JUAN VERA: TEATRO EL RIEL, LA BARRICADA CULTURAL DE LOS AÑOS 80

 

Recuerdo sus carcajadas contundentes llenando los salones de la Casa del Escritor, por allá por los años 80, cuando llevaba adelante su “Taller de reparación de letras” en jornadas intensas de trabajo textual y camaradería.

Juan Vera, un creador multifacético, actor, dramaturgo, director teatral, novelista y poeta, parapetado detrás de unos enormes bigotes, que le otorgaban una singular presencia. Desarrolló una obra diseminada en todos estos campos y a la que solo recientemente hemos tenido acceso, por lo menos en el caso de las publicaciones, ya que sus obras de teatro circularon con gran éxito por locales sindicales, poblaciones y recintos penitenciarios.

Llegó a este mundo en 1945, justo cuando la segunda Guerra Mundial terminaba. Se formó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, a la cual ingresó en 1965, cuando La Revolución en Libertad daba sus medrosos pasos; y terminó su carrera con el advenimiento de la Unidad Popular y su revolución a la chilena con vino tinto y empanadas. Adscrito al Partido Comunista, se sumó al proceso de cambios desempeñándose entre varios cargos, entre ellos el de Director del itinerante Teatro Campesino.

Con el Golpe de Estado, se ve obligado a abandonar el país cruzando la cordillera en una veloz y liviana Citroneta rumbo a la Argentina, que lo acogerá un tiempo, ya que su destino final será Inglaterra, en donde desarrolla una intensa actividad formativa, donde destacan sus estudios de dramaturgia contemporánea en el Royal National Theatre, bajo la dirección del célebre Harold Pinter, quién el año 2005 recibiría el Premio Nobel de Literatura.

Su quehacer como dramaturgo y director teatral es reconocido por la crítica, especialmente por su su obra El salitre, o como el Banco de Inglaterra ganó la Guerra del Pacífico, la que fue premiada por Arts Council y montada por la Half Moon Theatre Company en Inglaterra. Posteriormente la llevaría a las tablas en Chile en 1981, año de su retorno, fundando la compañía de teatro “El Riel”, una barricada cultural como él mismo denominaría, en esos ásperos días de dictadura.

El escritor David Hevia en su publicación literaria “Alerce”, nos señala un resumen de su diversificada obra: en 1991 su novela El Galope y el 2017 su novela póstuma: Cinco mil delfines y un túnel, referida a la fuga masiva de presos políticos desde la Cárcel Pública.

En el 2018 se estrena el documental “El Riel de Juan Vera” que da cuenta de su dilatada trayectoria y del papel de “El Riel” en toda su historia. Al respecto la actriz Ana María López, compañera de Juan y Directora del Riel, señaló: “Este fue un trabajo bien político. Como actores íbamos a las reuniones clandestinas de los sindicatos y escuchábamos lo que allí pasaba y después íbamos a las casas de esos trabajadores y veíamos como los conflictos discutidos en ese sindicato influían en la familia. Todas esas experiencias se entregaban a Juan Vera y a Mario Villatoro que trabajaba con Juan y allí decidían qué sindicato íbamos a elegir para empezar a ensayar las obras, nuestros consultores técnicos eran los mismos trabajadores. Ellos nos indicaban qué cosas querían que resaltáramos y Juan ponía la poesía… “

Juan Vera nos dejó el año 2002, sin embargo, El Teatro El Riel continuó con sus obras y estos poemas son el silbato de un tren que continúa su itinerario inexorable.

 

Los caminos húmedos y llenos de hojas

me salen al encuentro

el frío de los troncos me abraza

en lo más profundo de los líquenes.

El agua de los juncos

me lleva a las inmensidades silenciosas

a perseguir tu sombra y tu vestido

a apretarte con la tenaza de mi mano

como si fueras una fruta salvaje.

Son caminos sin luz

y mis manos se oscurecen

como el agua del estanque.

Persigo tu cuerpo por entre

vidrios pegajosos

y espero cada noche por ti en la estación.

Pero estás lejos

andas por los caminos llenos de gente

comiendo con tus compañeros de trabajo

bebiendo el vino fino de la temporada

discutiendo problemas con los tuyos.

Y dejo el bosque de líquenes

dejo la madriguera del zorro

salgo de la rama del mirlo

y voy por los caminos contigo.

 

*             *             *

 

Canto desde mi tierra avinagrada

sumergido en un barro espeso y verde.

Canto a los pájaros que hay en los árboles

a las mujeres que llevan a sus hijos entre los

pechos

a los hombres cansados

a los borrachos del día sábado.

