RAÚL VALENZUELA RODRÍGUEZ: UNA ULISES SIN TIERRA PROMETIDA

 

 

Por Raúl Ignacio Valenzuela Rodríguez

 

Mi abuelo una vez plantó claveles del aire. No sé si “plantar” sea la palabra correcta. No sé si existe una palabra para la acción de sembrar o plantar en el aire. Pero mi abuelo lo hizo. Cultivó en el aire sus claveles.

Es una flor extraña este clavel. Extraña de extrañamiento, de extranjera, de extrañar, de algún modo, errante. De existencia epífita, necesita anidar, pero su único arraigo es la altura del cielo. Si fuera parásita se entrelazaría con su anfitrión, de manera que no podría vivir sin este. El clavel del aire, en cambio, se enraíza en el cielo. Sólo requiere un lugar para descansar. Mi abuelo las colocó en un alto magnolio del patio. Yo crecí bajo las raíces de ese clavel.

            La cualidad epífita es, tal vez, un buen modo en que puedo definir a mi generación, cuya infancia fue sometida a la Doctrina de Seguridad Nacional. No todos los fascismos latinoamericanos que se consolidaron en los regímenes totalitarios se instalaron bajo ese signo, pero todos derivaron allí. Tampoco todos aparecen en el mismo período. Me centraré en Chile, el límite donde he vivido, la humanidad que mejor conozco, los tiempos que me han dominado. Pero pienso en Latinoamérica.

             Quiero destacar dos cosas, a pesar de que no son observaciones nuevas. Primero, hablo de “regímenes” y “dictaduras”, pues no todos los “regímenes” se presentaron bajo la vestimenta jurídica de “dictaduras”, aunque todas compartieran el mismo gesto. Mutatis mutandi, parece el mismo paisaje el de los Juegos Olímpicos del 68 y el del Mundial de Fútbol del 78. La segunda observación, es que esta característica ha sido descubierta anteriormente. En Chile, el trabajo de Javier Bello (1972) nombra a los poetas que comienzan a publicar en el 2000 como los “náufragos”. Un “náufrago” y una planta epífita comparten el desarraigo. No hay sujeción alguna en esas existencias. Lo que explica, de algún modo, la desesperada bandera de la “identidad” que ya desde los 90 comienza a alzarse en Chile.

            La imposición de la Doctrina de Seguridad Nacional tiene límites temporales difusos. Pensemos en la Dictadura de Somoza. ¿En qué momento preciso se convirtió el sistema colonial al que Nicaragua estaba sometido, a su símil propio de la Doctrina de Seguridad Nacional? En Chile, ese espacio temporal está clarísimo. Queda marcado por la singular elección de un marxista declarado como presidente de Chile y su derrocamiento el 11 de septiembre de 1973, y por la derrota popular que se consumó el 11 de marzo de 1990, fecha en que asume la Presidencia Patricio Aylwin. Derrota que se extendería por más de quince años, oficializada en el Consenso de Washington, y cuya característica principal es la expulsión del lenguaje a la marginalidad. Ese repliegue se muestra en la falta de signos. Ausencia que se visibiliza en la inauguración de las obras del centro comercial y edificio corporativo “Costanera Center”, por el presidente Ricardo Lagos el 2006. “Un sueño de Chile, que queremos construir (…) configurando un país con economía sólida, una sociedad que va cerrando los conflictos del pasado”.

Lagos fue el primer presidente de militancia socialista luego de Salvador Allende. Tal vez por eso mi memoria se dirige inmediatamente al edificio de la UNCTAD (actual Centro Cultural Gabriela Mistral). Supongo que es suficientemente conocida la historia de este, en que la amalgama de la labor de artistas, arquitectos, ingenieros y obreros, lo convierte propiamente en una obra de artesanía.

El mensaje resulta devastador. Una carta cuyos signos inexistentes aparecen cuando se logra leer. Antes de eso la carta misma es vacío. Crecí precisamente en el extravío de la misiva y la expectativa por la monumentalidad fálica que se devela.

El edificio tiene el gesto contrario del artesano. Es una obra del capital. Hecho para ser evidente. Su dueño la defendió comparándola con la Torre Eiffel. Esta es la Torre de Paulmann.  Pero Eiffel fue el constructor de su obra, Paulmann es el propietario.

