COLUMNA. GIOVANNI ASTENGO: LAS CIUDADES SON ACCIDENTES 

 

GIOVANNI ASTENGO LAS CIUDADES

 

“Las ciudades siempre tienden a generar dos fenómenos que se recrean en la historia como antípodas irreconciliables, por un lado, la ciudad fascina y entusiasma con sus luces, sus letreros, sus vidrieras  y por otro se la denosta y odia como el germen de todos los males de la humanidad”.

 

por Giovanni Astengo M.

 

Para Georg Trakl, poeta del ocaso, ve en el avance de las ciudades y la técnica, la decadencia y la caída de un mundo que se hunde y se pierde en los últimos matices de lo crepuscular, fenómeno similar podemos ver en Serguéi Esenin,  René—Guy Cadou  y en Rilke (En cierta etapa de su obra) Si bien la urbe genera estas dos clases de reacciones en las personas y en los artistas en general, no es menos cierto que es la temática más relevante, al menos, en hispanoamérica dentro de los poetas más jóvenes, algo tiene que atrae y al mismo tiempo repulsa, que imanta y aleja. “La ciudad te seguirá”, escribió Kavafis y a esa sentencia el citadino, no puede más que asentir, aunque cruce todos los poderosos mares, los ríos o bosques de cualquier latitud del orbe.

La ciudad es el oasis de quien busca la gama de ofertones para tener una oportunidad en la vida, por eso el sueño de la migración es y ha sido un gran problema para el poder y la vida civil, de una u otra manera se crea otra contradicción, por una parte una ciudad con inmigrantes es un lugar lleno de colores, nuevos sabores, cuadros de costumbres originales y guirnaldas, no obstante, también es un nuevo sitio para el vicio, la corrupción y las malas prácticas, por ejemplo, en la época de César Augusto, agobiado por la sobrepoblación en Roma, envío a Virgilio y a Horacio a cantar las loas y virtudes de una vida agrícola y campesina de los sitios aledaños al centro de las grandes ciudades imperiales, “Las Geórgicas”, del primero, la más conocida y comentada, sin embargo, en Chile alrededor de los años sesenta, el poeta Jorge Teillier es quien configura y teoriza un movimiento llamado lárico, que confronta una vida aldeana en contraposición al mundo de las grandes ciudades, a esta empresa suma a los poetas Rolando Cárdenas, Alfonso Calderón y Efraín Barquero entre otros. Tellier, escribe en su poema “El poeta de este mundo” “Las ciudades son accidentes que no prevalecerán a los árboles”, viendo en el “oro” de los lares, la salida a un mundo sumido en el caos existencial y físico, un mundo que busca de nuevo volver al orden original de las cosas.

“Los caballeros vuelven al oasis” *, se titula un pequeño libro del poeta chileno Julio Molina y desde este enunciado podemos configurar y sentir de nuevo la recurrencia del gran tema del viaje. Pienso en El Odiseo, en Dante, El navegante (aquel texto anónimo de raíz anglosajona) y en el mismo ya citado Kavafis, entre los más contemporáneos. Hay algo ancestral en todo este movimiento, un dínamo, una fuerza constante que nos inquieta en el lugar de origen y nos aquieta en la llamada siúticamente “segunda residencia”. Todo ser humano debiese tener una parcela y un viñedo o al menos, para los citadinos, volver al glorioso tiempo donde los barrios eran pequeñas aldeas y se constituía un sistema de intercambio de experiencias comunes o afines que se perdió definitivamente en las grandes ciudades como Santiago.

Necesitamos la ciudad, aunque nos atribule con su barbarie, pero no es menos cierto que los medios de comunicación la terminaron de demonizar; es cierto también que siempre soñamos con la idea de arrancar de ella y tomamos el equipaje como Heidegger y huímos de Berlín al paraíso de “Selva Negra”, desde donde podemos pensar y habitar el mundo desde esta vieja bipolaridad.

 

*Molina, Julio, “Los caballeros vuelven al oasis”, Colección “El viento en la llama”, 1962.

 

(Publicado originalmente en la edición impresa, aniversario número 20 de Periódico Carajo)

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