Omar Kuri. “EL SEDUCTOR DE LA PATRIA” O LA NACIÓN QUE ESTUVO EN OTRA PARTE

el seductor de la patria Enrique Serna

 

Editada por Joaquín Mortiz en 1999, El Seductor de la patria del escritor Enrique Serna es la biografía novelada –quizás después de las apologías narrativas de Fernando del Paso- más documentada de los últimos años como obra publicada en México y en Latinoamérica (520 páginas), la cual asiste a los enseres y sufragios de uno de los antihéroes hispanoparlantes del siglo XIX, que por cierto, ha echado de menos el discurso políticamente correcto actual, ese que proviene tanto de las academias de letras como dentro del activismo social ortodoxo: en otras palabras, el libro que nos ocupa aquí comentar es un memorial ficticio sobre la vida de Antonio López de Santa Anna, quien gobernara por varios lustros a indios, criollos y españoles.

Si bien Serna crea al personaje Santa Anna haciendo una investigación hemerográfica y bibliográfica exhaustiva (típica de los profesores que acuden al Archivo General de la Nación) tampoco, hay que destacarlo, es un “mamotreto” inservible hecho con datos históricos descontextualizados; para tal tarea, mejor recúrrase a escribidores que van desde Volpi, y si no peco de insolente, hasta la médula antinómica de algunos libros del maestro Daniel Sada. Por eso y en este sentido, cuando señalo el carácter documental de esta extensa novela, se debe a su inminente estilo polidiscursivo, toda vez que el Testimonio erigido a modo de verdades no absolutas de los personajes, buscan proferir densidad semántica mediante la contraposición en primer lugar, de aquello que dice Santa Anna; en segundo plano lo que quiso aseverar el transcriptor de las memorias del general, y finalmente lo que expone su hijo al jugar el papel de biógrafo connatural; esto, tras el recurso epistolar constante de una escritura fragmentada que jamás palidece por soterrada (en el papel de conciencia histórica y moral en turno), así como a través de registros historiográficos que retratan muy bien el compendio de protocolos militares e institucionales de la época santaannista, de tal forma que con éstos y otro tipo de escritos formales e informales, el y/o los narradores no omniscientes reconstruyen las intenciones e intereses de la vida pública y privada de quien fuera dictador de la nación mexicana en el periodo posindependentista.

Finamente sarcástica, conforme se desarrolla la narración Fictivo-historiológica, en El seductor de la patria –que sin reparo alguno hace recordar el sentido del humor de Ibargüengoitia cuando se refiere a otros personajes “incómodos” de la historia del México- se puede advertir cómo el uso de numerosas estrategias discursivas retumba en el lector por medio de un laberinto de recursos literarios propios de la paradoja y la yuxtaposición. Al respecto, Lola Colomina-Garrigós (2007)[1], dice con puntualidad que “La yuxtaposición de voces unido a la “sinceridad” con que aparentemente habla ahora Santa Anna, revela un efecto cómico en el relato que parece correr paralelo a esta mayor profundidad e interioridad de sus pensamientos: “Sólo cuando me imploran siento amor por el prójimo. Ojalá fuera el Santo Padre o la Virgen María, para estar escuchando ruegos a todas horas (314)” […].

Asimismo, se señala que “la tematización de este efecto irónico de “autocrítica” se repite constantemente en la obra cuando el narrador Santa Anna critica y condena actitudes adoptadas por él mismo, o bien desmiente las acusaciones de abusos para más tarde comentar con otras palabras que los cometió, aunque sin reconocerlos como tales. La contraposición de actitudes contrarias que revelan la falsedad de aquella adoptada por el narrador hace que el tono irónico predomine en estos momentos” (Colomina-Garrigós 2007). Por ello, la Ironía es la herramienta polifónico-sémica que perturba y alimenta la realidad de los personajes principales (Santa Anna, escritor; su secretario Giménez; y su hijo, el biógrafo) puesto que subyace del mismo interdiscurso histórico, es decir, del sincretismo entre nostalgia y acontecer diario, siempre a través de la figura autoritaria, dictatorial y profusamente cínica del protagonista, la intencionalidad por preservar la confusión de los hechos (inclusive en su rol de amante y mujeriego) que provocaron de Santa Anna ante la opinión pública del momento y contemporánea ser tan vilipendiado; la justificación de las infamias y suposiciones de su intransigencia con alegorías o metáforas –enmudecidas y traicionadas por sus amigos y mujeres-, y la incertidumbre temporal existente sólo en un pasado de antaño mezclado con un presente dígase inmediato o efímero (la enfermedad y el exilio, la pérdida de una pierna en una batalla, la infidelidad y la vanidad, por citar unos ejemplos).

Esta novela no escatima en mostrarse lúdica para asir el hecho de cómo la tergiversación en tanto se concibe como un conjunto de subjetividades para guardar secretos de guerra, explicar recomendaciones ético-políticas y descifrar amasijos de placeres y derrotas, puede ir va más allá de ser una autobiografía con el efecto de ser escrita por un tirano, reescrita en forma de solidaridad por las anécdotas contadas que atrapan más por el sentimiento que en sí mismas conllevan, que por la razón y, luego entonces divulgada bajo el compromiso de compartir el bagaje narcisista del dictador supremo y bufón -en este caso, con los posibles lectores conservadores o no ante la postura nacionalista, al ser también sujetos de una parte de la historia del México cuasi constituyente y proimperial-, por lo que dejar abierta esa otra voz que se procura aparecer en este tipo de ficciones, no tiene desperdicio alguno. Así habla Santa Anna y su otro yo, ese seductor que intimó con la “verdad histórica” y que Serna supo con heráldica literaria no someter a la abdicación de los solemnes y amargados: “Desearía ser mejor comprendido, que la gente me condene o me absuelva, pero con mayores elementos de juicio. ¿Vender yo la mitad de México? ¡Por Dios! Cuándo aprenderán los mexicanitos que si este barco se hundió no fue sólo por los errores del timonel sino por la desidia y la torpeza de los remeros. Estoy dispuesto a cargar con mis culpas, no con las que me endilgue la plebe ignorante y rastrera, cómplice de todas mis tropelías” (Fragmento de “El seductor de la patría”)

[1] En revista Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid. El URL completo de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/seducpa.html

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