Aída Toledo: subjetividad, memoria, genealogía e identidad

 

Base Atenas de Fernando Trejo: subjetividad, memoria, genealogía e identidad

por Aída Toledo

Centro de Pensamiento Crítico, Antonio Gallo/Departamento de Letras y Filosofía

Universidad Rafael Landívar

 

Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas
inconstantes,
ese montón de espejos rotos.

Jorge Luis Borges

 

El intentar definir el concepto de memoria, hace que nos encontremos casi de frente, con los mismos problemas cuando intentamos definir qué es la poesía, la literatura, el amor, lo fantástico, dios, entre otros. La memoria parece ser esa maquinaria compleja, a veces hasta mágica, absolutamente misteriosa, que se resiste a la definición. La lectura de un libro como Baste Atenas (2016) nos puede dar una imagen de las preocupaciones discursivas de la poética de Fernando Trejo, su autor, que en otros libros también aborda asuntos relacionados con la memoria que recupera partes o fragmentos de historia familiar, y que se constituyen en una manera de situarse en el presente, desde donde se escribe.

Nos parece que uno de los movimientos que hace Trejo en este libro consiste en abordar un conjunto de herencias del pasado, cuyas marcas o huellas que ya han sedimentado, vienen a significar desde el presente de la escritura, el espacio donde descansan los deseos, los miedos, las previsiones, los proyectos de ese futuro que está cercano, o que se va convirtiendo en el presente desde donde se escribe el libro.[1] En el primer poema se lee lo siguiente: “Es Base Atenas, por las noches papá untaba los tejidos de su voz al radio de banda civil” (Base Atenas, II). En esta primera entrada, el sentimiento filial se reduce a la voz del padre que existe en tanto sonido, y que se encuentra asociada, en el recuerdo del niño-hombre únicamente como una expresión sonora que, en la actualización del recuerdo, sale desde un aparato, y donde la figura del padre cobra existencia, en el pastoso tono de la voz. Ricoeur nos recuerda que estos procesos nemotécnicos están ligados a las inscripciones de sucesos en un determinado tiempo. Que además cuando recordamos adquirimos o comprendemos la noción de pasado. De alguna manera el recuerdo del yo lírico en este primer texto posee una fuerte carga crítica, se trata -dice Ricoeur- de una memoria crítica, porque se reabre la noción de identidad.[2] La voz lírica que habla desde ese espacio de la niñez, recuerda circulando la voz del padre, la presencia de la muerte y la existencia además de una atmósfera maravillosa, ya que al mismo tiempo que los dientes que siente crecer como niño, los espíritus también le crecen y forman parte de su cuerpo infantil al momento del recuerdo: “Yo era un niño al que le crecían los dientes y los espíritus desde la punta de las pies” (Base, II). El texto es oscuro y onírico, el sujeto lírico “toca la noche”, y sus propios fantasmas creciéndole desde los pies, están también al borde del abismo. Sin embargo, la voz lírica que está asumiendo desde el presente una posición crítica, da cuenta por el proceso de memoria, que se escapa y abandona el miedo a lo misterioso que venía conjugando a la oscuridad, al escuchar la voz del padre resumida en un canto que alivia el miedo y produce tranquilidad. Como en imagen fantasmal, el padre se asoma a un “nosotros”, como árbol de almendro y con la transparencia del cristal.

En el primer apartado titulado “Papá” se introduce la figura del abuelo. Esta viene acompañada por otros elementos de la modernidad latinoamericana que a la par de la radio, añaden atmósfera a los espacios donde la modernidad arribaba lentamente. El cementerio luce en el poema como un espacio amplio, en medio de la nada, a la par de las líneas del tren: “En el panteón de Arriaga, /frente a las vías del ferrocarril, /conocí la tumba de mi abuelo. /La masa espesa del monte/esconde lápidas, /ojos, /huesos,/voces a ras/de tierra desprendidas” (Base, 17). En tanto avanza el poema la carga del pasado que inevitablemente recae críticamente sobre el futuro, instala algo que nos parece, Fernando está trabajando en el texto, que es la deuda. La deuda de la genealogía. Saber de dónde se viene y, por cierto, hacia dónde se va. El motor de la deuda filial produce el poema. El conocer el lugar donde tenemos enterrados los huesos de los ancestros, matiza el olvido de no saber quiénes eran y el porqué de no conocerlos. Aquí anécdota y tiempo se fusionan. Lo que acontece en el texto es lo que ha sido, nos sitúa en el espacio de confrontación. Entonces la voz lírica dice: “Aquí está enterrado mi padre, /dijo tu boca al descansar las cubetas de agua/de tus hombros” (Base, 19). El espacio de la genealogía más directa es a campo abierto, allí donde se dilucidan otras identidades anónimas y parias. Y por eso en tanto el padre maneja hacia el lugar del origen, atraviesa los espacios de la muerte de los migrantes: “La tierra, nomás de tanto grito, /se nos desmoronó en la garganta. /El tren/y sus silbidos;/el tren/ y su machaca de rieles,/ el tren/ como columna vertebral de Centroamérica” (Base, 19).

