Armando Rubio Huidobro, hijo ilustre de poeta y padre ilustre de poeta, claramente no había alternativa, las cartas estaban echadas, había que adscribirse al género, y así desde una temprana edad inicia su relación imperecedera con las letras y la página en blanco.
Armando Rubio nació en la ciudad de Santiago en 1955. Realizó sus estudios de Enseñanza Media en el emblemático Liceo José Victorino Lastarria, en la comuna de Providencia. Luego continuó estudiando Licenciatura en Ciencias Sociales el año 1974, pero en 1976 se traslada a Periodismo, carrera que continuará hasta aquel fatal 1980.
El poeta formó parte de la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ), la primera agrupación de creadores literarios que emerge en plena dictadura, allá por el 1976. En esta instancia participa compartiendo con entusiasmo y rebeldía los sueños de aquellos jóvenes escritores que armados de la música secreta de las palabras iluminan y desafían el denominado “apagón cultural” que oscurecía los cielos de la república. Es en este contexto que sus poemas aparecen publicados en la única antología de la UEJ: “Poesía para el Camino”, editada por la Universidad Católica el año 1977. Al año siguiente el poeta Armando Rubio se integrará al Taller Altazor, dirigido por el Premio Nacional de Literatura Miguel Arteche.
Ningún libro fue publicado en vida, su obra se encontraba diseminada en una diversidad de revistas como La Bicicleta, Atenea y otras que circulaban en el panorama literario de aquellos días y en antologías como la anteriormente mencionada. Esto se mantendrá así hasta la aparición el año 1983 de su libro póstumo “CIUDADANO”, obra reunida y prologada por su padre, el poeta y juez Alberto Rubio, bajo el sello de ediciones Minga. Posteriormente esta obra será distinguida con el Premio Municipal de Poesía en 1984. Finalmente “CIUDADANO” será reeditado el 2009 por la editorial Tajamar agregando 14 nuevos poemas.
La muerte del joven poeta se produjo un fatídico 6 de diciembre de 1980. La prensa reportó que se ocasionó “Al caer de un sexto piso del edificio ubicado en la calle Coronel Bueras 146 en la capital”.
Este trágico suceso se produjo tras una intensa y regada fiesta, celebrada después de una lectura poética. Las investigaciones al respecto nunca lograron dilucidar si se trató de un suicidio, un accidente o incluso un homicidio.
Armando Rubio, “alto, delgado como una silueta mágica”, así lo recordaban sus compañeros de la Escuela de Periodismo, algo como la estampa de un dandy. El escritor Mauricio Electorat lo recuerda “con una simpatía arrolladora y algo de mimo, muy ligero de espíritu y físicamente. Era alguien que estaba y no al mismo tiempo”.
También el poeta Jorge Teillier señaló: “La llama viva que era Armando se encenderé cada vez que lo recordemos o leamos quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos en su breve tránsito terrestre “.
La obra poética de Armando Rubio caracterizada por su carácter urbano y existencial fue truncada por este trágico episodio, una voz que alguna vez dijo: “Si yo fuese eterno, no tendría la libertad de elegir entre la vida y la muerte”.
Poemas escogidos:
HÁBITOS
Esta vieja costumbre en consecuencia
de amanecer cansado cada día
con la cara de siempre, el mismo aspecto
-cordero estupefacto, ¡no hay derecho!-,
la liturgia congénita de mirarme al espejo:
descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico
-no asienta esa conducta en mansa bestia-;
conciencia de estar vivo y respirando
-con qué objeto, qué sabes-, y otras cosas
que, por último, ahora no tolero:
la plena autonomía de mis gestos
y la fidelidad de mis zapatos.
MATE
Como anciana que se mece
en el fondo del cité,
Dios pasa toda la tarde
solitario con su mate
sobre un eclipse de perros
que se duermen a sus pies.
LA PACIENCIA.
Ya se me está agotando la paciencia;
los días pasan:
nada.
Inconcebible
que nos alimentemos cada día de gestos
y en nuestro desayuno no conste ningún beso.
Cada uno se rasca la cabeza,
resuelve sus problemas:
sentados a la mesa
reímos a la fuerza.
Ya se me está agotando la paciencia;
lo más grave: no sé qué haré sin ella.
He sido caballero, corredor y poeta:
nada vale la pena.
Así no se prospera.
La fiesta sigue igual.
Ya se me está agotando la paciencia.
De muerte natural ya nadie muere.
La muerte no soporta diferencias.
Inconcebible:
la Tierra sigue dando vueltas,
el mundo se enamora y envejece;
inconcebible:
la Tierra sigue, sigue dando vueltas,
y yo ¡que no termine de perder la paciencia!
MONEDAS
Engominado, pulcro,
penetro en las iglesias
altivamente cirio
con mi cara de hostia
dominguera.
Y me arrodillo,
y me confieso, y me persigno,
y regreso a la calle
para comprar barquillos
con monedas hurtadas al abuelo.
ISADORA
Isadora Duncan baila
en un café de París,
y un soldado arroja
la primera granada del catorce.
Aún se disputan la Tierra los hombres,
y renacen
Sordos clamores imperiales.
Con buen ojo el fabricante
arroja al mercado soldados de plomo,
y el cielo se puebla de pájaros extraños,
y se incendia el mar en artificios.
En Siberia cae la nieve sobre los zares,
y el mundo se asombra en los periódicos,
y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.
Los hijos de Isadora
van por el Sena durmiendo,
y ella recuerda a su madre que naufraga en las artesas
de algún suburbio de Nueva York.
Isadora danza descalza
con el último príncipe de Italia.
Isadora baila con el pueblo,
y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,
rompe nuevamente los cristales de su casa
y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.
El hombre admite en los estrados
que la paz es negociable.
Pero ya la Tierra echó a rodar
su cauce decidido.
Ya la rueda enzarza el cuello
majestuoso de Isadora:
el último galán ya se la lleva,
y le ha puesto rojo beso en la bufanda.
Allá va gloriosa la granada
a socavar la arena.
A Isadora la esperan
sus hijos en el Sena;
los muertos de la guerra;
Esenin, el poeta.
Allá Nueva York erige sus piedras
entre heráldicas humaredas.
Pero Isadora baila en las trincheras,
¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!
LAS NUBES
Niño,
las nubes no son de algodón;
las nubes son
el bostezo de Dios.
Niño,
las nubes no son un adorno;
las nubes
son un estorbo:
no nos dejan ver a Dios.
CIUDADANO
No sé de donde viene mi costumbre
de agravarme a las siete de la tarde.
Quizá solo por ser un transeúnte
sin bigote o pañuelo, sin zapato ni amante.
No sé para qué vivo y por qué muero,
si ha tiempo me dijeron las gitanas
que tendré vida cara con final de perros:
o sea que no pienso morir como dios manda.
Conozco bien las piedras de andar, la vista gacha;
recojo los cigarros que pueblan las cunetas
agradeciendo todo en mis andanzas
de oscuros pies de barro y de madera.
Si yo fuera un cantor como soñaba,
me iría por el mundo cantando mis desdichas
para vivir del canto mío y que me escucharan
los que sueñan con una risa limpia.
Pero no tengo voz, ni pañuelo, ni amante;
no sé por qué me vuelvo amigo de los perros
cuando soy un transeúnte de la tarde
sin saber por qué vivo y por qué muero.
Ossandon.ximena@gmail.com