A Paulmann y sus negocios se los han vinculado con Paul Shaffer y Colonia Dignidad. La Colonia fue una fábrica de niños para saciar a Shaffer. Durante la Dictadura sirvió de centro de exterminio. Una especie de agujero negro en Los Lavaderos de Parral. En 1967 Wolfgang Müller Lilischies, de 22 años, logró escapar y denunció la esclavitud y la tortura a la que eran sometidos. Winfried Hempel, sobreviviente de la Colonia, afirmó en una entrevista respecto de Paulmann: “desde que tengo memoria vi a ese señor paseándose con Paul Schaefer”.

La Colonia ocupaba el lugar de la interrupción. Miedo carente de expresión. Lenguaje imposible y acechante. Ni siquiera sé si en mi infancia ella tenía nombre. Pero ahí estaba. El año 2014 se hicieron públicas las fichas de la Colonia que recogía datos de miles de personas. Aparentemente al azar. Esta es la de mi papá:

Mientras esto ocurría en Chile, los Aché (uno de los diversos pueblos Guaraníes) eran esclavizados y cazados en Paraguay.

Las palabras no dan cuenta de la realidad. Las mujeres y hombres de las comunidades Aché eran asesinados, para hacerse de sus hijos e hijas quienes eran usados en “tareas domésticas”. Expresión que incluía el sometimiento sexual.

En las décadas de los 70 y 80 fue signo de un estatus siniestro contar con este tipo de servicios. El coronel Pedro Julián Miers administraba un centro recreacional para militares que contaban con este tipo de oferta.

La misma función la cumplía el coronel Popol Perrier en una casa quinta del tradicional barrio de Asunción, Sajonia (en donde se encuentra, entre otros, el Palacio de Justicia), y cuyas instalaciones aprovechaba para relajarse el general Alfredo Stroessner. Los centros recreacionales, también servían, a las actividades de Josef Mengele.

En una especie de papel traslucido es posible ver en un mismo instante Colonia Dignidad, los campos de exterminio paraguayos y Auschwitz.

Nuestro continente comienza en un desierto y termina en otro. Desde Sonora a las estepas Magallánicas. Imagino las abarrillas, esa especie diáspora, descuajada de raíz cruzar este territorio mudo que somos.

Esto pareciera afirmar nuestra naturaleza mestiza. La palabra “mestizo” proviene del adjetivo latino “mixticius”, es decir, mezclado. Su “antónimo” debería ser “ensayo”.

El “ensayo” es el procedimiento en virtud del cual se calcula cuales, la proporción y el peso de los metales que se encuentran en la mena, es decir, la roca misma del mineral.

Sin embargo, mezcla y ensayo comparten una dirección impredecible. Un “algo” solo visible en el final.

Con las abarrillas ocurre algo similar. El viento les permite moverse en busca de agua. Cuando la obtienen se asientan y mueren. Lo que permite a sus semillas volver a germinar. En el fin comienzan nuevamente el proceso que las desgarrará. Por eso son diáspora.

Y esa es también la identidad en que se tocan con las especies epífitas. El lugar de estas es el abandono. La herida misma. Son el reverso de la diáspora. No movida por el viento, sino engarzado a él.

Esa cruz del ensayo y lo epífito, de lo diaspórico y el viento, se puede rastrear en su raíz latina “exagium” que significa el acto de pesar algo, o “comprobación”. Por eso prueba o intento. De ahí que fuese usado para definir el vocablo “experiri” (ensayar, intentar) de la cual deriva “experentia”. “Experiencia”, en nuestro castellano.  En un sentido moral, a veces, no se usaba la palabra “experientia”, sino que se la sustituía por “cicatrix”. En el latín vulgar se recurría a ella como “zurcido”. Aunque su significado literal era “herida”.

Por eso la transacción que opera en la enunciación del presidente Lagos -economía sólida/cierre de conflictos del pasado- me es insostenible. En el sentido de que me curva la espalda, como si cargara con un peso muerto. Muerto, como sinónimo de la palabra “desaparecido”.

Es la nada del capital, ostentosa y pornográfica, en la que crece esta larga generación. Formada entre el cinco de octubre de 1988 y el 3 de marzo del año 2006. Esa saturación del vacío, parecido al ojo de un huracán, nos arrojó fuera. Una generación demasiado extensa. Nacida en casi 20 años. Desde Inicio de los 70 hasta comienzo de los 90.

Una generación atónita.

