Reseña de Ricardo Elías: Interior con ceniza y Cotillón en el capitalismo tardío

Interior con ceniza y Cotillón en el capitalismo tardío

por Ricardo Elías

 

Los dos volúmenes que he elegido reseñar en esta oportunidad corresponden ambos a una compilación de textos breves. Relatos, en el caso de Interior con ceniza, cuentos en Cotillón en el capitalismo tardío. Francisco Marín Naritelli tanto como Joaquín Escobar, pertenecen a la camada de las nuevas letras chilenas y residen en la ciudad de Santiago. Ambos nacieron en 1986.

Los doce relatos que conforman Interior con ceniza, de Francisco Marín Naritelli (Ceibo ediciones 2018) transitan, tal como su publicación predecesora, la novela Desaparecer, por paisajes que podríamos definir de “urbano-interiores”. El autor exhibe su habilidad a la hora de mostrar habitaciones cerradas, partículas de polvo en suspensión, camas desechas, pasillos de hospital, tediosas filas del supermercado, ventanas sucias por las que pueden apreciarse las calles de una ciudad monótona y descolorida. En este libro, Naritelli apuesta por la creación de historias inconclusas. Diseña fotografías breves, traslúcidas, cuidadosamente intrascendentes, tomadas de la rutina de personajes igual de intrascendentes que deambulan por la vida sabiéndose presos de esta condición, pero aceptándola con cierta conformidad. Son personajes que tienen sus necesidades cubiertas: trabajo, departamento, camionetas Chevrolet, motocicletas, asisten continuamente a restaurantes, usan celulares con plan. El autor retrata a una clase media de dramas impostados, de padres presentes y con dinero, donde el mayor cataclismo es un mensaje de texto que una chica no responde o una botella de vino descorchada esperando a alguien que no llega.

“Todo terminó esa noche cuando Gabriel conducía a mediana velocidad por la Autopista del Sol rumbo a Melipilla. Quizás, con mayor seguridad, había terminado la tarde del día anterior, cuando Cecilia le dijo en una conversación telefónica, digamos impostergable, que las cosas cambiarían, que no aguantaría más «taldos». Sí, así los llamó: «taldos». Conducía nervioso, intranquilo. Cecilia no respondía el teléfono celular ni los mensajes de texto. ¿Qué estará pensando? ¿Que terminamos? ¿Nos daremos un respiro? Ella podía ser implacable. No medía sus palabras. Y verla anegada en la intensidad de sus sentimientos, lo perturbaba. Precisamente hace dos días todo iba de lujo, como se dice, pero el conflicto se desató poco después de la hora del té. No lo entendía, en un sentido racional, si acaso existe lo racional en estos casos. Nunca pensó que «eso» pudiera ocurrir, menos que estaría viajando a esa hora de la noche, luego de compartir todo el fin de semana”. (Extraído de Luces a lo lejos)

En el relato El camión de la basura una simple discusión de pareja genera que el protagonista no tenga fuerzas ni para hacer la cama, vea una película de Adam Sandler sin poder reír, o compre ron, cerveza y cigarros para resolver si escribe o no un SMS con Víctor Heredia de fondo, en un acto narcisista cuyo máximo dilema es pensar que a su novia pelirroja varios se la quieren follar. Los textos exploran sin dobleces el discurso de una generación vacía a la que no le falta nada pero que sin embargo necesita culpar a un externo, recurriendo a una constante auto-victimización e incapaz de establecer una mínima reflexión acerca de sí mismos.

Naritelli se atreve a zamarrear los palafitos podridos de una clase. Logra construir un coro de voces verosímiles, consiguiendo que el lector se sumerja lentamente en el relato y sea testigo directo del discreto patetismo que se plantea.