Canto al vino, compañero ineludible

canto a la piel de las abejas y sus colmenares.

Miro trabajar al maquinista oscuro

de ojos vidriosos

lo veo conducir su tren nocturno

entre la niebla de dos ciudades.

Un viento corre entre las montañas y el mar.

Un cuento de ojos de niño se dibuja en tus

caderas.

Canto a los compañeros perdidos en los papeles

sindicales.

Sé muy bien a quién le canto

y sé, además,

a quién debo atacar.

 

*             *             *

 

Por las estepas milenarias

paseo mi cuerpo adolorido.

Tengo el olvido a flor de labios

y una ruina frente a mis ojos.

No tengo casa

solo una chaqueta suelta y sin botones.

Las calles transcurren y transitan

por sobre mi rostro endurecido.

No me quejo de los resultados

ni de los momentos que no he vivido.

Solo voy por los maltrechos caminos de mi tierra

errante de pensamientos

sin piel y sin huesos.

He descubierto mi sombra

y mi sombra es lo más vivo de mi cuerpo.

Las aguas estancadas

las bebo con deleite

y amo los árboles secos

como un recuerdo de otra vida.

Suelo también recorrer la orilla de las grandes

inundaciones

que asolan por días y noches el invierno de mi

patria

o los desiertos lugares de plazas polvorientas

donde los vientos ni la lluvia se conocen.

Recuerdo los fiordos y los pinos de mi infancia

porque han sido los momentos más felices de mi

tierra.

Recuerdo la lejanía de los hogares

y la risa de los niños antes de dormir.

Mi tierra es hoy día

una estepa seria y agujereada

por miles de aullidos surcada.

Hay mucho trabajo que hacer en ella.

Sacas las piedras

Enseñar a los pocos habitantes que quedan

cómo plantar un árbol

y aprender también nosotros a crecer juntos.

 

*             *             *

 

De pronto el fuego aparece

me rodea

asusta la cabalgadura

los sembrados fallecen de sed

y mi sombrero se escapa de los dientes.

Es la llegada del lobo

la hora en que los trenes arrastran miedos

el lugar oscuro de nuestro pensamiento.

Los cerros verdes

los copihues colgantes de humedad

los sombríos bosques de líquenes

las rosas silvestres y jugosas

los animales dóciles de las praderas,

el minero en su casa

el pan en los hornos

mi hermano en una metalúrgica

todo esto

lo recuerdo

porque tengo memoria

y no puedo borrarla.

 

*             *             *

 

me nutro con la fruta fresca y madura

beso tu piel a escasos metros de la partida

salgo a la calle polvorienta

y estaré afuera hasta muy entrada la noche.

Entonces comienzo hablando

de mis compañeros de trabajo.

Sus arquitecturas de huesos

sus impulsos eléctricos.

Voy a la maestranza de locomotoras

a buscar entre las ruedas engrasadas

bajo las grúas descomunales

sobre el pavimento recalentado.

A la hora del descanso

comparto un tomate, un ají, una cebolla

agua fresca bajo los aromos.

Se habla de problemas cotidianos

se trata de entender problemas más oceánicos

y las manos

y los ojos

el sol comiendo las rendijas subterráneas de los

motores.

Se habla de fiestas populares

de sueños, de creencias.

El trabajo continúa sin intermitencias.

A lo lejos la ciudad avanza

cuchillo en ristre

a esperar la salida del turno.

 

*             *             *

 

Vuelvo a los puntos de partida

a las calles de barro y silenciosas.

Miro por las noches las estaciones vacías

con vértigo de señales y viento en los rieles.

Abrazo los postes cubiertos de lluvia.

Beso los pavimentos helados, rutas escondidas.

Voy hacia los cerros en busca de aguas

sumergidas.

Busco en las entrañas de mi tierra

los minerales eternamente extraviados.

Veo a mis hermanos, por las calles,

desaparecidos

y mi casa bajo siete llaves encerradas.

Esta no es mi tierra

Este no es el pueblo

de mi nacimiento.

 

*             *             *

 

Vi desde la puerta de mi casa

un hombre blandiendo una tabla

un hombre dirigiendo los gritos

que venían tras la tabla.

Oí a mi madre reprender a mi padre

acerca de sus acciones pasadas

y de las futuras con el sindicato.

Tesoro de la casa,

hoy siento que no es desgracia

haber vivido con mis padres

ni haber seguido los mismos pasos

que se han dado.

Mi mujer, que no es mía,

reprende mis acciones

y es superior la olla

que abre su boca de negrura.

 

*             *             *

 

 

Horacio Eloy columna

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