Guatemala. Javier Payeras. “EVERYTHING IN ITS RIGHT PLACE”

Josue Bello

Foto: Josue Bello

 

 

 

EVERYTHING IN ITS RIGHT PLACE

Javier Payeras

 

 

Llevo debajo de los lentes dos faroles rojos rodeados de ojeras. Ojos y ojeras. Lo que encuentro al verme de frente en el espejo.

 

Los días revientan en fiebre y en síntomas de resaca.

 

Creo que estoy acumulando demasiada ciudad. Demasiado hastío de esta ciudad. Me siento enfermo de tanta saturación derramada en todas las esquinas de este lugar. Este limbo. Ni cielo, ni infierno. Nada del todo. Una enorme planicie. Eso.

 

Caminar para alejarse de uno mismo. El miedo que los guatemaltecos sentimos no es externo, está adentro.

 

Una sombra enorme cubre el Centro. Un techo fijo. Azul oscuro. Lo veo y siento el deseo de acabar con los deseos de la rabia. Siento ganas de que esta ciudad salga de adentro de ni cabeza. Me obsesiona el tema.

 

No es fácil vivir caminando por el mismo sitio una y otra vez. Salir y hacer notas que concluyen en nada. Hastío, nada más.

 

Poesía y humor. Humor negro y cruel. Poesía bastarda.

 

A veces la escritura brota de la escritura. Ir de largo para reencontrar ese objeto perdido. Ese consuelo momentáneo que se halla cuando uno está a solas con las palabras. La escritura no redime, pero consuela.

 

Uno en realidad quisiera amar algo. Salir del Limbo. Pero las personas parecen hallarse en la otra orilla. Duele verlos alejarse. Entonces, no queda más que aprovechar la soledad y escribir sobre todo.

 

Hablar de lo que sobrevive. Hablar de lo que se puede hablar.  Eso que constantemente nos cuestiona.

 

Los vestigios de una vida: sentir apatía por todo. Apatía por el entusiasmo que siempre conduce a nuevas crisis. Esos tramos de nubes que traen ideas confusas. Que van cargadas de palabras y de silencio.

 

El ruido se lo traga todo.

 

Una novela romántica. Esa donde el observador nos conmueve pasivamente. El diario de un día. Carne. Deambular de un lugar hacia otro. Vacío de minutos. Minutos que se olvidan. Escribir para el olvido.

 

Todo está en el lugar correcto, todo, todo está en el lugar correcto: alumbra y sigue alumbrando como zumbido el rumor de las campanas. Suena y resuena el tintineo de las campanas y persiste el rumor de la oración, ese rumor de la luz  y de la sombra y del malestar de la sombra en la luz. Este es el lugar correcto: los ancianos pordioseros se arrastran por todos lados bajo la sombra helada de la catedral. Los evangélicos con sus woofers alcanzan el cielo fluorescente. Toneladas de pegamento de zapato llenan los pulmones de los niños indigentes. Y adolescentes piojosas abren sus piernas por lo que puede costar una tortilla y una Coca Cola.

 

Todos quieren irse a dormir y soñar en lazo común. Todos se maldicen en sueños, insultándose a regañadientes con tirria, riñéndose contra la pared, lanzando codazos contra nada, hablando solos. Desperdicios de bolsas de comida rápida, tarjetas de teléfono celular, bolsas de Doritos y mierda, mierda por todos lados y todos colores. Pero-todo-está-bien-en-este-lugar-tan-seguro. Everything, everything, everything, everything.In its right place. In its right place. In its right place. Right place. La pared está envuelta y las calles en plena restauración. Recuperación del Centro Histórico. La gente debe transitar e inspirarse para contar historias de espantos y desaparecidos. Invocar manifestaciones frente al Palacio Nacional. La gente debe tener un lugar seguro. Poner monumentos. Sentarse tranquilamente a escuchar el tintineo de la fuente. La ciudad debe ser eso. Un lugar seguro.