La palabra atónito procede del latín “attonitus”. Literalmente expresa la idea de estar golpeado, paralizado por un trueno. Los niños y niñas del “shock”. Tal vez por eso la década de los 90 y parte de los 2000 me parecen de cierta hemiplejia.

Pero a los seres epífitos les basta un lugar. Existen plantas que crecen sobre las rocas del desierto de Atacama o que simplemente se tienden en las arenas.

En cuanto epífita es una generación disgregada. Un clavel del aire puede trasladarse de un lugar a otro. Es, si se quiere, un ser en el exilio. Siempre una añoranza. Todavía escucho esa canción de Makiza, en la que Ana Tijoux se señala a sí misma como “una Ulises sin tierra prometida”.

A mí me cuesta entender porque a estas hierbas no les han crecido alas. Si existe alguna unidad entre ellas esta se esconde en el sol y en esa especie de herida invertida que han hecho del cielo. Un ser desgarrado debe adaptar esa condición para vivir. Algunas se disponen en forma de jarra y beben del aire. Otras recuerdan el árbol de jade por sus hojas. Otras un velamen que nos devuelve a su naufragio.

En cierto silencio algunas hospedan pequeños animales. En algún tipo de solidaridad modifican sus hojas para que sirvan de albergue. Se ha demostrado que las plantas absorben el nitrógeno producido por los desechos que dejan estos insectos. Una comunidad epífita es de algún modo siempre marginal. Vive de los restos. De huellas. De lo que ha dejado de ser. De la fosa vacía y los álbumes de fotos.

Por otra parte, que el silencio fuese un lugar, no quiere decir que allí no hubiese un lenguaje. “No hay palabras, sin ponerse a gritar”, dicen los Bunkers, refiriéndose a Eduardo Miño Pérez, quien el año 2001 incendia su cuerpo al no encontrar otra forma de manifestarse. “Mi alma que desborda humanidad, ya no soporta tanta injusticia”.

Es bien conocido el poema 23 del Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik.

 23

una mirada desde la alcantarilla

puede ser una visión del mundo

 

la rebelión consiste en mirar una rosa

hasta pulverizarse los ojos

Por lo general uno dirige la atención a la rebelión y a la rosa. Y pasa casi desapercibido el hecho de que una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo.

Pero no quiero alejarme de la impronta de Lagos en la expresión “economía sólida/cierre de conflictos del pasado”. Signo de esa megalomanía mesiánica de quien se ve a sí mismo como un estadista (pero ¿quién que se disponga a cambiar el mundo no tiene algo de mesiánico?, preguntó alguna vez Gioconda Belli).

Habla a Chile, queriendo señalar que la consecución de una economía sólida, permitida en el cierre de los conflictos del pasado, marca el fin de la Transición y el logro de un nuevo orden Estatal.

Y habla hacia el resto de América latina, advirtiendo que sólo con el cierre de los conflictos del pasado, se obtendrá una economía sólida.

Lagos cree que de esta manera Chile “recupera” la tradición democrática perdida el 11 de septiembre de 1973. Y el precio a pagar es la memoria. Para Lagos esto resulta justo, pues fue su generación la derrotada y la exterminada. En sus cálculos no están los hijos de su generación. Estos últimos tuvieron que crecer en estas circunstancias. En estricto rigor no perdieron nada. Pues la perdida es anterior. La ausencia es algo que la constituye, no es un algo “perdido”.

El mantenimiento de una economía capitalista “sólida”, para seguir usando esa regla de significado, exige la clausura de la herida.

En el Paraguay actual existe una nueva palabra para la esclavitud. “Criadazgo”.  Según cifras oficiales, casi 50.000 niñas y niños en Paraguay viven así. Son entregados a familias de sectores pudientes que los mantienen en su hogar y le brindan educación y comida a cambio de “tareas domésticas”.

Hasta el 2013, al menos, la tasa de homicidios de Guaraníes en la frontera Paraguaya/Brasileña (concentrados en Brasil, pero también en el propio Paraguay, Argentina y Bolivia) era una de las más altas del mundo y era cuatro veces superior a la tasa nacional de homicidios de Brasil.

Nadie a esta altura, supongo, podrá dejar de relacionar, aunque sea intuitivamente, la relación existente entre la explotación forestal y el genocidio Guaraní.

