Asedios
El asedio de las micros,
un chico se desvive,
debe cruzar la calle.
Camina despacio
entre la muchedumbre alborotada,
tiene que hacerse paso
entre tanto sudor.
Refulgen los escaparates
de la ciudad triste y soleada.
Ya no hay cobijo
en el país de las hostilidades.
Se tuercen los calendarios,
porque siempre es lo mismo
como tarjeta postal.
El chico llega a casa
y está solo.
Los padres siguen trabajando.
Se prepara un pan con queso
y mortadela,
mientras en la TV
anuncian nuevos decomisos
de droga o pobreza.
Se acuesta mirando la ventana.
Sonríe.
Bien podría ser mañana, piensa,
cuando el día por fin se ilumine
por el fuego de las barricadas.
Piso 30 y contando
Piso 30 y contando
Allá arriba, apenas se siente el viento,
encajonados en ataúdes
con vista a la ciudad.
¿Cuántos más cuerpos se amontan
entre el cemento y la plusvalía?
Pero no preguntes.
No discutas.
La deuda expira en cuarenta años.
Hora de dormir:
aprieta los dientes
y envuelve tu sangre entre las sábanas.
Bosteza Santiago
en medio de la neblina ocre.
Los diarios seguirán hablando del futuro,
aunque colapsen los alcantarillados
y salgan las ratas
ávidas de intersticios.
Subterráneo
Tan solo esta noche violenta,
hélices como arañas altivas,
enredando flores y luceros.
Los trastos se acumulan,
la mala hora, el tedio,
la simple razón de las piedras.
Me hacen púgil sonoro,
siniestra mandrágora de revelaciones.
Reflejo continuo.
Reflujo continuo.
Odios que les salen y solo en mí refulgen.
Me he desprendido de todo:
el carnet, los pantalones,
las citas pasajeras,
nuestras feligresías y escalpelos,
hasta el mismo arrebol
y la maldita botánica.
Ya vendrá aquel tiempo
en que habré de levantarme.
La senda sigue intacta.
Cada paso será una huella distinta.
Acerca de la neurosis
Ñato, qué difícil es lidiar con la neurosis.
A veces hasta el gato inoportuna.
Qué decir de la señora Candela o el tío Cigarro.
No puedo con tanta gente.
Con tantos gritos, silbidos y peroratas.
Es que no puedo. No puedo.
Y no es falta de cabeza, precisamente.
Más bien: son muchas cabezas dentro mío.
Cabezas furiosas gritando,
golpeando el muro.
Algo me dice que estás presente
Algo me dice que estás presente:
en la multitud de tantas cosas
por hallarte a mi lado,
en un puro delicado,
o en un cuadro de Modigliani.
Lo miro. No estás ausente.
No te has alejado.
Nunca pudiste haberte alejado.
Noche oscura en que te invoco,
piedras que chocan
y te devuelven.
Llenas de fiebre corren las sombras.
Llena de fiebre corre mi estirpe.
Te dibujo, tengo ganas
de dibujarte y descubrirte dibujada,
levemente contorneada.
Bailamos por ti, el tintero y yo,
por soñarte aquí,
temblando en las prendas,
dibujadas, se escapan de mis manos.
Pero me hablas. Me sigues hablando.
Me acompañas con aquel recuerdo:
cae la lluvia.
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Francisco Marín Naritelli (Talca, 1986) es periodista y Magíster en Comunicación Política
de la U. de Chile. Autor de los libros Otoño (Piélago, 2014), Las batallas por la Alameda.
Arteria del Chile demoliberal (2014), Desaparecer (2015), Interior con ceniza (2018),
estos tres últimos por Ceibo Ediciones. También formó parte de la antología de cuentos
Todo se derrumbó (2018), editado por Santiago-Ander. En 2019 publicó el volumen
experimental El perfecto transitivo y en 2021 Aguante!, ambos por Ediciones Filacteria.
Exdirector del diario Cine y Literatura (2017-2020), ha escrito en medios como El Dínamo,
La Hora, Ojo en Tinta o radio Biobío, siendo crítico literario habitual en El Mostrador.
Actualmente asiste al taller literario de Gonzalo Contreras, y se desempeña como profesor
de Periodismo en la Universidad Nacional Andrés Bello (UNAB).