 

Los zombis acuden a desentrañar el misterio de cómo se sacan monedas de un quetzal de los teléfonos públicos. Mujeres con niños en los brazos, con trajes de payaso, cuyo padre también es un payaso y con otros niños que también son payasos. Nadie les da dinero. Dan lástima. Lástima. Si no les das van armados, hablan entre sí. Llevan piedras. Llevan cuchillos y armas hechizas. Hacen guerra. La restauración del Centro Histórico no puede librarnos de ellos. Pasan revista a las provisiones de boca y de guerra. Estamos en una guerra que aún no comienza. Cachos de pan seco. Avaros de sus desperdicios, prefieren darles su vida a los perros. Sustancias de siete nudos bajo un pañuelo debajo de un ombligo y vuelto sobre el excremento que pende del hipotálamo. Sueños agitados por crack o pegamento o VIH o locura. Simple y rabiosa locura. Ojos carnosos y con hambre. Perros quebrados. El predicador continúa azotando los oídos. Biblia usada. Biblia bajo la luz eléctrica. Cerdos con hambre tan invisible. Tan anormales como es anormal este lugar seguro. A veces los despierta el berrido del predicador que se siente salvador de los perdidos dentro de esta Plaza. A veces el sollozar de una mujer que de pronto despierta y se lanza desnuda a la fuente. Ciegos músicos. Soldados que salen luego de ser prisioneros políticos de la miseria de un puto pueblo abandonado. Moscas y moscas y moscas. A veces valetudinarios tiñosos de respiración sordomuda. Gritos largos sin acento humano. Pero todo está normal, este es un lugar seguro. En este lugar seguro, un borracho cae. Cae muy despacio. La sociedad extraña de los borrachos. El predicador salvador unigénito de la Plaza escucha la palabra madre, entonces clama a Dios y aúna su llanto con el del borracho que sigue cayendo. Roban un teléfono celular y nadie hace escándalo. La policía siempre está de feriado. ¡¡¡Gringos hijos de la gran puta!! Exclama Patachueca, un exguerrillero que lleva 20 años de vivir en la Plaza-lugar-seguro. Todos se ríen. Nos reímos. Todos nos reímos. No vemos nada. No sentimos nada. No escuchamos nada. Fatigados quedan el predicador y el borracho. De pronto una visión  profética, como el que sueña y rueda hacia el vacío, se encoge el predicador, las pupilas se dilatan, corren lágrimas, llueve engrudo ¡Madre! ¡Padre! ¿A dónde se fueron todos? El pastor despierta riendo de su visión: hambre corazón y lágrimas: car-car-car-cajadas de aire salen de las enormes bocinas. Todos se orinan de risa y de miedo. Pierde el aliento el gordo ranchero con barba de Chuck Norris. Nadie oye. Nadie mira. Nadie dice nada. El exguerrillero piensa en una larga fila que se quiebra y en la mujer que dejó embarazada en alguna aldea remota y llora de tener que arrepentirse junto al soldado con pata de palo que pide veinticinco centavos para el trago y junto al huérfano y junto al predicador que sigue gritando. Pero este es el Centro Histórico y la Plaza Central o de la Constitución o como se llame este desierto plano y enajenado. Dos colores en mi cabeza, siento dos colores en mi cabeza. Qué tratan de decir. Percibo dos colores en mi cabeza. Qué tratan de decir: Everything in its right place.

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JAVIER PAYERAS, Guatemala (1974). Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado: Slogan para una bala expansiva (Poemas, 2015), Fondo para Disco de John Zorn (Diarios 2013),  Imágenes para un View-Master (antología de narrativa 2013), Déjate Caer  (poesía, 2012), Limbo (novela 2011), La Resignación y la Asfixia (poesía 2011), Post-its de luz sucia (poesía 2009), Días Amarillos (Novela 2009), Lecturas Menores (Ensayo 2007), Afuera (Novela 2006, segunda edición 2013), Ruido de Fondo (Novela 2003, segunda edición 2007), Soledadbrother (2003, 2da edición 2011, 3era edición 2012, adaptación al teatro a cargo de Luis Carlos Pineda y Josué Sotomayor 2013), (…) y otros relatos breves (Relatos 2000, 2da edición 2012), Raktas (1era edición 2000, 2da edición 2013). Es antologador de Microfé: Poesía Guatemalteca Contemporánea (2012). Su trabajo ha sido incluido en diversas revistas y antologías en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Actualmente escribe en el blog www.javierpayeras.blogspot.com y en la columna de opinión “El Intruso” en el diario Siglo 21 en Guatemala.

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