Guatemala. Javier Payeras. “EL DETECTIVE WASHINGTON CHICAS”

washington chicas

El lugar está completamente oscuro y zumba un enjambre de moscas que rebota por las paredes. Washington Chicas y sus subalternos soportan el muy fuerte olor a descomposición que invade el cuarto del Hotel “Cielito”. Buscan la ventana  y le quitan la sábana que la cubre. Todo lenta y rutinariamente.

Encuentran:

  1. Sobre una silla y metidos dentro de una bolsa de papel, los intestinos de la víctima.
  2. Un cuerpo femenino desmembrado sobre la cama.
  3. Un graffiti en las paredes de la habitación, justo encima de la cabecera, que dice: CRISTO ES LA PIEDRA

Rutina.

El detective Chicas investiga crímenes como éste todos los días. Así que muy frecuentemente estoy escribiendo notas sobre él.  Cuando no está Atenógenes y paso por el infortunio de ir a cubrir las noticias, me encuentro al detective y sus hombres trabajando.

Me parece interesante verlo en su campo de acción. Interroga de una forma  muy ruda a los testigos, pero curiosamente deja libres a los que comúnmente serían los primeros sospechosos: niños de la calle, mareros, adictos al crack, prostitutas y ladrones de poca monta. Chicas coordina todo con mucha seguridad y tiene fama de ser estricto e intolerante.

Un personaje muy extraño, con el tiempo fui conociendo detalles de su vida que me parecieron sumamente interesantes.

Hijo de campesinos, Washington Encarnación Chicas Morales llegó  a la ciudad capital a los dieciséis años. Aquí estudió la secundaria y se graduó de bachiller en una escuela nocturna. Desde muy joven le atrajo la literatura, al punto, que ganó varios certámenes de cuento y poesía regionales. Ingresó a la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional para estudiar Filosofía. Como no encontró un trabajo que le permitiera seguir sus cursos, tuvo que interrumpir en varias ocasiones su carrera. La necesidad lo llevó a buscar un empleo mejor pagado, y el único que le ofrecía, al menos, estabilidad laboral, era el de agente de policía. Así ingresó a la Academia de la Policía. Pasó de patrullero a especialista y, por su capacidad, lo ascendieron a Detective Jefe. Entonces lo asignaron a la Sección de Criminología.  Formó un hogar con una muchacha de su pueblo que laboraba como secretaria en una de las oficinas de la Policía, y tuvieron una niña.  Pero tres años después vino un golpe muy duro para Chicas: su esposa  y su hija de dos años murieron en un accidente de tránsito, el bus donde viajaban fue a estrellarse contra un camión y mató a todos los pasajeros. El único sobreviviente fue el chofer que iba manejando borracho.

La primera vez que tuve la oportunidad de hablar con Chicas fue cuando  Orca me lo presentó en el Bar Leo. Ese día el gordo nos aburrió con uno de sus eternos monólogos, pero aproveché un momento que se levantó de la mesa, para conversar con el detective.

Era un hombre de pocas palabras. Mantenía su vaso lleno durante largo rato, para luego darle un sorbo, retenerlo en la boca y tragarlo.

Me gusta el lugar— me dijo mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa la canción que sonaba en ese momento.

  • Sí, es interesante. Los viernes se llena de gente, ya sabe, artistas y demás
  • Dice Alfonso que usted también es escritor
  • La verdad me gano la vida como redactor en un semanario. Por cierto,  a veces coincido con usted
  • Qué jodido, ¿usted cubre esas noticias?
  • A veces. De algo tengo que vivir, aquí no se sobrevive de la cultura
  • Ah, usted escribe para LA ALERTA!!
  • Yo conozco a Amílcar Pacheco, es un tipo raro. Es evangélico y le gusta andar metido en las casas de citas. Antes me pedía que le proporcionara fotos de los crímenes, pero yo no quise, entonces se enojó conmigo. Es que los periodistas fastidian las investigaciones.  Además, a él no le gustaría que le sacaran a un miembro de su familia todo hecho mierda así como los saca. Usted debería salirse de allí. Buscar trabajo en un periódico serio. Todos los que pasan por ese puesto terminan así, mire (con el dedo señala su sien)… ahí viene el gordo, apunte mi teléfono, cuando quiera lo puedo ayudar, es cinco, setecientos tres, cuarenta y dos, sesenta y uno… no, sesenta, sesenta y uno… así mero

Orca regresó con otra botella de Whisky, pero Chicas ya no quiso seguir,  se levantó y puso un par de billetes sobre la mesa.

Llámeme— me dijo antes de despedirse.

*

Todos los días del año suceden hechos de sangre. La policía dice que son crímenes perpetrados por las maras. Pero la moda de destazar gente se ha convertido en una fiebre nacional.

