GIOVANNI ASTENGO. ENTREVISTA AL POETA CHILENO TOMÁS HARRIS: “ESCRIBÍ PARA SOBREVIVIR LA DICTADURA”

Entre la música de un jazz primigenio, en lo cotidiano y maravilloso, en lo gótico y el hundimiento de la casa Usher; en Ítaca, Cipango, Orompello, entre Santiago y el “mítico” Concepción; trazamos con Tomás esta aventura de conversación y vuelo.


“El mundo es ahora la casa de Usher”, escribes en tu último libro “La memoria del corazón”, ediciones UDP (2021), y pareciera que esa sentencia es la única verdad posible en un mundo cubierto con un halo de horror por la pandemia y un viejo mundo que desapareció, quizás en Concepción quedó su último hálito. En estos textos hay una apertura a lo íntimo y cotidiano, cifrando un tiempo donde la memoria, la muerte o la vergüenza son móviles que operan en tu escritura, como las recurrentes “conversaciones” con otros autores, como Edgar Poe, Elliot, Montaigne, Williams Carlos Williams, etc. Por otra parte citas al cine de terror o la pornografía ¿Cómo logras establecer estas referencias – que construyen tu mundo poético- sin que se pierdan en lo anecdotario o lo decorativo?

Quizá más que “La casa Usher” debería haber citado, de Poe, “La máscara de la muerte roja”, donde en la fiesta en la que todos se creen inmortales, se cuela la muerte por el intersticio menos pensado; es inevitable pensar en este mundo impensable, hace unos dos años los que vivimos/morimos: de ahí esas “conversaciones”, intertextualidades permanentes en mi poesía, y en mis lecturas, La memoria del Corazón es la memoria de lo perdido y lo deseado, creo, ya no lo que hay, sino que mejor hubiese sido: la memoria que fue, la memoria imposible de recobrar. Este libro más que al presente se remite a otro tiempo donde el amor primero, los descubrimientos impensables son el corazón de la luz; pero el libro es más bien gris, como el tiempo que padecemos- Sobre el cine de horror siempre ha estado como un pivote político y existencial en mis libros, en mi poesía: la literatura de terror y el cine de horror siempre tienen un sesgo político: desde el gótico romántico hasta autores más bien posmodernos como Stephen King o Clive Barker. Respecto a la pornografía es un género que desde el Marqués de Sade nos habla del cuerpo como un constructo transgresor y siempre a revisar. El placer y la muerte. Eso somos y eso seremos. Ya sea en lo barroco o en lo más cotidiano e íntimo, aparentemente.

 

 Pienso en Joe Pass, Juan Tizol o el Duke, mientras preparo estas preguntas, puesto que son jazzistas que nos unen, Pero junto a ellos se me viene un libro, que leí hace muchos años, llamado “Ítaca”, Mucho se ha escrito sobre esta ciudad que Homero mitificó en la “Odisea”, pienso en Kavafis, Kazantzakis, Joyce, etc. Hay un peligro en meterse en esta “camisa de once varas”, como diría Nicanor Parra, ¿Cómo piensas Ítaca y cómo la re-significas desde tu poesía?