Los personajes de este espacio del poema son fantasmales, se encuentran en un gran cementerio y como lo dice el texto: “El aire de los cementerios/silba como un tren, /como una campanada/a mitad del parque/donde la hierba ha dibujado/para siempre/su costra de abandono” (Base, 18). Nos parece importante señalar cómo la memoria se hace colectiva, se desplaza hacia otros espacios de la historia del lugar. Porque cuando se opera en el texto una ritualización de lo que se denomina en los estudios de la memoria: “recuerdos compartidos”, se legítima la memoria individual, pero con la presencia de una memoria colectiva, que es como sucede en el poema, en donde todo parece estar vacío, pero donde hacen presencia estos personajes que tienen una historia con la Bestia[3], y que es el lugar donde descansan los restos del abuelo del yo lírico.

Nos parece que el poemario de Trejo también indaga sobre las formas del olvido. En “Fotografía con brazo enyesado” se produce una imagen del pasado, donde el yo lírico ha sufrido un accidente, que duele en el recuerdo. La foto se convierte en una huella, en parte del archivo pasado, en documento. En la representación, la memoria actúa no solo al recordar la ropa del padre y el brazo enyesado, el olor de la pulsera de plata que él llevaba puesta, y la forma del accidente. Lo que queda al descubierto es la nostalgia, la ausencia de aquel momento de tremenda ternura y amor profundo, que acaba con el miedo dentro de la foto, y donde la memoria provee catarsis: “…desaparece primero tu moreno brazo, /desaparezco yo después, /y como si así se me escapara el miedo, /me olvido que tu Maverick/suena/detrás de la puerta del jardín” (Base, 26).

Hay una insistencia a lo largo de la lectura del libro respecto a lo fantasmal, a los ruidos, al miedo, a los gritos, a vence aquello a través del amor y la ternura. Aquí, aunque el análisis provenga de la voz lírica, le atañe al grupo familiar. Aparecen como personajes de la anécdota también, y se encuentran en el espacio textual, al momento de la reflexión, mediante la escritura. Y es que estos sucesos habían quedado reprimidos y aparecen en el texto como temores mediados por el olvido. Ese olvido con el que trabajan algunos de los textos y cuya función es la de archivar el sentimiento que los causaba. En el poema se traduce de nuevo la interacción con aquello que se ha archivado, y que sale en la escritura para ser confrontado. La forma crítica que asume la voz lírica es la de entender lo que el miedo escondió, trayendo a la memoria palabras del padre, cuya sabiduría era simple, pero de gran intensidad emotiva, ya que ese miedo que ha quedado estatuizado en la memoria, aparece en el texto y se resuelve admitiendo que la forma de exorcizar el miedo es acariciándolo: “Tú me enseñaste que el miedo/se rompe/acariciándolo. /Pero existen ruidos. /Los he visto. /Hay ojos mirándome/detrás” (Base, 27).

