ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA, COLUMNA DE HORACIO ELOY. LUDWIG ZELLER “EL MUNDO NO MUERE CON NOSOTROS SINO DE NOSOTROS”

No quedan huellas de “la Casa de la Luna” ubicada en la calle Villavicencio (Barrio Lastarria), pero sí de su gestor, el gran poeta surrealista, Ludwing Zeller, quien la inauguró junto con la revista y el sello editorial del mismo nombre, el año 1968.

Llegó a este mundo en 1927, en un pueblo llamado Rio Loa en el desierto de Atacama. Se trasladó a Santiago con el objetivo de continuar sus estudios, en 1942, tanto los secundarios como su formación universitaria. A partir de 1952, se desempeña como director y curador de la Galería de Artes Plásticas, del Ministerio de Educación, cargo que mantendría hasta 1968.

 Inquieto y multifacético, se le verá en distintas labores creativas: editor, librero, traductor, productor cultural, pero, sobre todo, brillante poeta y artista visual.

Colaboró con el grupo surrealista “Mandrágora”, estrechando amistad con poetas como Enrique Gómez-Correa y Braulio Arenas. Sin embargo, siempre se declaró en libertad creativa. En una entrevista señaló: “Ellos eran un grupo, yo soy un surrealista independiente”.

Es desde esta época, que su proyecto poético comienza a desarrollarse desde la sospecha del concepto “autor”, por lo que es habitual que parte importante de su obra sea en colaboración con otros creadores. Muchos de sus libros son colaboraciones con varias antologías a su haber. Algunos de ellos “Alpha collage” (1979), “Salvar la poesía” (1993), Woman in Dream” (2004), “Piel de los delirios” (2008), “Preguntas a la Medium y otros poemas” (2009), “Encantos oníricos” (2012).

Como lo señalamos al inicio, la mítica “Casa de la Luna”, es uno de los proyectos que marcó la vida cultural del Santiago de finales de los años 60. Fue el epicentro del arte alternativo. Uno de los hitos memorables, por recordar alguno, fue la exposición de pintura hecha bajo los efectos del Ácido Lisérgico, LSD, supervisada por el psicólogo Rolando Toro, con música de Enrique Luna y la danza de Victoria Larraín.  Pero a pesar de los ciclos de cine, las presentaciones de libros, los recitales de música y poesía, la Casa de la Luna atrajo los prejuicios de una parte de la izquierda Stalinista de la época y una derecha retrógrada, la que de cierta forma obligó a cancelar su funcionamiento a fines de 1968.

Aquel histórico 1970, Ludwig Zeller organizó la exposición “Surrealismo en Chile”, al alero de la Universidad Católica. Al año siguiente abandona Chile junto con su esposa Susana Wald para instalarse en Toronto, Canadá, donde funda Oasis Publications. Desde allí viaja por el mundo con su poesía y sus collages, siempre con las banderas del surrealismo desplegadas al viento.

En 1993 se radica en México, para continuar desarrollando su infatigable labor creativa, hasta su deceso en 2019 en el Callejón de la Luna, en San Andrés Huayapan a 8 kilómetros de Oaxaca.

El año 2007, el Festival Chile Poesía le rindió un gran homenaje al poeta, defensor acérrimo de la vigencia y necesidad del surrealismo. Asimismo, el 2019, tras su fallecimiento, se ha desarrollado la exposición de su obra en México, titulada “El poeta no muere”.

 

Selección de poemas:

 

Sentar cabeza

 

Muchos son los prudentes que allá en mi juventud

Apoyándose en mi hombro me dijeron: Hay que sentar cabeza.

Quizás razón tenían, no es necesario este soñar despierto.

“La poesía ya no da de comer, estudia para ser consejero,

Asesor diplomático, abogado que interprete la ley y las ganancias.

Despierta de una vez, no se vive del aire y las plumas

Vistosas sólo van enganchadas al copete de pelo de unas pocas.

 

Hay que ser mesurado, discreto, respetuoso de la mano fuerte,

Si eres joven aún, mira de encontrar una novia que tenga buena dote.

Cuida de no contarle a nadie los secretos, sean de naipes

O de faldas cortas, hay que cuidarse de guardar las formas.

 

Eso de ser poeta es sólo un juego, y nadie está seguro

De que el Nóbel lo espera allá al dar vuelta la esquina. Pregunta

A tus amigos, los que admiras: Penurias sufrió Joyce y André Breton

Añoraba lo imposible; Pound fue a la cárcel por traidor y Borges

Recorría laberintos sin verlos, tanteando la pared por sus aristas.”