Partamos por el jazz: mientras te respondo tu pregunta, escucho a King Oliver, uno de los jazzistas más primitivos, anterior a Louis Armstrong, su instrumento era la corneta. Esos viejos músicos de jazz como Kid Ory y su trombón, que había las veces del contrabajo y tocaban en los tranvías de Nueva Oreléans sobre todo en el Mardy Gras esa fiesta interminable. Hay tantas historias que contar ahí, pero me alejaría del quid de tu pregunta: en todo caso Cipango fue escrito a ritmo de jazz, desde King Oliver, pasando por los primeros grupos de Armstrong y los blues, Bessie Smith, pero sobre todo Billie Holiday y la gran canción Strange Fruit (Fruta rara, en español) de 1939, compuesta y escrita por Abel Meeropol, que habla de los linchamientos de los afroamericanos en esos años crueles, y que es una de las grandes temas de denuncia racial. A Billie Holiday curiosamente la conocí tardíamente gracias a Jaime Santamaría, que por esos años era el dueño del Cecil Bar: el Ceci Bar, era un espacio de techos altos, con ventiladores de hélice, tipo Casablanca, con una barra de madera gruesa, engastada por el tiempo y el vino, que no había perdido su potencia. En el muro del fondo del Cecil Bar –que fue por los años 50 el hall del Cecil Hotel, frente la Estación donde arribaban los trenes a Concepción-, había un mural al estilo del artista tomecino Roberto Ampuero, tipo Diego Rivera, en el que se doblegaban los cuerpos de unos obreros forestales, engrillados y encadenados, bajo el peso de los troncos de pino sobrepasando sus hombros corpulentos, y sobre el mural, había adosado un contrabajo negro en cuyo interior, cuando oscurecía, se encendía una bombilla roja y mortecina: ahí descubrí el jazz y su ritmo, el cual fue el soundtrak de Cipango junto al teclear de una máquina de escribir mecánica, a la que golpeaba con fuerza, hasta casi destruir su teclado; así escribí Cipango, con fuerza y jazz, con ira y ritmo. Años después, ya viviendo en Santiago, recordé esos años de la dictadura, y escribí Ítaca, siempre pensando en el poema de Kavafis, “La ciudad”, esa que te acompañará hasta la muerte, aunque quieras abandonarla, 0 sea que Concepción es y será, parece mi Ítaca.

Otro fetiche en tu obra es la figura del lobo, que en la historia de la filosofía, la poesía y la novela de terror, es una suerte de representación de lo humano con su parte más pulsional. Escribiste “Lobo”, y recientemente “Gesta de lobos” ¿Qué tiene el lobo a nivel simbólico que te atrae tanto, para convertirlo en literatura?

 Lobo lo escribí cuando cumplí 50 años. Y lo firmé como Thomas Harris (mi nombre “verdadero” con el que fui inscrito en el registro civil y con el cual aparezco en mi cédula de identidad). Fue un gesto gótico, creo, porque en Lobo recreé la idea de la dualidad hombre/bestia, un libro que justamente hablaba del Dopelgangler, también, tu otro funesto. Un libro muy gótico y también post apocalíptico que se alejaba de mi escritura anterior radicalmente: una búsqueda del otro como nunca antes lo había intentado: Tomás v/sr. Thomas, algo así. A mi amigo el poeta Andrés Morales le encanta, a mí no sé si tanto. Hubo un giro en ese libro de mi poesía, que continué en Gesta de lobos. Dos libros muy barrocos y complejos de leer, de los cuales me he alejado un poco, o mucho. Una escritura cercana al comic, el primero, y a lo real maravilloso, el segundo. La metáfora del lobo es fundamentalmente eso que te dije: la dualidad bestia hombre, un tópico muy propio de le literatura de terror gótica.

 

Qué te dice el nombre de Ingmar Bergman, Antonius Block y la muerte, encarnada por Bengt Ekerot en “El séptimo sello”, película desde donde reconstruyes tus “Crónicas maravillosas” (Premio Casa de las Américas, 1996) Narraciones cubiertas de una atmósfera lúgubre y donde se reemplaza la mítica jugada de ajedrez con la muerte, por una pantalla virtual ¿Cómo representas a La muerte en este libro y en tu obra en general?

