Chile. Narrativa. Daniela Acosta. El otro tiempo.

Asunto: todo lo que yo hubiera deseado
Fecha: martes, abril 18, a las 11:47 horas

Recordé, no sé por qué, a una compañerita de la básica. Era una amiga muy cercana, si no la más, a esa edad en que tienes que tener una amiga, una mejor amiga. Éramos muy diferentes: ella desinhibida, yo la más tímida de la clase; ella muy segura, yo siempre titubeante; ella de pelo muy crespo, yo puras mechas tiesas; ella con un montón de hermanos siempre gritando, yo a esa edad todavía hija única. Ella tenía todo lo que yo hubiera deseado: había ido con toda su familia a un restorán de comida china en su propio auto.

Yo ni siquiera me lo podía imaginar. Me dijo: fuimos el fin de semana a comer comida china. Yo jamás había ido a un restorán. Lo más exótico para ese tiempo era ir el sábado a la noche con mi papá al carro de los completos que había en nuestra calle. Pedir un italiano y una bebida individual. Esperar ahí en el frío, el suelo de tierra mojada, una banca de madera, que nos dieran ese pan tibio con palta, tomate y mayonesa. Eso era lo más cercano a un restorán que cabía en mi cerebro. Una vez pasó que estaba cerrado. No íbamos todos los sábados, pero era casi una costumbre, un rito. Como había un montón de carros y puestos de completos en la calle principal, hicimos una especie de tour que fue un fiasco. Que la vienesa tenía unos grumos misteriosos, que la mayonesa era de envase, que la palta tenía soda para mantener el color. No logramos conseguir ningún italiano decente, pero fue lindo ir por ahí en busca del pancito perdido, a pesar de la frustración de no llenar nuestros estómagos con algo medianamente pasable. En ese momento fue un derroche de plata que se me hacía inmenso.

Entonces imaginaba a mi amiga con sus hermanos y sus padres en su auto, yendo a una parte de la ciudad que yo desconocía. Los imaginaba en un lugar dorado, lleno de adornos rojos que se moverían con el viento. Me imaginaba que la comida china era un manjar maravilloso y desconocido que llevaba a la belleza y la alegría de la panza. Pensé que en esa comida había algo a lo que yo no tenía acceso, a lo que nunca podría tener acceso. No solo por el hecho de ir a un restorán y sentarse a comer, que alguien te sirva, cosas tan lejanas para mí en ese entonces, sino por ese aventurarse en compañía de un familión, ese concepto del que uno se enamora, como si el resto no importara, como si las otras formas no tuvieran el mismo encanto.

Me gustaba ir al carro de completos los sábados, pedir mi italiano y mi fanta.

 

Asunto: Santiago
Fecha: viernes, abril 24, a las 00:45 horas

Acabo de terminar de ver “Santiago”. Al principio me pareció que iba a ser un bodrio, un cuico más hablando de lo pintoresco de uno de sus empleados (empleado de su padre, por cierto, como los cuicos), del amor con que trataba a la familia y ese tipo de cosas. Pasaron muchos minutos, casi todo el documental, mostrando la intimidad de Santiago, sus excentricidades expuestas ante la cámara, su histrionismo, sus obsesiones con la realeza, su departamento pequeñísimo y lleno de objetos que lo acercaban a un mundo al que no pertenecía y por el cual sentía devoción. En un momento, y eso me partió el corazón, casi al final, luego de recibir la misma orden de repetición de escena en demasiadas ocasiones, Santiago se dirige al director por primera vez un poco ofuscado, aunque quizás solo cansado, pero lo llama “Joaozinho”, tal como lo llamó toda la vida. Joaozinho, con reverencia en la voz, con un poco de rabia por lo abatido, pero con respeto al patrón que lo hacía exponerse una y otra vez sin conseguir la toma que, según él, era la indicada.

Por suerte era el punto álgido y no algo de lo que yo me percaté. Joao se da cuenta y relata la forma en que había estado trabajando con Santiago, sin perder nunca esa relación hijodepatrón-empleado, desde lejos, como mirando un animal exótico y no una persona.

Encontré valiente que editara ese material, que expusiera su estupidez.

De todas formas, Santiago no se percató. Murió antes de que Joaozinho terminara su película (la terminó 10 años después de la filmación) y no volvió a visitarlo.

¿Hasta dónde puede llegar el uso de una persona para una obra? A veces los autores, creadores, como sea que se denominen, no importa mucho, se acercan a las personas, las estudian o algo así, y me da una sensación extraña. A veces creo que me pongo de esa forma. Con la excusa de investigar, también, me he expuesto a situaciones en que todo me parece ficción. Por supuesto, puede ser solo una excusa para carretear, siempre. Pero el riesgo de que todos sean personajes, ya no personas, está.

¿Qué has visto tú, amor? ¿Hay alguna cosa que te parezca que deba revisar? Dale, cuéntame, haz memoria. De seguro viste alguna cosa que sea buena para nosotras. Comparte conmigo.

