DOMINGA Y EL APOCALIPSIS DEL ESTADO

 

Toda la narrativa post apocalíptica, que ha abundado en los últimos años, especialmente en el cine, tiene como esencia, de manera intencionada o no, el fracaso de los postulados de la Ilustración. Un ambiente distópico, que se presenta como un retorno al estado natural hobbesiano, donde los humanos supervivientes se enfrentan entre sí, los recursos son escasos y el deseo individual no mediado crea el escenario de la guerra permanente, el Homo homini lupus est («El hombre es un lobo para el hombre») se transforma en regla.

Hoy se entiende que el estado natural es una elaboración, es decir Hobbes se imaginó cómo sería el mundo sin la presencia del Estado Regulador. Un mundo dominado por deseos individuales, y claro, como los bienes son escasos, sería un ambiente de conflicto permanente, donde los más fuertes serían verdaderos depredadores. Lo que le permite a Hobbes justificar la organización en sociedad mediante un pacto, donde los individuos se someten al poder del soberano a cambio de paz y seguridad: la razón gobierna el deseo. Por eso las películas post apocalípticas son puro deseo, irracional en el caso de las bestias, y disfrazado de propósito en el caso de los/as protagonistas. El post apocalipsis es en realidad el mundo post Estado, la razón reguladora e ilustrada ha caído y las calles se desbordan de deseo.

Transitando una Pandemia que no acaba de terminar y un calentamiento global que cada día se vuelve más real y cercano, resulta más que pertinente preguntarse las razones del fracaso de la Razón. Ya en 2019, luego de nuestro propio The Walking Dead, repetimos en coro la necesidad de renovar nuestro pacto social. Sin embargo ¿Cuáles son las razones que provocan la crisis del estado moderno? Creo descifrar que una de las aristas es la intromisión del deseo en la acción estatal, es decir la comprobación de motivaciones particulares en la estructura misma del Estado. La relación entre Estado y deseantes particulares, a quienes debe regular, ha sido tan compleja que se ha tornado imposible de manejar. La respuesta hasta ahora, ha sido legalizar y normalizar aquello que debía erradicarse, como el caso del Lobby y el Financiamiento de la Política.

Todos estos pecados se asoman en la aprobación del proyecto portuario y minero Dominga, por parte de la Comisión de Evaluación Ambiental (Coeva) de Coquimbo. Se ha hablado de Lobby y de fuertes presiones, la figura del principal inversionista, Carlos Délano, condenado por delitos tributarios en caso Penta, termina de ensombrecer la decisión. Por tanto, el Estado no puede desmarcarse de un deseo impropio, un deseo que lo mancha, sobre todo, porque la decisión de dar luz al proyecto es una postura irracional, si se piensa que sólo días antes de la aprobación, el mundo entero se remeció con el informe de los expertos de Naciones Unidas, que indicaba que el calentamiento global se ha acelerado, estimándose el umbral alrededor del 2030, con consecuencias desastrosas e irreversibles como la subida del nivel del mar. Un ex ministro de Medio Ambiente calificó el proyecto Dominga de Ecocidio. Daniel Matamala, en su columna de La Tercera, nos recordó acertadamente, que en los años 50 Puchuncaví se adjudicó una Fundición de Cobre de la ENAMI, los discursos de los defensores de ese proyecto eran los mismo que se esgrimen hoy respecto a Dominga: el progreso, la creación de empleo, etc. Hoy Puchuncaví es una de las llamadas zonas de sacrificio. Sumémosle a esto, las declaraciones poco felices de un gerente de Andes Iron, Francisco Villalón, que dijo respecto al pingüino de Humboldt, que con o sin Dominga “esta especie va a desaparecer”.

El Estado, por tanto, queda del lado de lo irracional. Cuando Hobbes concibió la metáfora del Leviatán estaba pensando en un monstruo a quien todos temieran y de esa forma limitar los deseos particulares, pero el monstruo debía ser racional. El pacto sólo funciona si el Estado es capaz de garantizar paz y bienestar, pero cuando el Estado mismo aparece como deseante, o capturado por quienes desean, y es el Estado mismo quien pone en riesgo la salud, el ecosistema y la vida misma, significa que hemos retornado en parte al estado natural, que el hombre sigue siendo el lobo del hombre. Hasta podría comenzar a parecer “razonable” que grupos armados mapuche defiendan su tierra de la desforestación, ya que los depredadores y el Estado parecen confundirse. Es la razón por la que pensamos y consumimos narrativa post apocalíptica: el estado natural, que tanto temía Hobbes, comienza a parecernos razonable.

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