
La idea de las grandes alamedas devela un vínculo, casi secreto entre los desafíos del presente y un pasado que no termina de acontecer, tanto así que muchos/as pregonaron durante el estallido social del 2019, que finalmente se habían abierto las grandes alamedas. No fue así, como no había sido tampoco al finalizar la dictadura. Lo importante es la vigencia que aun conserva ese ideario, el reconocimiento de una deuda con el pasado, un pasado que exige una acción permanente en el presente, una memoria que condiciona una mirada de futuro, pero ¿de qué se trata esta voz rotunda que, venida del pasado, exige su concreción a lo largo de diversas generaciones y que aún permanece vigorosa luego de un poco más de medio siglo? ¿Será posible la concreción de ese sueño o permanecerá por siempre en el umbral utópico, en ese no lugar donde habita el deseo?
Allende, el hombre, murió en 1973. Asediado por las fuerzas militares que llevaron a cabo el golpe de estado, decidió defender hasta las últimas consecuencias la soberanía popular. Es importante leer el camino simbólico que sigue Allende en la jornada del 11 de septiembre, en cuanto a que aun en la derrota actúa en consecuencia con su proyecto político, que no es otro que avanzar hacia el socialismo real a través de la vía institucional, proyecto sin precedente en esa época. Enfrenta la asonada golpista en el espacio institucional: El Palacio de La Moneda, la casa de gobierno. En el plano simbólico, el bombardeo de La Moneda por la fuerza aérea deja claro quién ha roto la institucionalidad, además de ser un acto desproporcionado militarmente. El último discurso de Salvador Allende hay que entenderlo como el último acto soberano de un presidente legítimamente constituido, recalca en él que ha respetado la institucionalidad y no es difícil deducir que su decisión de no renunciar está estrictamente ligado a su riguroso respeto por dicha institucionalidad. Sin embargo, sabe que su mandato ha llegado a su fin y la excepcionalidad del golpe de estado le permite, al menos en el plano simbólico, devolver el mandato a quienes lo habían ungido como su representante, es decir el pueblo (mandante). En plena conciencia de la brutal represión que ha comenzado, quienes pueden ejercer ese mandato se encuentran en el pasado mañana, es por eso que las últimas palabras de su discurso las dirige hacia un futuro difícil de determinar:
“Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
Resulta interesante poder asir el concepto de las grandes alamedas como un mandato, en cuanto nos redirecciona en el análisis hacia dos campos distintos, pero no excluyentes, en primer lugar, nos obliga a considerar dicha frase bajo el contexto del mandato en su acepción política, como la esencia teórica de la democracia representativa, lo que coincide con el proyecto político de Allende, a saber, llegar al socialismo por la vía democrática. El segundo plano, en que cabe analizar el concepto, nos remite a la idea que Walter Benjamin desarrolla en Las Tesis sobre Historia, donde concibe la existencia de una demanda que ejerce el pasado sobre el presente, en este caso un mandato que pide ser concretado para alcanzar la redención. Por supuesto, el concepto de las grandes alamedas puede ser interpretado también como una profecía, una promesa, un simple deseo. He escogido el camino del mandato, en cuanto parece ser el que mejor conversa con las ideas enunciadas por Salvador Allende, a través de los diversos discursos que fue pronunciando para difundir su singular proyecto político.
Si consideramos que la idea de abrir las grandes alamedas por donde pase el hombre libre a construir una sociedad mejor, es un mandato desde el plano de la democracia representativa, no debemos entenderlo tan sólo como una devolución del mandato al mandante, se trataría acá de una inversión del concepto y operaría de esta forma: Allende fue elegido representante del pueblo (mandatario), esta representación no es libre, sus representados/as le encomiendan una misión (el mandato), al no poder cumplirla debido al golpe militar, Allende no se limita a devolver el mandato a sus legítimos dueños (el pueblo), sino que concibe un nuevo mandato (construir una sociedad mejor). En esta inversión Allende se transforma en mandante y el pueblo en su representante. Sin embargo, Allende dice “Superarán otros hombres este momento gris y amargo”, evidenciando que le habla a un futuro aun difícil de vislumbrar, por lo que es un mandato que traspasa generaciones.
