HORACIO ELOY: SALVATTORI COPPOLA VUELVE CON EL OTOÑO

Hace unas semanas, bajo el permanente calor de este extraño otoño veraniego, me encontré con el escritor Max González Sáez, y la poeta Pavella Coppola, recién llegada desde Berlín. La palabra bienvenida convocó las cervezas y las viejas anécdotas. Fue llegando a mi casa y mientras observaba el silencio junto a mi gato Jack, cuando me asaltó el recuerdo de Salvattori Coppola, padre de Pavella, habitando cada espacio de la Casa del Escritor, de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH).

Salvattori apareció en este mundo el año 1934, acá en Santiago y desde muy joven hizo de la Literatura su vida y su pasión. Creador multifacético:  novelista, poeta, investigador, ensayista, académico, Doctor en Literatura por la Universidad Humbolt, dirigente gremial de los escritores y amigo con mayúscula.

En su dilatada trayectoria literaria obtuvo numerosos reconocimientos, como el Primer lugar en el Concurso Nacional de cuentos Salvador Allende con la obra “Los años de una vida”, en 1964.  En 1970 obtiene el primer lugar en novela en el Concurso Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago con su obra “El barro y sus raíces”. Salvattori publicó 25 obras, entre 1964 y 2005, de las cuales nombraré “El peso de la memoria”, “Marengo”, “Testimonial” y “Ser en el mundo”.  Salvattori al igual que la gran mayoría de los artistas e intelectuales fue un creador comprometido con su tiempo y participó activamente en el proceso de la revolución con empanadas y vino tinto, desde las filas del histórico Partido Comunista.

Sobre su figura, el escritor Volodia Teitelboim señaló: “… Para mí fue un héroe silencioso y apasionado de la tarea diaria, un sencillo y complejo modelo heroico, trabajador en el silencio, que miró gozoso las grandes victorias y sintió en lo hondo el dolor de las grandes derrotas… Sus armas fueron los libros que creaba con una pasión desbordante”.

Un 21 de octubre del 2005, Salvattori viajaba junto a su esposa a su casa en la playa, ubicada en el bello Horcón, la icónica caleta del hipperío chileno. Allá me esperaría con estrépito de tambores para celebrar la vida.  No pudo ser, el destino dijo otra cosa. Un aneurisma cerebral lo atacó en plena carretera mientras conducía su automóvil, provocando el trágico accidente que le arrebató su vida.

Le quedé debiendo la excursión al mítico “Manduka”, la picada hípica y criaturera del barrio Franklin y la cual señalaba como un invento mío. Espero encontrarlo a la vuelta de una esquina, pues Salvattori nunca ha partido, se trata de uno de “los conquistadores de las anchas alamedas de la vida” y era mi amigo.

 

 

Textos escogidos:

 

No maldigas la luz del nuevo día

 

El amor es harina

y llanto

y nacimiento

y milagro de tus manos

que descifran los códigos del agua,

que alimentan zorzales y esqueletos

que zurcen calcetines y esperanzas…

 

No maldigas a la luz del nuevo día:

 

el amor es nudo ciego, que desamarras,

y atadura con que sujetas

a la Tierra

entre tus manos.

 

*          *          *

 

El pan nuestro

 

Mi madre enciende el horno para cocer el pan.

 

Detonan los muslos de los leños

entre las llamas.

Gráciles figuras pueblan cada rincón del patio:

sombras y nietos

filigranas y juegos.

 

Canturrea la abuela

y al mismo tiempo sus manos ejecutan los secretos del oficio,

diosa que pusiera en orden

los remotos asuntos

de la creación.

 

Más tarde, el rito continúa

encima de la mesa viejísima y

ennegrecida y repleta de rajaduras y manchones de harina fiel.

 

Mi madre reparte su festín dorado,

y ni siquiera echa en el olvido

un rocío de migas tiernas, bajo el parrón,

que picotean los pájaros, golosos.

 

Hasta bien entrada la noche, en el confín de las estrellas,

nuestros niños y mi padre

alborotan junto al pan.

 

*          *          *

 

Secreto de estado

 

Esta estrella de leche para el niño

será el único privilegio en mi gobierno,

y, para los trabajadores de mi patria

este reino de cobre,

y, esta guitarra de pan

para el hambriento.

 

Bien-aventurados sean

los conquistadores

de las anchas

alamedas de la

vida!

 

*          *          *

 

LLEVO A CHILE METIDO EN LOS BOLSILLOS DEL

/ ALMA.