Nos parece que, en el tratamiento de la muerte, Trejo está constantemente aludiendo a la posibilidad del olvido profundo. Ya que lo que haya quedado vivo en el universo filial del sujeto lírico está expuesto al tiempo que consume las cosas, que hace olvidar. De los tipos de olvido que Trejo escoge, quizás sin saberlo, la categoría del olvido inmemorial.[4] Cuando avanzamos en la lectura de los poemas, obtenemos en el recorrido la historia de forma fragmentada, amarrada a horizontes de acabamiento, de muerte, de soledad y de silencio. El miedo está en medio de la vida de niño del sujeto lírico. Lo circunda, debe combatirlo. Una buena cantidad de poemas va relacionando a los distintos “yos” del sujeto lírico, el abuelo, el padre, él y el propio hijo. Se forma una cadena entre lo que ya no es y lo que va a ser. Y aunque la muerte circunde las anécdotas de los poemas, se trata de un espacio de comprensión entre lo que ya ha sido, pero que ya no es, y el presente y futuro imaginado por el sujeto lírico en la línea de la estirpe: “Yo le heredé a mi abuelo/un lunar blanco en la punta de mi fleco. /Por eso papá cree/que ve a su padre en mí./Lo cuido porque soy/un mechón de canas/que le trae de golpe/los recuerdos de su padre./Por eso cuido a papá/porque soy/el más parecido de sus canas”. Aquí, la huella del pasado se convierte en la metáfora de la señal o de la marca. De acuerdo con los estudios sobre la memoria y el olvido en Base Atenas observamos una fuerte tendencia a trabajar el olvido amarrado a la evocación. Las nociones de presencia y de ausencia del pasado tienen rasgos profundamente fenomenológicos, se va jugando con apariciones, desapariciones y reapariciones, dentro de los niveles de la consciencia que la crítica llama reflexiva.[5]

No sabemos exactamente, luego de nuestra lectura, si los segmentos de olvido profundo acerca de la historia que se nos dice, sin afán de relatar, porque se trata del género poético, pueden entrar en las categorías que sobre la memoria hemos mencionado. Pero sí sabemos que la poesía, en este caso, Base Atenas, es capaz de sugerir que principalmente la operación poética funciona memorísticamente, para conciliar la memoria del olvido y la historia de la memoria de ese mismo olvido. Base Atenas, nos va dejando destellos de historia del padre, fragmentos lejanos de la historia del abuelo. Los personajes fantasmales en el cementerio son mucho más abultados y concisos. Y quizás lo más pulido en la memoria del que lee sea esa imaginaria línea del origen patriarcal que, en la voz del sujeto lírico, nos indica la importancia de tal linealidad: “Temía que la noche me invadiera, /y me soñaba/en un mar/de oscuridades. /El sueño era:/de pie frente al oleaje/se me acercaba la noche/con su bullicio/de escombro/hasta tragarme. /Pero la voz de papá/desde la radio/me despertaba/al mar siguiente” (Base, 59-60). Para afirmar más adelante: “Escribo este libro frente al mar, /donde hoy mi hijo retiró sus miedos/y miró a mis ojos/para sumergirme debajo de las olas…/por eso escribo este libro, /frente al mar/donde hoy mi hijo/sumergió sus pies/y trajo… /ya tus pies, /por eso huellas la arena,/tú/todavía” (Base, 72-73). Es indudable que se trata de la tradición reflexiva sobre la conservación del pasado. El sujeto lírico en la escritura se libera de las deudas del duelo respecto al padre. Y es el hijo el que provee a la memoria de la metáfora de la señal o marca. Es a través de su propia experiencia en los zapatos del padre, como evita la huella del pasado, metaforizada en el valor de la estirpe.

El último texto podría ser comprendido en esta lectura dentro de las categorías del olvido respecto al carácter inmemorial que ya se había mencionado. Sin embargo, creemos que hay en el tono del poema que cierra Base Atenas intertextualidades explícitas con el acto de dar y perdonar. El poema se convierte en ese algo pegado al corazón, muy personal, de hecho se entrega: “…si alguna vez, /papá, /no fui un hombre como tú, /ni un hombre al que vistieran los espejos;/si alguna vez, papá/… te traigo este poema/untado a mi corazón/para inclinar/mi rostro/frente a ti” (Base, 76-77). Estamos al final de la lectura frente a la liberación del carácter potencial del pasado, frente a la tensa dialéctica de aceptación de las diferencias invisibles.

[1] Paul Ricoeur. “La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido”. España: Universidad Autónoma de Madrid, Arrecife, 1. Recobrado el 23.6.18. Poner sitio web.

[2] Ricoeur, 1.

[3] La Bestia le llaman los migrantes a una red de trenes que una las fronteras sur y norte de México, y que se ha convertido en la forma en que ellos viajan buscando un destino menos doloroso que el que viven en Centroamérica.

