactúo en whatsapp o las incluso menos en persona. Muchas quedaron atrás y siento que no me hacen falta aunque sí me gustaría volver a conversar con ellas. Como si la urgencia fuera otra, una que no pasa en mi caso por lo estrictamente contingente sino hasta quizá atemporal, y quienes no sientan esa urgencia no me mueve volver a buscarlas. Tampoco quiero que suene que uno se siente mejor que el resto sino que hasta lo contrario. Estoy divagando quizá aunque lo que me comentas de La Niñez Herida me hace mucho sentido porque ciertamente se trata de eso, del trabajo con el dolor en algo que es su opuesto y que no estoy seguro sea la felicidad. Templanza es una palabra que me gusta, la idea de uno mismo ser un templo, un lugar donde otros lleguen con su espíritu por delante y uno igual llegar así a otros en esa serenidad de que hay ciclos mayores de los cuales solo somos parte y nada más. Quizá esto mismo tenga que ver con eso ético o político que no pasa por los cuerpos ni las multitudes sino que por algo más allá y que posiblemente implique una revuelta cultural, por decirle de algún modo, o creativa, de cómo nos entendemos como civilización, como humanidad, como especie. El neoliberalismo devastó lo sagrado, la fe, lo religioso, lo espiritual, lo profundo, cierta función del inconsciente o como le queramos decir y esa carencia siento que tiene a la gente sumida en su más material presente sin siquiera una esperanza en algo más grande que no sea la política o la economía, es decir, lo mismo que creó el problema. Ayer vi un documental sobre la muerte en Netflix y pensé en esto. Digo en cómo no tenemos idea de nada con respecto a ella y creo que eso es parte también de la máquina capitalista en darle todo el valor a lo vivo que es finalmente lo que produce, lo que consume, lo que se endeuda. Competir, rendir, ser exitoso sin pensar jamás en la muerte o tenerla como el borde contra el cual nos obligamos a un presente, a uno que dura los segundos que uno puede decir “presente”. El pasado de la civilización, los orígenes de lo que somos cada vez es menos importante. Lo mismo el futuro como idea de un modelo que no sea como este. Tengo mucho interés, desde siempre en realidad, de las posibilidades de vida fuera de la Tierra y ahora que Marte está cada vez más próximo en la imaginación científica y social me parece pertinente pensar en estas nuevas formas de espiritualidad que junten lo mejor de lo que hay acá en el planeta y recuperar lo que seguramente fue su origen, es decir, éticas con respecto al Cosmos, los otros, uno mismo. Imaginar un nuevo mundo, literalmente, implica repensar todo lo que hemos sido y creo que toda revuelta, revolución, no puede no pensar en esa otra posibilidad de que estamos ad portas de lo que fue la ida a la Luna, pero multiplicado por un millón. Indefectiblemente el porvenir va a ser de tremendos logros científicos, genéticos, astronómicos, pero eso no será para grandes masas. Todos esos inmensos avaneces serán para el grupo de personas que conozcan esos nuevos lenguajes. El futuro no será de gritos sino de silencio. Muchas veces me he preguntado si acaso los conservadores son los que quieren corregir este mundo aún, mejorarlo, alargar su agonía, arreglar las perillas para que el modelo siga existiendo. Y cuando digo modelo estoy hablando de un monoformato que lleva siglos, por no decir milenios, y que no los cambiarán los hijos del capitalismo, ni los obedientes o los desobedientes porque justamente no es un problema económico sino mental, de configuración de mundo, que va más allá de naciones ricas o pobres, de ser hombres o mujeres. La lucha política creo, sea la que sea, termina dándole más poder a la política porque no se sale de allí. Mueve piezas dentro de un juego que está escrito con sus propias reglas y quienes están fuera de esa cancha ya ni siquiera son los pobres sino personas que deciden renunciar, salirse de la máquina, abandonar sus tarjetas. La pregunta es cómo hablar contra enemigos de los cuales somos sus aliados. Esas contradicciones son los lugares donde nos damos de cabezazos. No somos los buenos de la historia y las más profundas luchas se están dando fuera de las redes sociales, a nivel imperceptible, sin fotos, slogans, etc. El capitalismo hizo que amáramos nuestras vidas con locura y que la muerte fuera tema religioso o literario que es para él una misma fantasmagoría. Nos importa tanto el cuerpo como propiedad privada, los espacios como símbolo del poder, lo que decimos y pensamos que hasta esto mismo que hacemos quizá sea parte de aquello. Es una probabilidad. Acepto tu invitación de que sigamos conversando en persona estas cosas y seguramente otras. No sabemos cuándo comenzará nuevamente la cuarentena total así que quizá sea oportuno al menos poder dialogar que es finalmente lo que tú haces como psicoterapeuta y yo como escritor. Reflexionamos en voz alta que es escribir para de cierta manera volver a ser otro, un otro de sí mismo y de que los otros no lo sean tanto. Ha sido una muy bonita conversación sobre los temas donde nuestras áreas de interés, de pasión, de trabajo, se tocan. Además, es increíble que luego de veinte años desde la universidad nos reencontremos en estas lides en que volvemos al mito en su umbral y los nuevos que sostienen este presente en guerra civil y virtual, al amor pero también a sus excesos en un mundo narcisista e impúdico, al silencio cuando todos quieren hablar incluso dormidos, a una idea de mística en donde desconocemos hasta el origen de la consciencia, la muerte que es todo lo que no es ella misma, la poesía, la poesía y la poesía. Aprovecho también de llevarte un ejemplar del OIIII que es el último libro de poesía que hice y haré y que sale por nuestra querida casa editorial. Pasaron volando estos seis meses desde nuestra primera interacción pero se quedan aquí, aquí. Hasta pronto entonces, Sebastián querido. Nos veremos espero que no en tanto.
11/01/2021
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