La noción que Allende tiene sobre el concepto de mandato, se puede extraer de sus discursos, elemento que no debe considerarse a la ligera, en relación a su proyecto político, puesto que el mandato es la base teórica en donde descansa la democracia representativa. De acuerdo a la teoría política, los/as electores/as eligen a sus representantes otorgándoles un mandato, el que tiene la calidad de “libre”, por lo que en la práctica pueden desembarazarse durante el gobierno de las promesas de campaña. Allende parecía concebir la idea de un mandato imperativo, es decir que no tenía excusa alguna para no llevar a cabo el compromiso suscrito con quienes lo habían nombrado representante. Lo que en la práctica significó que la única posibilidad de no cumplir el mandato encomendado fue morir defendiendo el derecho de cumplirlo.
Ya el 04 de diciembre de 1971, en un discurso pronunciado en el Estadio Nacional, despidiendo la visita que realizara Fidel Castro a Chile, Allende defiende su programa de gobierno ante la resistencia de diversos sectores:
“Soy un luchador social que cumple una tarea, la tarea que el pueblo me ha dado; pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer a la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás; que lo sepan: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente (…) defenderé el Gobierno Popular porque es el mandato que el pueblo me ha entregado, no tengo otra alternativa, sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el Programa del pueblo”.
Allende, como revolucionario, decide subordinarse al mandato. Es un representarte del pueblo y como tal, debe rendir cuentas al pueblo. Su concepción de la democracia hay que buscarla en la noción que tiene sobre el mandato. Entiende que desatender total o parcialmente el cometido por el que lo han ungido como representante es un acto de traición, su lealtad para con el pueblo hay que leerla teniendo como mediación el mandato. Es por esto que en su último discurso asegura:
“Sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”.
Su dramática decisión de pagar con su vida la lealtad que le ha otorgado el pueblo, se debe leer literalmente desde la concepción que cualquier otra decisión lo conduciría a la traición, lo que deja entrever que no concebía el entramado democrático tan sólo como un medio para alcanzar el socialismo, sino que el llamado “socialismo a la chilena” era un proyecto que requería necesariamente una profundización de la democracia, siendo el mandato un elemento a tensionar, en cuanto a que universalmente tan sólo se ejercía de manera performática. Allende sigue su concepción del mandato hasta las últimas consecuencias y su no renuncia no puede leerse, por tanto, como un acto de soberbia, sino a la inversa, como una muestra profunda de lealtad.
Existe otra concepción de mandato que concibe Salvador Allende y que de alguna manera tiene algo de benjaminiano. Se trata del diálogo que entabla su generación con el pasado y fundamenta su pensamiento político, su proyecto y su visión latinoamericanista. Habitualmente se le escuchará decir que los libertadores lograron la independencia y que corresponde a su generación conseguir la independencia económica. El pasado, para Salvador Allende, demanda tanto la concreción de lo que no fue posible como la proyección de esas luchas pasadas en el presente. En su alocución en el Estadio Nacional el 04 de diciembre de 1971 se le escucha:
“El drama de América Latina tiene que ser detenido por la voluntad consciente de las masas populares, que saben perfectamente bien que deben rechazar la explotación económica y el predominio hegemónico de aquellos que han influido en nuestra vida, limitando nuestras posibilidades y sometiéndonos como países dependientes en lo económico (…) América Latina se levanta con voluntad revolucionaria para hacer posible el mandato de los próceres: la unidad continental y estar presentes en el mundo con destinos propios”.