[4] Ricoeur, 8.

[5] Ricoeur, 9.

 

POEMAS / SELECCIÓN

Base Atenas, de Fernando Trejo.

Mantis Editores (2015)

 

LOS RUIDOS DE LA CASA

Papá,
en casa existen ruidos

que no he hecho yo,
ni tú
y tampoco mamá
ni Carolina.
No tengamos miedo, decías.

 

Tú me enseñaste que el miedo

se rompe
acariciándolo.

 

Pero existen ruidos.

Los he visto.
Hay ojos mirándome

detrás.

Y me acarician.

 

Toco la noche,

la palpo

en su más vasta oscuridad.

La negritud de su cabello

nos atrapa
a los que nos

internamos en ella

y la olemos.

 

Ruidos en todas sus formas,

gritos llamándonos

detrás de alguna esquina,

gritos almacenándose

en contenedores,

ruidos

que se acomodan en el tiempo.

 

Ruidos
que son Carlos
en la caricia naranja de la tarde,

en la mejilla de las plantas,
en la bodega,

al fondo,
en el dorado calor de la azotea.

 

Sabes de los ruidos, papá,

pero tienes muy
ancho el corazón.

 

Y mi hijo no
se contenta
si un domingo no visita

la casa del abuelo

aunque esté

toda

repleta
de fantasmas.

 

En Base Atenas, por las noches papá untaba los tejidos de su voz al radio de banda civil. Era la muerte con su abrazo de monte, estoy seguro. Yo era un niño al que le crecían los dientes y los espíritus desde la punta de los pies. Fantasmas al borde del abismo. Toco la noche, la palpo en su más vasta oscuridad. Y como si así se me escapara el miedo, en algún esbozo de la infinitud: papá canta en el fondo de las lágrimas, asomándose a nosotros como un árbol de almendro y de cristal.

 

CARTA DEL ÁRBOL

Papá,
no sé si lo que soy

entre las piedras del camino,

entre el aceite del mar;

no sé si en las manchas del cielo,

en su misteriosa oscuridad,

en sus hoyos negros;
si en el temblor de los fantasmas

que pasan por la casa

quejándose de inviernos;

no sé

si en las mañanas,

en las tardes,

en la boca del pan sobre la mesa,

en el jarabe de miel.

No sé,
si has visto,

has sentido,
en algún esbozo de la eternidad,

asomándose a nosotros como

un árbol de almendro,
mi más sincera oscuridad

bañándose de soles
para encender en tus ojos

la sonrisa de luz más merecida,

porque amaneces,
siempre,

con un fulgor maduro en el aliento

y una mirada fiel
hacia tu casa.

 

 

Fernando Trejo / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1985. Ha publicado, entre otros libros de poesía, Cuaderno invertebrado (Premio Juegos Florales San Marcos 2006), Las alas de mis ensoñaciones que son pájaros (Premio de Literatura Joven Max Rojas 2011), Solana (mención honorífica del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2014), Ciervos (Premio de Poesía Inédita Enoch Cancino Casahonda 2014), Base Atenas (Premio Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2015), La abuela está en la casa porque he visto su voz (Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018) y Tristera (Premio Nacional de Poesía Tijuana 2022). Es Premio Estatal de la Juventud por el estado de Chiapas en el área de Poesía. Ha sido becario del PECDA Chiapas en 2005,  2008 y 2022; y del programa de Jóvenes Creadores del FONCA en 2018. Dirige el Colectivo de Arte y Cultura Carruaje de Pájaros. En 2020 la Asociación de Poetas y Escritores del estado de Chiapas le otorgó la Presea Armando Duvaliar por mérito a su trayectoria poética.

 

Aída Toledo, nació en la Ciudad de Guatemala. Poeta, narradora, ensayista, antologadora, tallerista, investigadora y docente. Obtuvo su licenciatura en letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala y con el apoyo de las Becas Fulbright su maestría y doctorado en Estudios Culturales por la Universidad de Pittsburgh. Trabajó en la Universidad de Alabama como profesora de lengua y literatura. Ha ganado tres primeros lugares en el Certamen Permanente de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango en las ramas de poesía (2003), cuento (2010) y ensayo (2013).

 

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