 

Alguien llegó a decirme que quizás lograría ser relojero eximio

Y desde aquel entonces todos los rodamientos me producen

Un vacío al estómago y las mujeres serias me dan vértigo,

No quiero a una, sino al enjambre de mantis delirantes.

 

¿Quién podrá ya agregarle un palmo a su tamaño?

Hay que soñar despierto, la vida nos concede la luz

De esa memoria, el amor está aquí y en cada pétalo

Nos regala su gracia, la virtud de la vida, su locura.

*     *     *

 

Abro mi cráneo en dos

 

Abro mi cráneo en dos, trato de recordar y apenas veo

Pues bajo el sol que hierve no hay salida,

Condenado por fin, entre las sábanas me río a carcajadas

Pongo mi oreja en el reloj y escucho cómo cae la arena en los embudos.

 

¿Es que ya nunca, nunca volveremos al patio

De la infancia? ¿Hasta el ojo más dulce es sólo brasa

Que nos quema por dentro? ¿No habrá piel,

No habrá mano que se abra en la caída? ¿Por qué los gatos

Tendrán que devorar esas plumas que cantan en la nieve?

 

Quizás sólo yo cambio de pieles

Y llagas cada día. Quizás no pueda despertar

Ya nunca en la caja de tierra y de vinagre,

Quizás la tempestad bajo los párpados

Es tan sólo impotencia o es fastidio.

*     *     *

 

Extracción de la piedra de la locura

A Jerónimo Bosch

 

Se equivocó Jerónimo al pintar. Erraron los Doctores

Puesto un embudo sobre sus cabezas. No se extrae

Locura de una piedra, ni aquesta del cerebro

Que se deshace en dos bajo las pinzas.

Partida ya, la monda calavera se sonríe.

 

Es un carbón ardiendo en lo invisible, una daga clavada

Sobre el pecho, directo al corazón. Un enjambre

De agujas subiendo por el sexo, esa flor de placer

Que nos muestra este mundo al revés, y lo hace trizas.

 

Alguien tiene una Biblia con un panal de avispas rondando

En la cabeza y puede Bosch decir: ¡así va el mundo!

Somos sólo diabólicos insectos, una huella de polvo

A la espera del viento que nos lleve. Esa sed

Del delirio, los aguzados filos de un cuchillo.

*     *     *

 

Hay un error al fondo de ese vaso

 

Desde el fondo del vaso, alguien me llama a gritos

Que han cubierto mis noches de salmuera, donde siento

Pasar la cabalgata.

¿En dónde están sus rostros?  Sólo máscaras

Fijas en la crueldad, ese amor al revés, ese embudo del odio

Y el silencio.

Esto escribieron sobre Sedequías, Reyes 2, versículo 25.

“Abierta ya una brecha sobre el muro, huyeron todos

A la noche sorda y los cogieron los esbirros

Y pronunciaron contra el Rey sentencia:

Degollaron sus hijos para que él lo viera y la cuchara

Amarga fue acercada a su boca con vinagre;

Con carbones ardientes lo cegaron, le sacaron los ojos

Y atado a las cadenas lo llevaron.”

¿Para qué preguntar? ¡Babilonia está hoy en cualquier parte!

 

En el fondo del vaso, escucho a veces

Que alguien solloza, que unas manos recorren esas paredes frías.

Yo entre las plumas de mi almohada sueño que la crueldad

No existe.

Que su raíz demente está ya seca.

Sus filos en el aire.

*     *     *

 

Por el camino veo que mi padre se acerca

 

Por el camino veo que mi padre se acerca

Con los brazos abiertos. Él está muerto, pienso, ¿cómo

Puede encontrarse aquí? Ríe el de mis dudas,

chupando el humo

De la pipa de ámbar. Salen figuras y el tabaco

Que arde suspende en lo alto luces como signos

Que al reflejarse pulen los espejos de a aquel ojo

interior.

Yo me río también. Estos son los paisajes que he

soñado,

Esa ciudad invisible en la que vago escuchando las

voces,

Recorriendo las calles desoladas en ese cotidiano

Laberinto

Que rodea la arena.

Mi padre tiene que partir.

Me abraza. Saca un pájaro que habla desde el pecho.

Golpea con el báculo y los caminos se abren:

Escucho ahora que sobre mi hombro izquierdo, un

ave misteriosa,

Transparente, ha empezado a cantar.

*     *     *

 

 

 

 

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