ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA, COLUMNA DE HORACIO ELOY. BERNARDO CHANDÍA FICA Y LAS EVOCACIONES DE UN DIOS CANSADO

Bernardo apareció en este mundo en plena Revolución en Libertad, el 4 de octubre de 1965, en Santiago de Chile, ocho años antes de la dictadura, de la que se despediría a la edad de 25 años, es decir, la mayor parte de su vida se desplegó en el Chile vigilado de los 70 y 80. A pesar de aquello, nuestro poeta se distinguió siempre por su activa y vital participación en espacios culturales, siendo un gestor importante a la hora de levantar publicaciones y difundir la Literatura chilena.

Su obra poética dejó libros entrañables, con un tono y lenguaje caracterizados por la simpleza y cuidada construcción de imágenes profundas, ganándose un espacio en la literatura nacional con libros como NADIE ESTÁ A SALVO (1992), ÚLTIMO BARRIO (1995), EVOCACIONES DE UN DIOS CANSADO (1998), LAS AZOTEAS DEL MIEDO (1999) y BITACORA DE LOS VENCEDORES (2000).  Además Bernardo Chandía incursionó con mucho oficio en el comic publicando en 1993 FURO EL POETA, una especie de alter ego, y en 1999 FURO EL POETA, EL REGRESO.

Sobre su poesía y luego de su temprano fallecimiento, el poeta y crítico Juan Antonio Massone, señaló: “Estocado en la médula de cada vocablo, Bernardo Chandía legó en sus poemas una experiencia de humanidad que, sintiéndose precaria, no abominó de querer; sabiéndose solitaria, jamás se conformó en autismo; experimentándose compleja, aceptó oír voces difícilmente afiatables. En una palabra, el sol le estaba veteado de sombríos anuncios que sintió ineludibles, pero no al punto de olvidar al otro”.

Bernardo Chandía vivió intensamente vinculado al quehacer artístico, literario y social de su tiempo, asumiendo su compromiso con la lucha contra el “apagón cultural” que asolaba la República. Así, en 1985, se integró al taller literario “La Jaula”, dirigido por la escritora Olivia Saavedra, compartiendo con los poetas Eduardo Robledo y Paula Miranda, entre otros. En 1987 participó del taller impartido por el escritor Alfonso Alcalde.  También editó la revista literaria “La Grieta” que se distribuía profusamente en las comunas de Ñuñoa y Macul.

Fue un prolífico articulista, escribiendo columnas de opinión y crítica en diversos medios nacionales, como el desaparecido periódico La Época, La Nación, la revista Pluma y Pincel y el semanario El Siglo. En 1999, su talento literario fue recompensado por la Fundación Neruda, otorgándosele el Premio Pablo Neruda.

Recién comenzado el siglo XXI, y a sólo dos años de recibir el premio Pablo Neruda, una vasculitis lo ataca mortalmente, y el año 2001, la escritura simple y sin estridencias del poeta del Dios cansado, se detiene para siempre, tan sólo a los 36 años.

Selección de poemas:

DÍA UNO, DESPEJADO

 

Las angostas avenidas,

el orín de los callejones,

son míos y los amo.

 

No le daré la espalda a esta ciudad

aunque traicione.

Aunque muerda con su hocico desgarrante

y los hombres deseen la muerte

y la muerte huya de ellos.

 

La pegajosa nieve de sus calles servirá

para encontrar la huella

de un profundo amor.

Y para que algún día este asfalto

deje de ser triste,

amaré,

juro que amaré.

 

 

DÍA TRES, INESTABLE, POSIBLE LLUVIA

 

Fría y sádica

es la luz de los rascacielos

como la lealtad

que ofrecen los enemigos.

 

La única salida es escuchar

el rumor universal,

quejidos y gritos de miles de corazones

y las fiestas,

las fiestas de basureros

que han crecido en cantidad y estrépito.

 

 

DÍA SIETE, LA LLUVIA CONTINÚA

 

I

 

Qué importa que se cierren nuestros ojos

hacia la tierra de las sombras,

que sintamos que el tiempo

va destruyendo los tantos que fuimos,

que ahora seamos

unos viejos que solo anhelan no sentir dolor.

 

Los esclavos,

¿pueden llorar de alegría?

Los enfermos, ¿serán rechazados

por los tragamonedas?

¿Qué misericordia

puede esperar un hombre torturado?

¿Cuándo los hijos de esta patria

serán hijos del universo

y por ellos el universo será?

 

II

 

¡Qué cicatrización más larga!

Ellos que no son más

que silencio de un lúgubre silencio

hojas oscuras que no sirven para germinar

deshuesadores de esta historia:

“el amor los perdone”.

 

III

 

A los vencedores:

Aquellos que fueron muertos para nacer

merezcan la fe

Los que temblaron de placer

en noches afiladas de sangre

merezcan la fe

Los que por defender la libertad

fueron esparcidos, crucificados

merezcan la fe

A los inocentes, niños y jóvenes,

que alegraron la infinita soledad de los guerreros

merezcan la fe

Los ancianos que llevan los tajos

adheridos a su alma y que a pesar de ello

sonríen y levantan nuestras banderas

merezcan la fe.

 

La muerte besa estos labios

y susurra al oído:

“todo ha sido cumplido”.

Hoy nacen

los carniceros del desamparo.

 

 

 

RABIA

 

Rabia turbia de intestinos y huesos

cayendo como río por las narices,

levantando labios,

sacando afilados dientes,

rabia de perro maltratado

de paloma hambrienta.

Rabia muerta y resucitada siempre

que no tiene fin porque es de adentro

con sangre en los dedos, en la frente,

rabia por no tener más rabia

y estrangular el silencio.

 

Vivir pero vivir con la rabia más violenta

trizar vidrios

torcer la espalda

hacer doler el cerebro.

Una rabia puta

acostándose con otras rabias

deshaciendo catres y colchones grasientos.

 

Rabia transpirada gota a gota

para beberla

con la sed de todos los amigos.

Arcada rabiosa por los besos equivocados,

las fingidas caricias,

los amores tibios,

eso, una rabia hermosa y desquiciada

por ser la mejor rabia

la valiente que saca aplausos

recordándome a cada momento

y en cualquier instante

que soy digno para seguir viviendo.

 

 

 

ÚLTIMO BARRIO

 

Fuimos los últimos

y debemos agradecer.

 

Los últimos

en jugar a la pallalla

en estirar nuestras manos

para medir la cuarta.

 

El sueño de Ícaro

brillaba en nuestras pupilas,

la espera de la nieve

nos hacía impacientes.

 

El tombo,

la pinta

y la escondida,

patadas y combos

en la pichanga.

Últimos de pandilla sana,

construimos carretones blindados,

soñamos con zapatillas de moda.

 

Y no debemos ilusionarnos.

Atrás nadie viene,

nadie nos sigue los pasos

excepto un leve zumbido

que se acerca y se aleja,

cauteloso,

esperando.

 

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