Por todos lados aparecen personas mutiladas. Dejan pedazos de cuerpos en las puertas de las iglesias, en los patios de las escuelas, en las bolsas de basura de los parques, en los restaurantes, en los hospitales.

A veces hasta aparecen partes que al juntarlas con otras resulta que no eran de la misma persona.

Los psiquiatras opinan que esto obedece a una conducta tribal (¿?). El Presidente dice que la culpa de todo la tiene la televisión y los antivalores que inculca en los niños. Miles de conjeturas.

Chicas le da seguimiento a casi todos los casos de este tipo. La mayoría se dan en hoteles  de crack o donde trabajan prostitutas y travestís con sus clientes, un mensaje más que  evidente: una sociedad como ésta se limpia en el basurero, o sea, donde están los marginales.

Además como muchas de las víctimas tienen tatuajes, la gente bien opina que se trata de  mareros y lo celebran. Sin embargo Chicas no está de acuerdo. Cada mes captura a veinte tipos que luego son liberados porque ya no caben en la cárcel. De esa forma, los grupos más entusiastas con la pena de muerte y la limpieza social no pierden su  popularidad.

Todas estas situaciones son olvidadas rápidamente hasta que le suceden a alguien “importante”. Eso fue exactamente lo que pasó hace unos meses atrás.  La dependiente  de un céntrico almacén de saldos  de 9.99, una mañana que llegaba a su trabajo, se encontró con una bolsa negra recostada sobre la persiana del negocio. La muchacha casi cae muerta del susto al encontrarse dentro  una mata de pelo negro y opaco que al jalarla resultó ser la cabeza de una niña.

La noticia habría pasado desapercibida de no ser por la identidad de la víctima.

Era la hija adolescente de un  empresario del transporte y financista del partido en el Gobierno. Durante semanas los diarios no soltaron la noticia del hallazgo y el Departamento de criminología de la policía asignó el caso a Chicas.

Los primeros datos que halló indicaban que la adolescente había sido vista por última vez en la discoteca Ef-X, un conocido antro donde dealers muy exclusivos proveen de drogas de diseño a los chicos de buenas familias. Descubrió que esa noche la muchacha había consumido pastillas de éxtasis y se había pasado de alcohol.  Cuando dos compañeras del colegio quisieron sacarla, Saúl el novio de una de ellas, se ofreció a llevarla hasta su casa.

Interrogar al muchacho fue de lo más difícil para Chicas. Su padre, un diputado de izquierda, lo había enviado a España y acusaba al investigador de ser un asalariado de la derecha en el Gobierno. Pero le sirvió de poco. Fue más fuerte la influencia del padre de  la víctima y extraditaron al chico.

Chicas descubrió que Saúl tenía una muy particular reputación de promiscuo y que en una ocasión había sido acusado de violar en su carro a una compañera de la universidad. Durante el proceso varios testificaron que al chico le gustaba llevar a muchachas intoxicadas a su departamento para abusar de ellas, tomarles fotos y luego enviárselas por correo electrónico a su grupo de amigos. El juez lo condenó a tres años por abuso sexual, pero  no pudo vincularlo con el  Crimen del 9.99, pues muchos coincidieron en decir que esa noche Saúl regresó a la discoteca minutos después de dejar a la víctima, aduciendo que aparentemente la hija del empresario había sido recogida por sus guardaespaldas.

De la sentencia el acusado sólo cumplió tres días, el juez le conmutó a un pago por día de prisión.

Chicas se sentía frustrado y  molesto. Intuía que Saúl decía la verdad, incluso, sospechaba que en realidad podría tratarse de un asunto político. Y lo confirmó cuando interrogó a Jerry, el dueño del billar “Los Enanos”, un conocido ajustador de cuentas por encargo.

 

 

-—¿Y ahora qué putas quiere?  -—Preguntó Jerry sin soltar la mirada de la bola  que quería enviar a la buchaca

 

—No me quiero sacar de onda. Quiero que me digás quién hizo lo del 9.99.

 

-—¿Qué?

 

—No te hagás el baboso. Ya sabés, la hija del político.

 

—Vamos por partes dijo el Destripador, ¿y yo por qué tengo que saber? (Jerry afina el pulso para darle a la bola 5)

 

—No te hagás. Yo sé que todo tarde o temprano llega a tus oídos. Además todavía me acuerdo de varias cosas, como aquello de los niños de la calle.

 

-—¿Qué niños?¿Niños? Esos pedazos de mierda no son niños, además ganan buen dinero peleando, con eso compran algo para tragar y hasta les queda para un tonel de pegamento. Y si se matan, ¿qué?, eso ni a usted le interesa. Mire, eso de que  ahora anda de achichincle de esos mierdas del Gobierno es su bronca, yo no tengo porqué ayudarlo a quedar bien. ¡Ve! Buscando a quién mató a la putita esa. Si quiere saber, si de verdad quiere saber, pregúntele a uno de esos diputados mafiosos que usted defiende. Dígale a uno de esos mareros que trabajan de correo. A mí no me venga a chingar aquí.