 

En Praga me doy un respiro y tomo asiento al borde de

/ las soleras,

 

y admiro las cúpulas de las catedrales

milenarias, cómo arañan las

nubes:

entretanto constato mi tristeza,

aunque el optimismo

derrote

a los decretos de la dictadura.

 

Si en Lima releo a Bertolt Brecht y si me interrogo de qué

/ modo

Los Incas edificaron Machu-Pichu,

mi terrestre residencia insiste

con su parrilla -eléctrica

con sus descargas en los genitales;

y sus bríos dilucidan esos orígenes

y ponen término

al interrogatorio de este anillo, inmisericorde

estrangulador

que no quiere descanso.

 

Donde sea -que mi ostracismo sea transterrado-

muerdo sabor a lo perdido,

pues quien tuvo a Chile

duele en carne propia no tenerlo.

Donde será que sea, reconozco a los invictos de mi patria,

sus torturas y desaparecimientos,

enumero nuestros castigos.

 

Soy el conservador de una especie en extinción.

 

Estas vivencias y designios

certifican mi paso por la tierra.

 

*          *          *

 

Contra-mimesis

 

nuestra infancia

constituía una entretención neutral

y amarga. soñábamos heroicidades

a cambio de un beso de la niña que habitaba la casa

vecina y por las tardes,

displicente y tirana y a la par incitadora,

permanecía acodada sobre el alféizar de la ventana

lamiendo una roja manzana confitada. eran  contra-

/ juegos callejeros,

impedidos de mimesis alguna con esa fotografía

publicada por el periódico “Neues Deutschland” de berlin:

metralletas en mano una patrulla de soldados,

y,

patriotas prisioneros a pleno sol.

hoy, estos muertos

no se yerguen de un brinco elástico: por el contrario,

/ perduran

fríos y tiesos y el pavimento de adoquines los amortaja

con su abrazo amante. antaño -cuando niños-

volvíamos a revivir nuevos lances con esas guerras de

/ mentiras,

hasta lograr que capitulara

la angurria del crepúsculo. tampoco esos versos de

/ amor, que rayáramos a través de

los muros de santiago de chile,

jamás nunca cayeron en la osadía

de suponer este racimo de manos clandestinas,

escrito en una muralla de la calle irarrázaval:

 

*          *          *

 

Sentada en un banco

en el parque del

hospital Wismut,

 

canturreando melodías fuera de época,

una anciana paciente

borda en su pañoleta

minúsculas avecillas a punto de volar, y mariposas de luces

envalentonadas por el sol y el viento

de la tarde.

Su andadura terrestre debe haberse iniciado allá por las

postrimerías

del siglo diecinueve,

trayendo consigo las fatigas y misterios de sus crónicas y

/ olvidos:

¿cuán fabulosa cantidad de cruces de cemento custodia

nuestra memoria?

 

A ratos equilibra las gafas sobre su nariz roma.

Su mirada inquisidora sigue las nubes en

movimiento hacia las montañas de Vogtland,

y, quizás descubre al argonauta don Fernando -conde de

/ Zeppelin-

cómo cruza el cielo de aquella mañana

cuando ella ponía empeño en que su hijo

diera los primeros pasos.

 

*          *          *

 

Salvador, el resucitado

 

Sus pupilas nos miraron

tan heladas y distantes

como las manos de un muerto

 

Los oscuros le habían destruido, pero él permanecía

/ con nosotros

Le crucificaron, pero él estaba con nosotros

 

Le repartieron por la tierra,

y crecía en la fuerza

de nosotros

 

Entonces, una mañana

le vimos de nuevo

caminar a través

de la patria

 

Va solemne y sencillo, como una victoria

 

*          *          *

 

Mendigos

 

Un pordiosero de barbas hirsutas

se acerca hasta la mesa y nos ruega una moneda.

Le convido un vaso con Carolina blanco,

que bebe haciendo restallar

el chasquido de sus labios viejos:

luego se aleja, solitario y lento,

acribillado por trajines y bullicios

a la hora meridiano,

mientras Sergio Macías Brevis

escribe un poema

en una servilleta de papel.

 

*          *          *

 

Honda

 

Esas manos del hijo tensan el elástico negro…

y el proyectil irrumpe en arabescos

enamorando al aire con su vuelo.

Enfrente, las tanquetas impiden la niñez.

Pero estas piedras diminutas

hacen blanco, juguetonas,

y un uniforme escapa

en busca de

resguardo.

 

Horacio Eloy columna

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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