Ufff. Crónicas Maravillosas, para comenzar, para mí es, como libro, un acto fallido, que es el único acto cumplido, como escribió por ahí Severo Sarduy ¿Porqué? Sin un orden específico, porque digamos fue el primer libro que escribí en Santiago y en un computador. Sin mi locus primigenio, mi Ítaca, Concepción. Sin darle duro a las teclas de una máquina de escribir mecánica. Eso implicaba dos, no sé si renuncias o, carencias. Una ciudad para caminar sus intersticios y rincones –la práctica del flaneur- y segundo cambiar el gesto del cuerpo en la escritura mecánica a una escritura digital. También porque con ese libro gané el premio Casa de las Américas, un premio que con mis amigos, cuando vivía en Concepción, era como una suerte de utopía poética, por Cuba, por estar a la altura de tantos poetas latinoamericanos de primera línea que lo habían ganado. Y la sorpresa de ganarlo. La Tere me dijo, cuando leyó el borrador, concursa, con este libro vas a ganar. Lo envié sin muchas expectativas, pero la Tere como en tantas cosas acertó: lo gané. Había ganado varios premios ya, en Chile, el Neruda, el Consejo del libro inédito –el primero- el Municipal de Santiago, etc. O sea que ganar un premio –cosa que para mí nunca ha sido algo fundamental- pero el Casa era como un sueño de poeta cachorro, ya no tan cachorro. Tenía, si mal no recuerdo, como 36 años. Un intento, creo de suicidio fallido también y otras experiencia inesperadas. Era mi primer año de empleado público en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional –como ahora es curiosamente el último porque jubilo a fines de junio. Muchas cosas juntas. Una entrevista de Cuba que respondí de manera “políticamente correcta”, para los cubanos, que me valió el orgullo del mote del “perfecto idiota latinoamericano” por Varguitas Jr. No conocía Cuba in situ ni su realidad –hablo de fines de los años 90. Eso en tanto la historia del libro. Sobre Bergman, la idea me vino de la película El séptimo sello y el poema “Ajedrez” de Waldo Rojas –a propósito de premios, la inexcusable deuda del Nacional y del que sea que le deban en Chile –y de Berman mismo. Para mí en ese tiempo –y ahora y siempre- Bergman ES EL CINE: ese otro cine, extraño, fatal, descentrado, inquietante, disfórico, totalizador, maravilloso, y abismante, es y será Bergman. Si me condenaran a una pena, digamos perpetua, en una sala de cine, con un solo director y toda su obra, sin duda, aún elegiría a Bergman. Porque me enseñó a VER cine, me mostró múltiples procedimientos cinematográficos que todavía reconozco en tantas cintas notables, y entre que enloquecería, me humanizaría aun más, me suicidaría, lloraría, pediría que termine la función, y aún así saldría transformado en otro de la caverna postplatónica al día. El libro lo escribí con el guión de El séptimo sello en mis manos. O sea copié, plagié, intertextualicé, intervine, recreé, emulé de una película, de un guión a un libro de poesía. El problema, creo, es que me excedí en la ejecución del libro. Crónicas maravillosas no sería un acto fallido si hubiese tenido un buen editor, otro par de ojos. La poesía también necesita de un editor. Guardando las distancias, un il miglior fabbro, como lo fue Pound para Eliot. Digo guardando esas enormes distancias. Y para responder finalmente tu pregunta: la muerte como una partida de ajedrez, donde la muerte sabe las jugadas de antemano porque es la muerte, o sea un jugador o jugadora omnisciente, que solo juega contigo como una suerte de diferimiento y de divertimento.

 

Cipango, sin duda ya es un libro de culto entre los lectores no sólo chilenos, si no hispanoamericanos. Un libro que reúne cuatro libros anteriores, que si bien no es en rigor un libro de viajes, yo, quizás quise verlo y leerlo de esa forma. Un viaje por Orompello, sus bares, sus prostíbulos, etc. Travesía por Argel, Tenochtitlan o una playa de Cipango; libro de mucha exigencia y rigurosidad para cualquier lector ¿Cuáles son las claves de este Cipango que reinventas en estos textos?

Cipango fue el libro que escribí para sobrevivir la dictadura; no sé si es un libro de viajes, pero está escrito como una bitácora del Descubrimiento de América, o más bien del engaño: por eso Colón y su viaje engañoso, su equívoco poético; y también como un libro que se instala en una ciudad específica (Concepción) en un tempo concreto (la dictadura de los 80). Y la marginalidad que fuimos todos en esa tesitura, de ahí los prostíbulos, los bares y sus travesías por las calles pluviosas de Concepción. Pero debo agregar que si bien Cipango es un libro más complejo en sus referencias y escritura, también, un poco en clave, habla de mi experiencia y la de mis amigos, amantes, hijos, y todos los que padecimos la dictadura y había que encontrar una forma de enunciarla. Desde la ciudad. El locus urbanoLas claves que reinvento en La memoria del corazón son quizás las mismas, pero más transparentes en su escritura, más digamos prístinas para el lector, pero el río es el mismo: el Bío bío y sus lagartos venenosos, como diría Gonzalo Rojas.