Sin embargo, pareciera ser más difícil relacionar lo que ocurre actualmente en Brasil con lo que ocurrió en el Paraguay de Stroessner. La frontera opera como los bordes de una pantalla y hace imposible de ser observado lo que ocurre fuera.

Del mismo modo la fragmentación temporal de nuestras historias. Haciendo parecer a Stroessner como un hecho excepcional en la vida Paraguaya. O un relato sin conexión alguna con Chiapas o los Mapuche.

Lo mismo puede decirse de la guerra Salvadoreña. Que a lo sumo podrá ser dividida en capítulos, pero no deja de ser la misma gran obra. Incluso la mirada que tenemos sobre Colombia que la imaginamos presa de una violencia crónica, pero súbitamente iniciada el 9 de abril de 1948, como si antes no se hubiese disparado ni una sola bala.

La ecuación de Lagos, en ese sentido, es certera.

Pero esto es así porque Lagos cree que la Dictadura de Pinochet (y la gran Dictadura Latinoamericana) fue una suerte de Estado de Excepción. No es el único. Salvador Allende opinaba igual. En su famoso discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas dice:

“Vengo de Chile, un país pequeño (…) donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada”.

Allende, piensa que “somos los herederos de los padres de la patria”.

Allende no se da cuenta, que el Estado de Excepción es la Regla General y solo esos tres años de la Unidad Popular escaparon a tal Regla.

Salvo, tal vez, el mismo once de septiembre:

“porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente”.

Me arriesgo a sostener que esa ceguera dice relación con la necesidad frenética de periodización de nuestra historiografía. Una emulación eurocéntrica, para constituirnos en naciones y así ingresar al mundo.

Pero ese abarrotamiento temporal olvida que en las colonias americanas no existió un proceso que nos llevara hasta acá. No hay tiempo medible para nosotros.

Marx vislumbra que existen ciertos procesos que llevan necesariamente a otros puntos. La lucha de clases, por así decirlo, es una teoría evolutiva. Existe un proceso que llevó del feudalismo a la modernidad. Del control político nobiliario, al burgués capitalista empresarial.

Pero para América la modernidad no fue un proceso, fue un hecho.

América siempre fue una empresa.

Incluso para Estados Unidos. La Guerra Civil fue una guerra empresarial. Se necesitó de los esclavos negros ocupados en las plantaciones de algodón del sur, para que el norte pudiera construir su ferrocarril. No importó el exterminio de los Pueblos Nativos, ni la invasión a México, ni el sometimiento de las comunidades asiáticas y, naturalmente, nunca importó la ciudadanía para los negros, quienes volvieron a ocupar el lugar asignado por los empresarios blancos luego de obtenidos sus objetivos.

Estamos hablando de la misma época de la Guerra del Desierto en Argentina y la Pacificación de la Araucanía en Chile.

La misma regla matemática: Economía sólida/cierre de conflictos del pasado.

La historia económica de América del Sur está marcada por las tensiones entre, lo que muy generalmente podríamos dividir, aquellas que promovieron la industrialización y las que insistieron en la exportación de materias primas. La Guerra Civil Chilena del año 1891, en gran medida, da cuenta de ese conflicto.

Luego de la crisis del 29 y particularmente a partir de la segunda guerra, desde los Estados se promovió lo que se designó como la política de “industrialización por sustitución de importaciones”. En 1939 se crea la CORFO para acompañar ese proceso.  La ENDESA, fundada en 1944, la ENAP en 1950, la CAP en 1950 y el SEAM (Servicios de Equipos Agrícolas Mecanizados) afirmó aquella decisión. La CORFO desde 1940 apoyó a empresas privadas como MADEMSA o MADECO.

La empresa no se la pensaba como hoy. Cierta ingenuidad familiar la circundaba.

En 1943 se crea la Caja de Habitación Popular. Orientada a la construcción y fomento de la edificación de viviendas, además de huertos (sí, huertos urbanos) obreros y familiares.

Un 5% de las utilidades de las empresas debía destinarse a la construcción de viviendas para sus trabajadores. Surgieron así poblaciones obreras de diversas empresas públicas y privadas.

Es verdad que en estas políticas se confundían diversos objetivos. De salud, de disciplina social, o evitar los conflictos de la primera década de siglo XX, etc. Pero más allá de eso se trata de una experiencia del habitar que tuvo implicancias culturales e identitarias en las familias obreras como asimismo en la actividad comunitaria, política y sindical. Identidad que se ve reforzada por el trabajo de las Cajas de Previsión Social, cuya actividad, como agentes de seguridad social, también tuvo como centro la habitabilidad. Tal vez el ejemplo más conocido es el de Villa Portales.

