El testimonio político de Floridor Pérez

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Por Octavio Gallardo.

 

El poeta Floridor Pérez revisa por primera vez los hechos políticos que marcaron su vida y literatura. Recuerda la detención en la Isla Quiriquina tras el golpe militar y se le empapan los ojos cuando relata la “tragedia de esos días”. Casado recién hace unos años con Natacha, la mujer que hace 30 años atrás provocó Cartas de prisionero su libro más emblemático. Hoy reconoce que su amor por ella lo salvó de la muerte y le pasa la cuenta a la dictadura.

El ciudadano Floridor

La actividad social y política es el aspecto más desconocido de la biografía de Floridor Pérez, sin embargo desde muy temprano fue profusa e intensa. Al amparo de su padre comunista encabezó centros de alumnos y representó a la comunidad en reuniones y encuentros. Con apenas 15 años tuvo la responsabilidad de proclamar a un candidato a diputado “cuando terminé me senté y un hombre que parecía un oso polar cruzó todo el salón y me levantó a un metro del suelo para abrazarme, se llamaba Volodia Teitelboim”. Años después promovió y presidió el primer Congreso de Estudiantes Normalistas de Chile, que dio como resultado la creación de la Federación que los agrupó. “La presidencia la ganó Gladys Marín, era la primera elección pública en que ella participaba”. Durante el gobierno de Salvador Allende, y paralelamente a su labor de profesor rural en la localidad de Mortandad “un pueblo que no aparecía en los mapas” se involucró en las reivindicaciones de los campesinos, mantenía una página en el diario, hacía un programa de radio, participaba activamente en las luchas gremiales del magisterio y publicaba libros de bolsillo en la Editorial Quimantú. Esos eran sus asuntos cuando el 11 de septiembre de 1973 el bando número uno de la zona militar de Los Ángeles instruyó la detención de 14 personas, entre ellas al poeta y profesor Floridor Pérez.

El prisionero

Floridor Pérez ha publicado cerca de una decena de libros, en ellos se mixturan casi todas las vertientes de la tradición chilena, según Eduardo Llanos Melussa “se podría decir que su caso presenta semejanzas parciales con varios de nuestros poetas mayores: profesor primario que ejerce en pueblos terrosos, como Gabriela Mistral; hombre de origen rural, como Pablo de Rokha; socarrón y paródico, como Parra; demoroso en publicar, como Rojas; querendón de sus lares, como Barquero y Teillier; proclive a la autoironía y a la desolemnización, como Lihn y Uribe. Combinadas, estas similitudes dan a su obra un aire de condensada chilenidad” reflexiona Llanos en el prólogo de una edición de Cartas de prisionero, el libro con más reediciones dentro de su bibliografía. Cartas de prisionero es el testimonio de su prisión en los campos de concentración de los Ángeles y en la Isla Quiriquina durante el primer año de la dictadura militar y expresa con humor trágico el dolor, el miedo y la soledad de esos días, en que las horas pasaban sólo para redactar interminables cartas a su amor: Natacha, “una mujer valiente que como tantas hacía fila para llevarle comida, calcetines y calzoncillos a su hombre”.

“Natacha archivó cuidadosamente cada una de las cartas que le envié, a pesar de que había instrucciones de quemar todo. El regimiento de los Ángeles era un campo nazi absolutamente. Esas cartas son el único testimonio. Yo nunca más conté esto, menos en mi casa, nunca se lo conté a mis hijos, para no marcarlos”.

¿Fuiste torturado?

Esa es la pregunta más difícil. Yo tengo un respeto absoluto por la palabra tortura, porque vi lo que hicieron con tanta gente… Vi como metían a más de 130 personas en una celda de seis metros por seis, vi cargar prisioneros como sacos en los camiones. Los que allí vi morir… No sé, sólo es posible hablar de situaciones colectivas no personales, pero por alguna razón yo estaba más preparado para sobrevivir, quizás porque siempre tuve la decisión de hacerlo, pasara lo que pasara.

¿Qué motivaba esa decisión tan poderosa de sobrevivir?

Yo tenía que sobrevivir porque tenía que llegar a ver a mi amor y los hijos que estaban a cargo de ella, que me eran inseparables. Me conmovió, cuando me reencontré con esas cartas y leí algo que le había escrito buscando consolarla: “yo no estoy preso, me tienen lejos de ti, esa es mi condena”, en ese momento me pareció hasta irresponsable de mi parte.

¿Sientes que el país te debe algo?

Sería absurdo reclamar supuestas deudas metafóricas, si no he sido capaz de cobrar lo que me usurpó la dictadura: 25 sueldos (de 1973 a 1975) que según su propia legalidad debió pagarme, y como nuevo castigo me jubiló a destiempo con sueldo de profesor, en circunstancias que en 1973 yo era director de escuela. Pero se me pasó el plazo de la Comisión Valech y de los Exonerados Políticos… En esto me siento culpable de contribuir a la aparición de prisioneros y exonerados de segunda clase, esos que no tramitamos a tiempo nuestras desdichas. En otro plano: el humano, moral, afectivo, los niños escolares, liceanos y universitarios me han honrado y premiado con creces, leyéndome y acogiéndome en sus aulas.

¿Qué más te quitaron?

Me quitaron la sala de clases, que era quitarme el pan de mis hijos y privarme de mi razón de ser, pero con la misma fe con que me aferré a la vida en el camión, me dispuse a que nadie iba a decidir cuándo debía dejar de ser profesor.

Luego de un año y meses de presidio fue relegado a Combarbalá. Allí permaneció algunos años, vigilado, exiliado en la propia patria y alejado del aula. Posteriormente emigró a Santiago “bajé del bus junto a Natacha, no teníamos dónde ir, no teníamos dinero ni conocidos, pero estábamos juntos”. Una vez instalado, suplió la sala de clases colaborando en la Revista Apuntes y redactando completamente las Tareas escolares Zig-Zag, “hacer las revistas me permitió seguir haciendo clases, una especie de clases en conserva que se repartían por todo el país”.

 

 

 

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