Yo, que antaño disfruté de salud,
ahora me aflige esta enfermedad
que es augurio de llantos y ataúd.
El temor a la muerte me perturba.
Nuestras dichas, ay, son vano espejismo,
astucias de un destino transitorio;
débil la carne, de cara al abismo.
El temor a la muerte me perturba.
Suda el hombre su triste condición;
si ayer lozano, hoy envejecido
con nervio y tendón en demolición.
El temor a la muerte me perturba.
Nada hay firme o seguro en esta vida:
escuálida hojarasca que se agita
donde la voz del hombre es desoída.
El temor a la muerte me perturba.
En la muerte se hunden los estamentos,
príncipes, prelados y potestades,
ricos y pobres del polvo fermentos.
El temor a la muerte me perturba.
Reta en batalla, que tanto disfruta,
suyos el yelmo y el escudo, muerte
victoriosa ante asomo de disputa.
El temor a la muerte me perturba.
La torva tiranía de la muerte
arranca al tierno infante de su madre
y con furia su inocencia pervierte.
El temor a la muerte me perturba.
Hace suya la espada y el laurel,
la intrepidez del señor en combate,
la doncella, con ajuar y oropel.
El temor a la muerte me perturba.
No es indulgente ante el poder de reyes
o ante la dignidad del sacerdote:
su guadaña arrasa todas las leyes.
El temor a la muerte me perturba.
Profetas y teólogos y eruditos,
astrólogos, filósofos y magos,
todos, sí, todos son sus favoritos.
El temor a la muerte me perturba.
Del avezado, del docto y el diestro,
de jueces, comerciantes o galenos,
de todos la muerte urdirá secuestro
El temor a la muerte me perturba.
Y diviso también a los poetas
que sollozan: sus musas injuriadas
por el destino, mustias y obsoletas.
El temor a la muerte me perturba.
La muerte devoró salvajemente
al gran Chaucer, príncipe de poetas,
y también a John Gower, tan potente.
El temor a la muerte me perturba.
A Sir Hugh de Eglington cerró los ojos,
Heryot y Wyntoun, ambos desterrados
por la muerte al erial de los despojos.
El temor a la muerte me perturba.
Como un fiero escorpión ha envenenado
a maese James Affleck y a John Clerk,
muerte envilecida ante lo sagrado.
El temor a la muerte me perturba.
Por ella, hoy, se abisman en el miedo
Holland y Barbour y Sir Mungo Lokert.
A la muerte nada le importa un bledo.
El temor a la muerte me perturba.
El autor de Gawain, inolvidable
clérigo de Tranent, y Gilbert Hay
mancillados por esta miserable.
El temor a la muerte me perturba.
Hary, Sandy Traill, Patrick Johnstown: cada
uno ahogado por la barahúnda
de la muerte artera y desfachatada.
El temor a la muerte me perturba.
Merseir, que hizo del amor pulso vivo
de palabras gozosas, puso fin
a sus días, del gusano cautivo.
El temor a la muerte me perturba.
A Roull de Aberdeen lo abrazó la muerte;
también a Roull de Corstorphin, amigos
que ningún hombre podrá devolverte.
El temor a la muerte me perturba.
En Dunfermelin murmura insidiosa
sobre Robert Henrison y John Ros;
muerte alcahueta, tosca y alevosa.
El temor a la muerte me perturba.
Su guadaña no libró a los gentiles
John Reid y Quintin Shaw, a quienes hoy
lloran y lloran las gentes por miles.
El temor a la muerte me perturba.
Y Walter Kennedy tan bondadoso
sufrió ló indecible al morir, escrito
como estaba su destino ominoso.
El temor a la muerte me perturba.
Así la muerte a mis amigos hunde
de prisa y ya huele en quien esto escribe
la próxima presa que los secunde.
El temor a la muerte me perturba.
Remedio ninguno existe contra ella;
lo mejor es disponer de esta vida
antes que mi muerte inicie su mella.
El temor a la muerte me perturba.
PUTO ES EL VERSO QUE A LA MUSA VENDE
Puto es el verso que a la musa vende
puto sin más, maricón y avariento,
con usura trafica y ya no entiende
que amor por pago es botín ceniciento.
Puto es quien presume delicadeza
maquillando lo burdo en lo costoso,
en culona y cursilona belleza
que iguala lo brillante a lo brilloso.
Putos festines, putos filisteos
maestros de versainas codiciosas
donde el pandero, ay, es de usureros.
Buitres de poco vuelo, carroñeros
hambrientos de tantas putas bulbosas
que empeña en peniques putos jadeos.
ARROJAS UNA PALABRA
Arrojas una palabra,
sí, como quien arroja una piedra
y luego escondes, soez, la mano;
la insidia verbal que no desmedra.
Arrojas una palabra
y el corazón empieza a sangrar:
piedra a cielo abierto y no guijarro
cuando hay silencios por acallar.
Pedregosas tus palabras
en los arenales del lenguaje:
envidiosa pedrada al silencio
que asoma su herida sin vendaje.
Farisea tu elocuencia:
arrojaste la primera piedra
al juzgar de adúltero al silencio
con tu agria retórica de hiedra.
Deja a un lado la impostura:
por ese silencio calumniado
al dictado de pétreas palabras,
no estarás, no, libre de pecado.
EN EL ÚTERO YA SE NOS VISTE
En el útero ya se nos viste
porque la muerte apura e insiste:
nacer y morir van de la mano
como dos brotes del mismo grano.
Que el semen acabe su invectiva
en las ascuas que tu vientre aviva:
parirás con dolor la palabra
que mi carne embustera en ti labra.
En el útero ya se nos viste
porque la muerte apura e insiste:
nacer y morir van de la mano
como dos brotes del mismo grano.
Ruina la tuya, muerte: tan fuerte
en el amor de amantes sin suerte:
tu verso les colma el universo,
ardor de fuego fatuo y perverso.
En el útero ya se nos viste
porque la muerte apura e insiste:
nacer y morir van de la mano
como dos brotes del mismo grano.
Dirán que todo esto es tan trivial,
esto de la vida sin aval;
nada nuevo bajo el sol, oh muerte:
pero yo sigo sin entenderte,
capitana de amores inertes.
SU ALEACION NO ES TAN FIRME COMO EL BRONCE
Su aleación no es tan firme como el bronce:
por eso ya no me fío de la horma
que enfría el verso al pulso de la norma,
fragua de sílabas que llegan a once.
Sonetos los hay y mucho mejores,
dilatadas riberas de palabras
orillando el cauce de mis mayores,
agua para musas y abracadabras.
Mi palabra resbala en el soneto
encabalgada a la rima imperiosa
que no por sonora es menos fingida.
La musa es aquí poco pudorosa;
necia y pedante queda ya en aprieto,
lengua mía, agreste y mal parida.
SOLES Y LLUVIAS PARA OTROS JARDINES
Soles y lluvias para otros jardines,
semillas en un rancio invernadero:
helechos donde huelgan los hollines
de un terco amor por el que ya no espero.
Todas tus ilusiones desfloradas
entre fuegos fatuos, el vano incendio
que arde bajo promesas desdeñadas
por amores sin suerte ni estipendio.
Ay señora: cuanta penuria impone
esa tasa pecuniaria usurera
a mi enlutada añoranza intestina,
nostalgia que el futuro no depone
y que se arrastra tosca y plañidera
en doliente agua turbia sibilina.