El modeló se abandonó en los años 70 y 80. El neoliberalismo saqueó esa construcción Estatal y comunitaria. Chile aparece como el ideario más extremo.

El cierre de las minas de carbón en los años 90 puede ser la memoria más cercana del cercenamiento de la identidad que trajo ese proceso. No se trata de simple cesantía. En torno al Carbón, para bien y para mal, se construyó una cultura que hacía de cierta existencia, común. Abuelos y padres son obreros del Carbón y de pronto, sus hijos ya no lo son. Son los ex obreros. Y no se puede ser ex algo.

El prefijo “ex” muestra esta rasgadura. Tiene dos significados, uno que refiere a la separación y la privación, y otro que explicita lo que fue y ha dejado de ser.

Los rastros de ese proceso la constituyen edificaciones desahuciadas. Monumentos reducidos a escombros o fachadas. El silencio constituido en locus.

Desde la desaparición forzada al exilio, de la tortura a la prisión política, desde la disolución de la organización sindical hasta el cierre de las fábricas. Todas constituyen el relato de la ausencia que me enlaza y nos enlaza. Economía sólida/cierre de conflictos del pasado. Un ceremonial mortuorio, para el pago de nuestra existencia.

No una afasia, sino un lugar que se constituye mudo.

Una hermenéutica latinoamericana necesariamente está imbricada a esa desaparición.

Es necesariamente una hermenéutica de la soledad. De lo que fue y no es.

Piensen en HIJOS, en las madres y abuelas de Plaza de Mayo que cada tanto anuncian: “hemos recuperado al nieto”.

Piense en los niños y niñas Aché de Paraguay.

Cuando comenzó la saturación de contaminantes en el aire en la cuenca del Mapocho, miraba los claveles de mi abuelo. Me preguntaba qué tipo de señales le permitían interpretar el aire y distinguir entre el agua buena y el agua mala.

En Chile existió una práctica moralmente aceptada y amparada por el Estado, la Iglesia y las clases altas, en que mujeres eran separadas de sus hijos e hijas y estos dados por muertos. Ya porque se trataba de mujeres pobres, ya porque se trataba de mujeres jóvenes, solteras, y de familias oligarcas.

¿Qué clase de autobiografía podría escribir usted si fuera una niña Guaraní o Argentina o Chilena?

¿Podría afirmar: “estos son mis padres”?

Intente una biografía familiar de ciudad Juarez, El Salvador, el Pueblo Maya, Nicaragua, Falsos Positivos de Colombia, Acteal, Amazonas, Barrios Altos.

Si de verdad existe cierta simetría entre lectura y escritura. O si al menos se tocan. Si quisiera escribir su propia historia ¿a qué nociones debería echar mano?

A qué tipo de diccionario debería recurrir. A lo mejor uno silencioso.

Qué herramienta utilizar para desentrañar el significado de las palabras y los gestos que considera suyos.

¿Qué hermenéutica utilizar?

Una exégesis sin voces, sin familia.

Una de despojos.

De abandono.

Epífita.

Una hermenéutica de la herida.

 

 

 

Raúl Ignacio Valenzuela Rodríguez (1974). Poeta. Estudió derecho en la Universidad de Chile. Posee estudios de literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Tiene una maestría en Derecho Penal Constitucional de la Universidad de Jaén (España). Actualmente cursa una, en segundo semestre, en Estudios Culturales Latinoamericanos en la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia.

El año 2000 fue becario de la fundación Neruda y publicó “Apocalipsis sin importancia”.
Posteriormente partió a la Provincia de Arauco. El 2003 recibió la beca de Creación Literaria del Fondo del Libro.Trabajó en Curanilahue, Lebu, Temuco, Ancud, Castro, Puerto Varas, y Coyhaique. El 2015, mientras trabajaba en Puerto Cisnes, publicó “Diálogo a Solas”. El 2017, con la Biblioteca Pública de Chañaral, “Para Escapar en Bicicleta”. En esa época vivía en ese puerto.  El 2019, publicó “El Patio”. Actualmente reparte su tiempo entre la ciudad de Los Andes y Santiago.

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