 

Asunto: las abuelas me aman
Fecha: martes, mayo 12, a las 19:47 horas

Me ha pasado el último tiempo que pincho con las abuelas. No es algo sexual. Creo.

Hace un par de semanas, por ejemplo, pasé a una tienda, una regalería, como llaman acá a los bazares. Necesitaba una vela. Una abuela atendía, sola. Me dijo: es muy linda esa con la brillantina. La vela en verdad era linda, muy adecuada a lo que yo estaba buscando, así que respondí: ¡preciosa!, con un entusiasmo medio bobo. En menos de un segundo, la abuela arremetió con un sí, como vos y yo me sonreí toda colorada por el piropo.

Salí de la tienda sintiéndome un poco tonta porque no supe cómo responder al piropo, si tenía que hacerlo, siquiera. Así llegué a la parada del colectivo. Cuando vino, y avanzaba la fila, otra viejecilla me dijo que subiera primero, que ella estaba después que yo, que se había ido a sentar un rato. Le dije no, por favor, haciéndole el gesto para que ella pasara antes. En esas gesticulaciones estábamos cuando un hombre grande, brusco, nos apuró diciéndonos que nos subiéramos de una vez. Rompió mi burbuja de amor con las abuelas esa tarde, el muy cruel.

 

Asunto: brother
Fecha: sábado, julio 28, a las 00:47 horas

Mi adorada:

No sé qué ha pasado en estos días contigo, mujer. ¿Estás bien? ¿No tienes ninguna aventura que contarme? ¿Ningún plan? ¿O simplemente te cansaste de estar frente al computador? Bah, no pasa nada. Solo que cuando tengas un rato, acuérdate de mandarme unas líneas. Necesito saber de ti.

Por mientras, te pongo al corriente: el otro día soñé con mi hermano. El sueño era simple. Ahí estaba, con su risa de niño chico inocentón, con sus ojitos achinados, con su voz diciéndome hermana en vez de llamarme por mi nombre. No sabes cómo me conmueve que haga eso. Puede ser una estupidez, pero me da ternura.

Y es raro. Mi hermano usa poleras rosadas a veces. Se viste de guachiturro. Antes fue emo, se alisó el pelo, se rapó, se dejó una sopaipilla en la cabeza. Hablo como una señora cuando hablo de él. Me parece tan chico, siempre tan menor. Lo veo tan lejos y no sé cómo podría acercarme. Nos separan los gustos, la vida, nuestros pensamientos políticos, quizá, nuestras influencias, nuestras familias. Nos acerca el cariño que nos tenemos, pero no sé bien de qué hablarle. Vivimos tan poco tiempo juntos. Fueron años, pero de la niñez más niña y ahí alcanzamos a forjar el amor fraternal, no a compartir más o hacernos íntimos.

Es extraño eso con los familiares. Hablar de nada en reuniones. Los miro de lejos y siento que no pertenezco, que no puedo pertenecer a ese humor, a esas conversaciones sobre otra gente, sobre el deber ser de otra gente. Una vez tuve una conversación seria con alguna tía, pero sucedió lo que siempre sucede. Me ofusqué demasiado por no poder refrendar sus palabras sin que quedara la cagada. Época de consensos, dirás. Pero es una mierda si no sé cómo decir las cosas que pienso sin ofender al resto. Me parece que es la trampa de las familias, o de la mía, al menos: que te importe mucho, que se impongan mucho, que no te den los ovarios para responderles lo que se merecen en su cara.

Lo mismo es una tontera preocuparse por ofender al resto. A veces, al menos.

De todas formas, el sueño fue lindo, sin nostalgias ni nada angustiante, era solo el recuerdo de su presencia en mi vida. Desperté sintiendo de algún modo una conexión con él, como si un hilo plateado nos uniera aunque estemos en países diferentes, aunque no hablemos nunca.

Me voy a dormir. Te mando un beso muy apretado.

 

Asunto: pobre niño con dinero
Fecha: martes, septiembre 10, a las 19:47 horas

Hoy fui a la verdura. Es cierto, siempre voy a la verdura. Todos los días que me animo a salir del departamento, al menos. Estaba Verónica, que es mi favorita, pero no me atendió. Me pidió atender primero a una vieja que estaba con su hijo y le hice el gesto de obvio. La vieja me la encontré una cuadra antes, cruzando la calle. A veces voy sin audífonos para escuchar a la gente y con lentes oscuros para que no se note tanto cuando los miro. La vieja retaba a su hijo por un vuelto mal recibido. Iba con dos hijos y retaba al mayor, de unos 8 o 10 años, no soy muy buena con las edades. Le decía que hiciera las cuentas y se acordara cuál era el cambio que le habían dado. Insistió con lo mismo y con la responsabilidad de gastar plata. Una cebolla morada. Que para tener plata, hay que trabajar, que cuesta mucho. Dos tomates redondos. Que mamá y papá trabajan duro para darle plata. Un morrón rojo. Que cómo no se fija en el cambio, que tiene que ser responsable. Un repollo morado chico. Que cuando lleguen a casa se acuerde y ahí le devuelve la plata. Mejor un morrón picado, que cuesta la mitad. Que deje de llorar, que tiene que acordarse del cambio, que no puede andar así sin mirar lo que da y lo que recibe. Un rocoto, pero que pique. Que cómo no se fija en lo que da, en lo que le devuelven. Que cómo no cuenta. Que qué estaba pensando. Que tiene que ser responsable. Que la plata cuesta. Que papá y mamá trabajan todos los días para tener plata y la plata les sirve a los adultos para comprar cosas.

