CUENTO. “SANDÍAS”. ANDREA CALVO CRUZ

Andrea Calvo Cruz Sandías

 

 

SANDÍAS

 

Las verdaderas vacaciones empezaban cuando llegábamos a Las Cabras. Atrás quedaban los cuadernos, los odiosos compañeros de curso y el colegio aburrido. Atrás quedaba Santiago, una ciudad gris y llena de gente triste o enojada.

Papá estacionaba el auto en la entrada de la casa, en un camino de tierra y piedras donde se paseaban los vecinos con sus carretones cargados de verduras y frutas de la estación. Fruta de verano, pensaba. La saliva corría por mi mentón y manchaba el vestido blanco con blondas rosadas que en la tarde ya sería de color café y terminaría como un trapo horrible, por andar jugando en el barro, con las gallinas y en una superguerra de corontas en la chacra del tío Lalo.

El tío Lalo, el hombre mágico que apenas me veía bajar del auto, iba en busca de mi premio, porque según él, yo era la niña santiaguina más avispada.

—Aquí le tengo su trofeo. Vamos a comerla a pata pelada, sentados bajo el parrón —me decía, muerto de la risa.

La sandía en la mesa. Yo la miré como si fuese la Virgen María hecha fruta. El tío Lalo sacó el machete y de un solo golpe, la partió en dos. Con el impacto, el jugo saltó hacia todos lados como miles de chorritos felices, y parte de la pulpa también: pedacitos rosados y porosos se desperdigaron por el mantel plástico y desde ahí a mi boca, ansiosa de aplastarlos con la lengua en mi paladar.

Pero este verano fue distinto.

Hace un mes, el tío Manuel fue de visita a la casa. Cuando él iba, los adultos adquirían un color especial en la cara: se ponían grises o muy amarillos. Ese día, Mamá me ordenó que fuera a su pieza a ver la tele. Me dio un pocillo con papas fritas y solo chasqueó la lengua una vez que saludé al tío.

—Ya, mijita, un gusto verla. Ahora voy a hablar con sus papás —, me dijo.

Tenía los ojos raros, como saltones, como perdidos.

Hice como que me iba. Hice como que subía las escaleras. Hice todo un teatro, porque nunca me creí el cuento de que hablaban de cualquier cosa.

Escondida en la escalera, dejé las papas fritas de lado y puse mi atención en lo que decían los grandes:

“Milicos culiaos. Milicos de mierda. Milicos hijos de las grandísimas putas…”

“Qué culpa tenían esos pendejos, dime, qué culpa tenían…”

“Los vi. Ellos no me vieron a mí. Bajaron con sus metrallas, bajaron contando…”

En mi cabeza, yo contaba; uno, diez, veinte y veinticinco.

“Una fila. Todos los hueones en una fila. Cuando ya estaban formados pensé ¡ah!, los van a asustar, es puro cuento esto, porque sí: mi General nos salvó del caos, del desorden y para ser General, algo de psicología tendrá el hombre…”

“Nada”.

“Veinticinco. Veinticinco pendejos formados. Los milicos cantando. Al terminar la estrofa del sonando en la boca del Fuerte… Del Fuerte…”

¿Qué Fuerte? ¿El de Quintero? Donde vamos a encumbrar volantines para el 18 de septiembre, pensé.

“Taca taca taca taca taca taca taca taca taca taca taca…”

“…Conchetumadre…”

Me tapé la boca. El tío dijo un tremendo garabato y mi mamá seguro que se va a enojar con él, le va a dar agua con jabón para que se limpie ese hociquito de chancho.

“Los partieron en dos. Sus troncos caían como sacos al suelo… Sacos al suelo…”

“Un par de piernas quedaron paradas… Paradas… Partidos por la mitad…”

“Eran como las sandías del Lalo… Cuando el Lalo machetea las sandías de un golpe”.

Las sandías del tío Lalo, pensé, y la boca se me hizo agua.

* *

Los rayos de sol se colaban por las parras y me daban directo en la cabeza. El tío Lalo me miraba fijo, como si no entendiera qué me pasaba.

—Mírenla a ella ¿ya no le gustan las sandías? —me reprochó.

Sin quitarle los ojos de encima a la fruta partida en dos, con el jolgorio de pulpa, jugo y pepas repartidos por el mantel, tomé entre mis manos la mitad de sandía que me ofreció y le dije:

—Debería partirlas con una metralleta, así taca taca taca taca, tal como los milicos matan a la gente en Santiago.

 

____________________________

 

Larvados

Cuentos

85 páginas

Editorial Asterión (2022)

larvados andrea

 

 

 

 

 

Andrea Calvo Cruz (1981, Santiago de Chile) es escritora y participa en los Talleres Literarios ERGO SUM, dirigidos por Pía Barros. Integrante del Colectivo REM (Red de Escritoras de Microficción, internacional), ha publicado [Medular] (microficción, 2019, Ediciones Sherezade), Larvados (cuentos, 2022, Editorial Asterión) y participado en diversas antologías de cuentos y microficción, además de Libros Objeto. Desde el año 2021, forma parte del Comité Editorial de Ediciones Sherezade. Ganadora de la Beca de Creación en las convocatorias 2020 y 2022 y de la Línea Fomento a la Industria (2022), para la publicación de libro único del MINCAP.

Compártelo en:

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *