México.René Morales. “La importancia de llamarse Diego Forlán”

diego forlán

 

 

La importancia de llamarse Diego Forlán

 

Estaba en un restaurante español a mediados de 2010 viendo el partido por el segundo y tercer lugar de la copa del mundo de Sudáfrica, que por cierto, en los últimos tres minutos el marcador iba como es de esperarse, tres-dos a favor de los alemanes. Por una falta, marcaron un tiro fuera del área y Diego Forlán fue el encargado de cobrar, si metía el gol se empataba y se iban a tiempo extra y si no, pues terminaba llevándose la medalla de bronce para Europa; Diego con ese nombre que parece un destino de gloria y tragedia para todo lo que entiende el fútbol, en el último minuto estrelló el balón en el poste superior. Siempre he pensado que es uno de los mejores jugadores de la historia, un crack como se dice en el ambiente.

Cuento esta breve anécdota porque cuando me enteré que Solana había ganado una mención honorifica en el premio más importante de poesía para jóvenes de México: el Elías Nandino, pensé inmediatamente en el rostro de Diego Forlán estrellando la pelota en el poste en el último minuto, sin duda Fernando ha de haber sentido lo mismo, estar cerca de empacarse un par de billetes para que, al final, recibiera una mención honorífica, que, bueno, no es poca cosa y que ya quisieran muchos. De menos podemos decir que esta edición que nos reúne nació de esa mención, publicada hoy en el Fondo Editorial Tierra Adentro perteneciente a CONACULTA, con excelente promoción y difusión en todo el país.

Pensaba en la manera en que jugaba Diego Forlán y su elegancia, su manera de meter goles caminando y no podía dejar de pensar en la elegancia que Fernando ha encontrado al escribir en estos últimos años, pensaba que los jugadores se retiran del fútbol a los 30 y que lo mejor de lo nuestro, porque me incluyo en esta generación de artistas nacidos en los ochenta, está por venir.

El título Solana hace referencia a los techos y la sombra (que, por cierto, se entiende mejor que nunca en una ciudad en donde la temperatura puede llegar a los 42 grados centígrados), sin embargo, pensaba en la cercanía que hay en esta palabra con la palabra “solace” que en inglés se usa para referirse al consuelo, en cierto modo toda la poesía no es más que un acto de consuelo, entre otras muchas cosas. La poesía podría ser una reafirmación de que a lo mejor estamos aquí para consolarnos los unos a los otros, para compartir la sombra como se comparte la fiesta o el alcohol en los velorios.

El libro está dividido en cuatro partes de igual intensidad y giran todo el tiempo alrededor de la muerte de Carlos y la nostalgia de la misma; me gustaría acotar que tengo la teoría de que nada es más vital que morir, que no hay mayor acto de vitalidad que dejar la vida; La primera parte que se llama Carlos, y antes de entrar en el tema quiero comentarles que la elegancia con que se maneja el libro es sorprendente de principio a fin, me recordó a La porte étroite de André Gide, ya que si en algo se parecen, es en el fenómeno de tratar de entender la muerte desde la adolescencia, la pregunta es cómo descifrar un mensaje que se da entrecortado por parte de la madre, como si cada que se dijera el nombre de alguien en medio del llanto, ya supiéramos que está muerto; La segunda parte del libro, que se llama Solana hace referencia al modo en que se vive con el fantasma de un niño, el modo en que la realidad sigue creciendo, el modo en que los árboles mueren más lentos que uno; La tercera parte del libro se llama Poemas escritos en el edificio, la cual representa una reflexión acerca del espacio que se comparte con una persona que recién acaba de morir, se cree en los estudios clásicos de antropología como los de Levis Straus que todo lo que ha tocado un muerto conserva, en cierto modo, un poco de su esencia, se cree que la ropa del muerto, el lugar donde dormía o el lugar donde vivía conserva la esencia del que ya no está con nosotros. Fernando en este capítulo, reflexiona sobre los “grafittis”, sobre los letreros que dejamos en las paredes, cuánto tiempo después una pared donde escribimos nuestros nombres, nos olvida; a lo mejor no sólo los hombres sino también los objetos son los que se olvidan de nosotros; El cuarto capítulo que se llama Los sueños de Carlos me hizo recordar que hay una serie de versos de Octavio Paz, que admiro y que es parte de su poema pasado, es claro que hace referencia a la relación con su padre al modo en que vivió y murió, así como la tarde en que tuvo que recogerlo después de que lo atropellara un tranvía. Me llama la atención que Paz pensaba que los sueños estaban habitados por fantasmas:

Atado al potro del alcohol

Mi padre iba y venía entre las llamas

Por los durmientes y los rieles

De una estación de moscas y de polvo

Una tarde juntamos sus pedazos

Yo nunca pude hablar con él.

Lo encuentro ahora en sueños

Esa patria borrosa de los muertos

Pensemos pues que los sueños son esa patria misteriosa en donde habitan los muertos, pensemos que sólo algunos pueden volver de esa forma, que sólo ahí podemos tocarlos, preguntarles como es la vida en esa patria inasible, si se respira bien, si falta algo que no tengamos aquí.

Este libro que reflexiona sobre el modo en que un adolescente descubre el amor, el sexo pero sobre todo la muerte y que desde la perspectiva de Bataille siempre están relacionadas nos permite como toda la buena poesía hacer ese viaje doloroso hacia nosotros mismos, hacia el modo en que nos relacionamos con los fantasmas.

Fernando ha dado un paso decisivo para esta generación, con este libro, pensaba, por ejemplo, en esa afirmación de Aristóteles en La retórica donde explica que la poesía era efecto de la observación pero no de la observación de los sentidos, no sólo de lo que podíamos ver, sino también de lo que creíamos que estaba ahí sin necesidad de que estuviera, digamos pues que la poesía está escrita por hombres y sus fantasmas; por lo que está y por lo que desearíamos que estuviera, es por libros como Solana que regresan a la vida los que no debieron de haber muerto, digamos que la poesía es la prueba determinante de que una nueva realidad es posible que, como decía Walt Whitman, seguramente el poeta que entendió la vida mejor que nadie:

Muero con los que mueren y nazco con el recién nacido

Usted no sabe que es inmortal pero yo sí.

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René Morales Hernández

Nació el 3 de septiembre de 1981 en Ocozocoautla de Espinosa,  Chiapas. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, ha publicado en revistas, antologías y los siguientes libros: Espacio en disidencia (Praxis: 2007: México-Guatemala) El bestiario del perro (Literal: 2008: México) Radiografías (Catafixia: 2010: Guatemala) Notas sobre el fin del mundo (Public Pervet:  2011: México) y La línea blanca (Public Pervet y La regia cartonera:  2013, 2014: México), ha participado en festivales en Guatemala, El Salvador, México y Brasil; su poesía se ha traducido al francés para la revista Estuaire y al inglés para el suplemento cultural del periódico The journal. En el 2014 fue becario del PECDA-Chiapas en la categoría poesía  jóvenes creadores; actualmente es becario del programa jóvenes creadores del FONCA. Desde 2011 dirige el proyecto editorial Public Pervert donde publica a autores jóvenes de Chiapas Guatemala, Hondura y El Salvador.

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