EL 18 DE OCTUBRE Y EL PERRO MATAPACOS

 

El segundo aniversario del 18 de octubre, estuvo marcado por múltiples manifestaciones masivas a lo largo de todo el país. Una potente señal que indica que esa energía popular que surgió hace dos años en las calles no se ha disipado, que tiene aún la capacidad de autoconvocarse y de desplegarse como una fuerza heterogénea, con distintos rostros, aparentemente contradictorios entre sí, pero que logran conformar una unidad: la fiesta popular, la protesta, lo carnavalesco, la violencia, la rabia, la alegría, el dolor por las víctimas, el heroísmo, la manifestación pacífica, el despertar. El estallido es una fuerza que no marcha, se congrega, no va de un punto a otro siguiendo un líder o una pancarta, sino que se encuentra y se despliega, orgullosa de la ausencia de liderazgos. Si un encapuchado choca accidentalmente con un manifestante pacífico, el enmascarado se devuelve y ofrece respetuosas disculpas; si el efecto de los gases lacrimógenos afecta a un manifestante, un desconocido lo auxilia con agua de bicarbonato; las brigadas de rescate; la primera línea; las murgas, conforman una comunidad en movimiento.

Si aceptamos que quienes han poblado las calles, visibilizando las transformaciones necesarias, son un cuerpo colectivo que a pesar de la heterogeneidad, hay entre ellos y ellas una convivencia en igualdad donde nadie es más importante, debemos poner atención especial a la iconografía que este movimiento produce a borbotones. En la conmemoración de ayer lunes, quien ocupó el principal espacio simbólico, fue una vez más el Perro matapacos, coronando el pedestal que abandonara Baquedano, y que se ha transformado en estos años en un espacio de disputa cultural. Resulta difícil describir la emoción en la que explotó la multitud cuando vio al emblemático perro encaramado en el sitial de honor dominando la plaza Dignidad, como si se tratara de un héroe patrio. La relación con Matapacos ha llegado a niveles totémicos, es decir, existe una identificación con los elementos simbólicos que se desprenden de su figura. Hasta principios del siglo XX, etnólogos y antropólogos concordaban que el tótem era una expresión religiosa de pueblos “primitivos” o “semisalvajes”, anclados en una visión evolucionista. Sin embargo, estudios posteriores, entre los que destaco los realizados por Claude Lévi-Strauss, fueron demostrando que el tótem era una expresión de ordenamiento social más que religiosa y que se daba de múltiples formas, dependiendo del contexto cultural, no existiendo una universalidad en sus ritos y expresiones, aunque siempre se trata de una relación particular entre el ser humano y la naturaleza, algo difícil de comprender desde la mirada judeo cristiana, en cuanto esta tiene la visión que el ser humano, específicamente el hombre, fue creado a imagen y semejanza de Dios. En las culturas totémicas, el ser humano y la naturaleza conviven en igualdad, por eso buscan en los animales, en la lluvia, el sol, etc. Atributos con los cuales conformar su propia identidad.

El Matapacos es la representación de un perro callejero que acompañaba a los/as estudiantes de la Universidad de Santiago en las protestas del 2011 que, de acuerdo con la leyenda, mostraba una bravura inusitada contra las Fuerzas Especiales de Carabineros, pues estos maltrataban a los jóvenes que lo habían de alguna manera adoptado. Ya en este breve relato vemos algunos atributos que se acoplan con el Estallido: la condición de paria, pues no es lo mismo ser un perro de casa, que un animal que ha hecho de la calle su hábitat, lo que le da a su vez el concepto de libertad. No obstante, no es un perro salvaje, solo lo es contra carabineros, cumpliendo así la condición esencial de un tótem, que es el de la protección. Para los jóvenes no era salvaje, era un compañero, la prueba de ello es la pañoleta, esta prenda, inusual por cierto para un perro, era lo que lo hacía formar parte de una comunidad, lo igualaba con otros/as manifestantes que también usaban la misma pañoleta, quien o quienes amarraron ese pañuelo en su cuello lo reconocieron como igual. Por último, su nombre no es su nombre, es más bien una “chapa” de combate, un seudónimo, no está individualizado, de hecho, los estudiantes el 2011 tomaron la costumbre de ponerle pañoletas a otros perros, en la fantasía que cualquier callejero podía tomar los atributos del mítico Matapacos.

Ayer, a dos años del estallido el callejero escaló su negrura hasta lo más alto de la Plaza Dignidad, entre gritos y aplausos de una multitud que a martillazos ha derribado monumentos, carta magna, líderes. Una multitud que pide justicia en términos amplios, justicia histórica y efectiva para sus víctimas, justicia social y económica, justicia para los presos y presas a quienes no olvida, una multitud que sabe que no puede confiar en un/a líder o un/a representante, sólo puede confiar en alguien a quien no tenga que seguir, el perro Matapacos no es la personificación de un líder, es más bien un compañero de viaje.

 

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