                  Cotillón en el capitalismo tardío, de Joaquín Escobar (Narrativa Punto Aparte 2019) contiene doce cuentos, también. Este libro viene a ser la continuación de su anterior Se vende humo y en este volumen, como en el primero, el autor hace un despliegue total de su habilidad para crear situaciones ditirámbicas e inconexas que parten en A para terminar en X. Joaquín Escobar comienza una historia presentando a los personajes para luego llevarla a cualquier lado con tal de dinamitar la mínima posibilidad de hilo conductor. Las historias de Joaquín desprecian esa rigidez y dan la impresión de estar siendo, todas, diferentes ángulos de la misma. El exceso de elementos y el abuso de recursos es un recurso en su propuesta: el fútbol, la vulgaridad, el falocentrismo, la cuña político-pop sacada de contexto y desperdigada aquí y allá a lo largo de sus páginas:

“Rufete aseguraba que, una de esas tardes, Corbalán compuso Mi niña bonita, el bolero que años después le cedió a su amigo íntimo, Lucho Barrios. En una fiesta organizada por los servicios de inteligencia de Pinochet para celebrar los dos años del golpe de estado, se peleó a linchacos con Michael Townley por una mujer” (Extraído de Una deconstrucción en la barra del Wanderers)

“Roque Partisano guardaba un condón con semen de la primera vez que había follado con Rita Yáñez. Lo miraba todas las noches antes de dormir mientras tarareaba un bolero de Manzanero. Habían terminado su relación hacía muchos otoños, pero Roque aún la extrañaba a rabiar. Hizo de todo para intentar olvidarla:

-Pasó una temporada en Brasil haciendo turismo sexual.

-Se alistó en los gimnasios de Claudio Spiniak.

-Se tatuó en su espalda a Óscar Ruggeri.

-Huyó con el pueblo gitano.

-Ingresó a la secta de Colliguay.

-Fue barman en los puteríos de calle Bandera.

-Intentó escribir una biografía novelada de Manuel Contreras” (Extraído de A llorar a la iglesia)

                  Los cuentos de Cotillón buscan sublevar a un lector local, conocedor de los personajes típicos de la fauna chilena de los últimos años, mediante el uso de lo burdo, lo obsceno y lo grotesco. En todos ellos vemos gente que se masturba entre citas literarias, citas políticas o datos de actualidad, y esa constante metáfora, que el autor traslada a un plano más discreto del texto, es la que hilvana el discurso. El onanismo como única acción legítima y posible en tiempos de ego exacerbado (concepto que también explora Naritelli en Interior con ceniza), tiempos en que todo parece carecer de sentido, donde no queda más que “derramarse sobre las sábanas viendo películas de la Cicciolina”, como hace Chamuca Stevenson en A llorar a la iglesia, o mirando modelos platinadas del matinal como el patético profesor de literatura desempleado en Explosión de cesantes, o como el anarquista Protonov que, dispuesto a todo, se roba el títere de Calcetín con Rombos Man para auto complacerse. Ejército de masturbadores que opera como un reflejo de nuestro villorrio literario: la híper exposición del autor por sobre la obra (que ha derivado en varias mini polémicas entre autoras burguesas el último mes) o la redundante literatura del yo que satura el catálogo de todas las editoriales nacionales. Es aquí donde se hace más nítido el cuestionamiento a un establishment que tiene a todos los autores y autoras escribiendo prácticamente el mismo libro. En el caso de este volumen no es así, para nada.

Los cuentos de Joaquín Escobar no buscan gustar ni ser políticamente correctos, ni el servilismo ese de “escribir desde donde se debe escribir”. El autor posee un estilo fresco e inconfundible que viene a ventilar un poco el panorama de las letras chilenas, y se le agradece. Son poquísimos los autores/as que se atreven a romper esa jaula, nunca me ha quedado del todo claro el por qué. ¿Pereza?, ¿miedo?, ¿escases de discursos propios?…

En Cotillón en el capitalismo tardío tanto como en Interior con ceniza podemos leer, a la luz de los acontecimientos sociales acaecidos posteriormente en Chile, un presagio de esa explosión. Es imposible pensar que ciudadanos tan opacos, desencantados y patéticos como los que pululan por ambos textos puedan sostenerse mucho tiempo en ese onanismo circular carente de sentido. Leyéndolo así podríamos decir que libros como estos facilitan la identificación de ese germen. Incluso más, que anticipan sus consecuencias.

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