Allende realiza un paralelo entre el periodo colonial y la dependencia económica en que se encuentran los países latinoamericanos bajo el influjo de la política exterior norteamericana. Superar esa dependencia y ejercer la libre determinación sólo es posible cumpliendo el mandato de los próceres de la independencia consiguiendo la unidad continental. Dicho de otra forma, no luchar para ejercer el derecho que tiene cada pueblo para decidir su propio destino es traicionar el mandato de quienes en el pasado lucharon por la libertad. En otro párrafo, del mismo discurso. Allende señala:
“Somos los que con derecho podemos señalar que están junto a nosotros con el ejemplo de sus vidas y con su pensamiento, O’Higgins, Bolívar, San Martín y Martí, que indicaron el camino de la rebelión revolucionaria de los pueblos para hacer posible ayer la independencia política y hoy día la independencia económica”.
Este diálogo que entabla Allende con el pasado, diríamos hoy este ejercicio de memoria, surge como fruto de la acción política, no es una mera remembranza, el pasado se refleja en su lucha presente, el pasado se actualiza y sólo de esa forma acompaña los futuros desafíos. Este concepto de mandato que llega desde el antepasado, opera también desde la representatividad, en cuanto a que Allende, a través de su proyecto, se siente el representante y continuador de ese pasado que invoca. En un discurso pronunciado en la Universidad Nacional de Montevideo en 1967, acto paralelo y en repudio a la segunda reunión de la Alianza para el Progreso en Punta del Este, Allende asevera:
“La representatividad no existe en múltiples casos. Johnson no representa la palabra de Walt Whitman ni podría repetir sin sonrojo la oración de Lincoln en Gettysburg. Nadie exhibe en Punta del Este la sombra de Bolívar, el grande, el libertador de los pueblos que murió pensando que había sembrado en el mar, porque comprendió, como lo anunciará proféticamente, que los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias, en nombre de la Libertad”.
Lo que acusa Allende es, si se me permite la redundancia, la falta de representatividad de los representantes que acuden a esa cumbre, confrontándolos con la herencia que han recibido de sus respectivos antepasados, insinuando que han hecho oídos sordos al mandato de sus próceres, que han traicionado, Johnson a Lincoln y los presidentes latinoamericanos a Bolívar, por tanto sólo puede ungirse como representante del mandato de los próceres quien en el presente asuma su demanda, hacer eco de ese mandato también es concebido como un acto de lealtad. El discurso en Montevideo culmina con una sorprendente cita de José Artigas, el Libertador de Uruguay, Allende dice:
“La voz de Artigas resuena en América y tiene validez hoy como siempre. Dijo el Libertador: Adorador eterno de la soberanía de los pueblos, solo me he valido de la obediencia con que me han honrado para ordenarles que sean libre”.
Esta frase de Artigas, citada por Salvador Allende, es la que mejor resume la concepción que él tenía del mandato histórico. Lo concibe también como imperativo, como un deber con el pasado, no hay excusas para no obedecerlo, sin embargo, su concreción es siempre el ejercicio de la libertad. Esta frase de Artigas comparte a su vez el mismo espíritu de las grandes alamedas, que en su sentido más profundo parece decir que no hay excusas para no ser libres, para no ejercer la libre determinación de los pueblos. Este concepto de la libertad, conversa muy bien con una frase de Sartré que dice: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Es decir, que no importa el daño que te hayan perpetrado, debes tomarlo y hacer algo con eso y al hacerlo estarás siendo un hombre (o una mujer), no hay pretextos para no ser, no hay excusas para no ser libres. El cumplimiento de las grandes alamedas hay que entenderlo como un proceso más que un acontecimiento, un ejercicio de libertad que es capaz de pensar un proyecto de desarrollo de una sociedad mejor, un mandato que nos obliga a ejercer la libertad conectados con nuestra memoria, que nos alerta sobre los peligros de quienes sufrieron en el pasado por haberse atrevido a ejercerla. Los muertos, nuestros muertos al menos, no cesan de trabajar.