Ya tengo todo para hacer el saltado. Viene Alan y me cobra. Me voy.

 

Asunto: D.A.
Fecha: lunes, febrero 07, a las 11:11 horas

Mira lo que encontré, aburrida, capeando el calor en la pega. Es parte de un diario que lleva esa chilena que conocimos en el parque la otra vez. ¿Te acuerdas de ella? Como sea, acá está. Dime qué te parece:

Pienso: esta noche sí me tengo que masturbar. Hace días no lo hago porque he estado triste y cansada.

Es tarde. Me pongo el pijama. Meto la mano derecha bajo la ropa. Antes la entibié en mi espalda. Me toco. Abro camino principalmente con mi dedo medio entre los vellos. Llego al clítoris. Lo toco un poco. Suave. Presiono un poco más. El sueño me vence.

Un hombre está bajo los plumones, bajo toda la ropa de cama desordenada. Me come la concha. No sé quién es, si estoy curada y despertando, si perdí la conciencia en una fiesta ni quién es él. Siento su boca y también su lengua y su barba. Me gusta lo que hace. Sus manos han separado mis piernas con firmeza y cuidado. Ha agarrado mi culo, ha metido su mano por mi espalda, acariciado mis muslos y pantorrillas. Sigue con su boca, chupándome. Me gusta lo que hace, pero quiero saber quién es.

Las tapas, blandas y acolchadas, no las puedo levantar. Alzo la cabeza, trato de recobrar la conciencia, salir de ese estado de embriaguez. Se siente bien, pero es peligroso. No tengo idea de quién me está comiendo la concha. De esa forma.

Con mucho esfuerzo me despierto. Mi mano sigue donde quedó cuando me dormí aunque mi dedo está moviéndose, presiona el clítoris, se mueve hacia los bordes. Todavía siento las manos del hombre, su presión en el culo sobre todo. Estoy sumamente caliente y contenta.

Como podrás apreciar, hay días en que la pega es muy tranquila. Cosa que no es tan buena para mi jefa, pero sí para mí. Vagabundeo en Internet, me invento que traduzco cosas, anoto, dibujo un montón, me aplico en la filosofía del aburrimiento.

Me gusta cómo la chilena habla de su cuerpo, lo perdida que puede estar, lo caliente también.

 

Asunto: oscuridad
Fecha: lunes, febrero 27, a las 23:58 horas

En días como hoy no puedo hablar con nadie, por ningún medio.

 

Asunto: antes
Fecha: jueves, junio 15, a las 23:47 horas

Estoy a punto de dormir, he visto muchas películas y en el día salí un rato a tomar sol. Ahora me estaba quedando dormida, desperté un rato y la película que tenía puesta en el compu ya había terminado. La música de los créditos hizo la magia. No me di cuenta de que estaba tan cansada.

Se me mezclaron los diálogos de la película y los pensamientos del día. Pensé en los problemas de comunicación que nos alejan de quienes queremos. Pensé en las palabras y las cosas. En lo lindo que sería que nos bañáramos en el mar y camináramos por bosques, sin contacto con gente. En viajar contigo, en que ya no me escribes, en las piedras gigantes de Baalbek, en los ovnis, en el sabor de la granada, en la posibilidad de una isla. En Monsanto y en qué demonios podré comer mañana que no me haga mal, en cultivar mis propios alimentos, en la sensación de abandonar el cuerpo, en el traslado, en que el sol es de oro.

Me gustaría tanto saber qué piensas tú antes de dormir.

 

***Daniela Acosta (Santiago, 1982). Estudió periodismo en la Universidad de Chile. Ha cursado estudios de arte, gestión cultural, literatura y comunicación en diversas instituciones. Entre ellas, Universidad de Buenos Aires, Flacso Buenos Aires, Balmaceda Arte Joven y Universidad Finis Terrae. En 2010 publicó en formato digital la plaquete de poesía La otra velocidad por La Calle Passy 061 Ediciones, en 2011 su cuento “Resbalín” apareció Voces -30. Antología de nueva narrativa chilena, publicado por Ebooks Patagonia. A fines de 2016 publicó El otro tiempo, su primera novela, por Libros La Calabaza del Diablo.

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