Selección de poemas

 

ZONAS DE PELIGRO

Así como largas y angostas fajas de barro
Así como largas y angostas fajas de noche
Así como largas y angostas fajas de musgo rojo
bajo la piel

Las zonas de peligro son ininteligibles. O las
prefigura un rojo disco de metal,
símbolo de un sol mohoso al fondo de una calle desmembrada
meado por los perros.

Las zonas de peligro son inevitables; te rodean
el cuerpo en silencio,
en silencio te lamen la oreja,
en secreto te revuelven el ojo,
sin el menor ruido te besan el culo
y los escasos letreros de neón ocultan su única identidad:
CAMPOS DE EXTREMINIO.

OROMPELLO I

Un disco pare es un ojo; una sangrienta córnea de latón.
Orompello es un puro símbolo echado sobre la ciudad.
Y las putas no tienen la culpa. Sólo cumplían con su deber.
El otro día nomás esperaba micro en la esquina del
baldío y oí una voz que me decía: “Ven y mira”.
Miré, y no había más que un caballo amarillo al tranco
por sobre la calle adoquinada.
Y un espejismo las putas vestidas de ropas blancas,
y un espejismo los eriazos floreciendo.
Repito, mientras esperaba micro en la esquina del baldío.
No me van a venir ahora con que Orompello es un puro símbolo
echado sobre la ciudad
y la casas siete casas con puertas de oro
y las putas siete putas vestidas con ropas blancas.

 

FENOMENOLOGÍA DEL VILLANO DE ESTOS POEMAS

Tengo sexo.
Todos los crepúsculos los ofrendo al sexo.
Mi mente es un cenicero de boîte manchado de sexo.
De cenizas amargas de sexo.
Copulo con lo que me ponen por delante.
Lo que venga de los Reinos que configuran el Cosmos:
Animal, Vegetal, Mineral, Onírico, Barro o Sal.
Tengo tanto sexo: por las calles del puerto, en las ruinas
de Palacio, en las ciénagas con las salamandras,
sexo, en los museos de mis dominios, sexo,
bajo los Caspar David Friedrich, los Giger, los Goya
y sus brujas untadas y todos los cabrones de la Landa.
Me revuelco y hozo en las brumas ocres
como el viajero en el mar de nieblas,
y los cuerpos y las rocas mutan en niebla sobre mi cuerpo.
Tengo demasiado sexo. Uf!
Por delante, por detrás, cunnilingus o
por las rendijas de la mente.
Mi glande es una Gigante Roja.
Y fumo mucho, tanto, y bebo alcohol y canto cuando
fornico sobre el dosel de nieblas de Caspar David Friedrich.
Y bebo, chupo como cochero cósmico,
como el auriga de Alfa Centauro,
el más curagüilla de todos los dioses,
y me inflo como un Zeppelín, Led Zeppelin y vuelo
Escalera al Cielo y busco al mejor de mis marranitos,
macerado en sangre,
y le paso la lengua y lo destapo
como un odre para que me inunde su sangre púrpura.
Me ducho con su sangre púrpura
y abro la boca bajo esa ducha orgánica y tibia,
y tengo la lengua pesada de sangre,
y todo mi corazón es una boca llena de sangre,
no, unas fauces acechando
en los altares de Caspar David Friedrich,
unas fauces llena de colmillos rojos de sangre y muescas
de los que he bebido, cerditos o marranitas,
me da lo mismo, porque también mamo como condenado.
Le chupo las tetas a la muerte. Uf! Glup! Dan tiritones.

 

 

***
TOMÁS HARRIS (La Serena, 1956). Es profesor de Español por la Universidad de Concepción. Ha impartido docencia de Literatura y Lenguaje en diversas universidades. Actualmente es Jefe de Ediciones Biblioteca Nacional. Algunas de sus principales publicaciones de poesía son: Zonas de peligro (1985), Diario de navegación (1986), El último viaje (1987), Cipango (1992), Noche de brujas y otros hechos de sangre (1993), Los 7 náufragos (1995), Encuentros con hombres oscuros (2006), Lobo (2007), Perdiendo la batalla del Ebr(i)o (2013), Unheimlichpoemas de amor, deseo y muerte (2019), Gesta de lobos (2019). Entre otras distinciones ha recibido el Premio del Consejo del Libro, el Premio Municipal de Poesía, el Premio Casa de las Américas, y el Premio Atenea.

 

 

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