Chicas lo agarró fuertemente del hombro, volteándolo hacia él, lo vio a los ojos y le dijo

 

De verdad que sos una basura. ¿Cuántos años tenés? Veintitantos, y mirate, la piedra ya te quemó el cerebro. Ojalá que un día te maten todos tus pegamenteros, porque sino, yo mismo lo voy a hacer, un día que ande de mal humor.

 

Jerry titubeó al escuchar a Chicas y dejó el taco de billar sobre la mesa

 

—Usted sabe cómo son esas broncas entre políticos y narcos. Todo lo planearon desde la cárcel. Pregúntele al Saico, ese más de algo sabe.  

 

El Saico es el líder de la clica más poderosa del país. Está condenado a la pena de muerte desde hace tres años, pero no se la aplican porque, al parecer, hay “vicios en el proceso”, así que lo mantienen extremadamente vigilado en la cárcel de alta seguridad.  De unos treinta y tantos años, fornido, pelo a la rapa y con la cara y el pecho completamente tatuados. Luego de un breve interrogatorio, Saico acepta hablar con Chicas.

 

—Y yo qué gano.

Saico mantiene una mirada seca

 

—Logro que trasladen para acá a  un par de los que tenés pendientes —Le dice Chicas

 

-— (Saico piensa) Seguro fue la Trucha. Neta. Un tirín. Ya sabe. Esa mancha mueve mierda, pasan furgones de droga y de contrabando, a lo grueso. Ranflas llenas de pantalones con polvo; los dejan tirados en unas bodegas y suave allí les lavan todo lo que traen. Seguro querían ahuevar a  la competencia.

 

-—¿Y quién mató a la muchacha?

 

-—Usted si que ya ni la chinga. No agarra onda. El güey ese, el riquín, el ruco de la jaina, ese es el que pasa todo, y el topete es el jefe de la tira. Llevan droga al Seduction, allí la pesan y toda mierda, y luego la venden. La tira se llevó a la jainita, la metieron a pura verga en un cuarto, luego la Trucha le dio negra y la hicieron mierda. Un mensaje pal ruco. Agarra onda. Ese es un bisne que  sólo la mueve la tira

Cuando Chicas salió de la entrevista se dio cuenta de que ya no podía hacer más por el caso. El crimen lo había cometido la policía. Él sabía quiénes eran los comisarios implicados en el Seduction, una banda de criminales con poder político, entre los que estaba el mismo Jefe de la Policía Nacional; uno de los que más insistía en que investigara el caso. Esta vez sí se sintió molesto. No tenía sentido investigar un crimen donde la policía, el gobierno y todos  eran los culpables. Lo primero que harían sería cerrar el caso.  Ya le había sucedido muchas veces. Presentó pruebas que desaparecieron como por arte de magia. Intentó por otros caminos, incluso, los jueces parecían tener conocimiento de lo ocurrido, se atemorizaron y decidieron no intervenir. El Jefe de la Policía retiró a Chicas y le dio el caso a otro.

La prensa olvidó rápido el Crimen del 9.99 y el padre de la víctima, cuando Chicas le contó todo, bajó el perfil de su búsqueda. Con los meses hallaron más cuerpos en bolsas plásticas, algunos de varios policías y otros de algunos mareros. También el Jefe de la Policía sufrió un atentado. Digamos que Chicas estaba muy acostumbrado a este tipo de desenlaces. Un policía como él, en un país tan corrupto como éste, difícilmente puede cambiar algo; simplemente se dedica a registrar todo lo que sucede. Me pregunto, ¿qué sucede dentro de su cabeza? Es un escritor y pareciera que sólo se está preparando para escribir algo y vengarse de toda esta podredumbre social que le toca vivir día con día. Cuando tengo la suerte de coincidir con él, me invita a tomar algo y me cuenta todas estas historias. Largos relatos sobre la corrupción del medio.

Cuando pienso en los policías como Hércules Poirot o Sherlock Holmes, me hace gracia que nada hable tan bien de la cultura de un lugar como sus policías. El ideal, la razón y el orden. En la periferia,  donde siempre están los sospechosos y casi siempre se encuentran los culpables, sólo se ve la imagen lacónica de Washington Chicas, haciendo notas con su bolígrafo azul, transcribiendo algo que de inmediato lanza al basurero, como si quisiera que nadie más lo leyera.

Javier Payeras (Ciudad de Guatemala, 6 de febrero de 1974), es un poeta, novelista y ensayista centroamericano. Es uno de los intelectuales destacados que surgieron después del conflicto armado interno y forma parte de la llamada «Generación de Posguerra» que tuvo como punto de confluencia la Editorial X.

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