CAROZZI Y EL CIUDADANO KANE

 

La incestuosa relación, entre poder económico y Medios de masas, es lo que se encuentra en el centro de una de las mejores películas de todos los tiempos: El ciudadano Kane (1941), obra prima de Orson Welles. Trata de un multimillonario, Charles Foster Kane, que compra el periódico Inquirer, con el cual crea un imperio, que se erige a través de titulares sensacionalistas y constante transgresión de la ética periodística. Kane no busca cubrir la realidad, sino que trata de crearla, a través de la manipulación de la información. La megalomanía de Kane, lo lleva a querer convertir a su amante en Diva de la ópera, a pesar de su escaso talento musical, confiando en su poder de influencia a través de los medios. El poder del magnate Kane parece no tener límites. En una escena, el protagonista asegura: “Solo hay una persona que puede decidir lo que voy a hacer, y soy yo mismo”.

Hoy se sabe, que el personaje Kane fue inspirado en una figura real: William Randolph Hearst, magnate de la prensa amarilla norteamericana, quien llegó a poseer 28 periódicos, además de revistas, radios, empresas editoriales, etc., quien fuera el maestro de la manipulación mediática para beneficio de intereses comerciales y políticos. Uno de los episodios, que permitieron a Hearst desplegar su poder, fue la Guerra de Estados Unidos contra España. En 1898, el acorazado norteamericano Maine se había hundido en las costas cubanas, debido a una explosión fortuita. Hearst envió al dibujante Frederik Remington, quien constató que sólo se trataba de un accidente, y escribió un telegrama reportando a Hearst: “Todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver”. La respuesta de Hearst fue contundente: “Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra”. Por cierto, William Randolph Hearst hizo todo lo que estaba a su alcance para impedir la exhibición del Ciudadano Kane, y se cree que no lo logró sólo porque su poder económico se había visto mermado, luego de la Gran Depresión.

En el Chile de hoy, y en plena discusión constitucional, se ha instalado la polémica, luego que la empresa Carozzi retirara su avisaje del canal Red Televisión, por transmitir el documental La Batalla de Chile, de Patricio Guzmán. Pieza audiovisual que ha sido premiada en numerosos certámenes internacionales: Grenoble, Bruselas, Benalmádena, La Habana y Leipzig, estrenada en salas de 35 países de Europa, América, Asia y Australia. El documental, que fue calificado, en su momento, por The New York Times como “un film épico“, es un testimonio audiovisual del proceso de la Unidad Popular hasta el golpe militar de 1973.

El retiro de la publicidad de Carozzi, es la reaparición en Chile del nefasto personaje retratado magistralmente por Orson Welles, con todos sus trucos cinematográficos: picados, contrapicados, profundidad de campo, etc., lo que permite que algunos personajes de la disputa se empequeñezcan o engrandezcan, según el punto de vista. Es el viejo maridaje del poder económico y los medios de comunicación, y revela lo que como ciudadanos corrientes siempre tuvimos claro, que quienes financian la televisión a través de sus avisajes, no se contentan con saber el número de televidentes a los que les llegó tal o cual aviso comercial, sino que influyen o tratan de imponer contenidos en la pantalla. Sin embargo, algo parece haber cambiado en el establishment televisivo post estallido, donde la cobertura informativa ha aumentado, destronando incluso el antiguo formato de los matinales, lo que parece no agradarle a la fronda aristocrática chilena. Recordemos la decisión de Empresa Sutil de dejar de auspiciar CNN Chile, por la cobertura que realizaba sobre el Estallido. En dicha ocasión, Juan Sutil, llamó a otros empresarios a hacer lo propio, debido a: “la deplorable actitud de CNN y CHV en los momentos en que Chile necesitaba de un periodismo serio, objetivo y libre de sesgo político”. Actitud similar al tono patronal de Hearst diciendo: “Usted facilite las ilustraciones…”

Lo de Carozzi va en la misma dirección, alguien sentado frente al televisor molesto por lo que le muestran, con la arrogante salvedad que siente que lo que está viendo lo está financiando. Pasa por alto el rating que obtuvo la Red durante esos días, que logró vencer a TVN y que fue tendencia en redes sociales con la exhibición del documental, lo que podría leerse como una gran oportunidad para una empresa de gusto popular como Carozzi. Su ofensa es superior al posible beneficio comercial y decide dejar claro el tipo de televisión que no le gusta. Resulta altamente humillante ver a una clase trabajadora alzada creyéndose gobierno, ver que mujeres y hombres de la época defendían el proyecto de Allende trabajando más, que pese a todos los golpes de la CÍA y de la clase empresarial, seguían fieles al único presidente que se consagró a ellos hasta el sacrificio. Eso no es televisión de calidad.

La clase empresarial chilena es el magnate de la prensa amarilla, que quiere llenar el noticiario de criminalidad. No financia programas políticos, pero tampoco programas culturales o educativos. Es la clase empresarial que produjo el fenómeno de Los Bochincheros, en los 80, para venderle dulces y juguetes a niños y niñas, o Cachureos, con tanto aviso comercial al interior del programa que apenas quedaba espacio para cantar. Es William Randolph Hearst, queriendo inventar una realidad paralela, pero es también Charles Foster Kane viendo como la realidad es superior a su ego, y que llega un momento en que es imposible ocultarla. Gracias a que La Red televisión dio a conocer la decisión de Carozzi, hemos accedido a ver fragmentos de las sombras que acosan a los medios masivos. Al igual que la película Ciudadano Kane, hemos hecho caso omiso a ese cartel que decía “prohibido pasar”. Es un desafío mirar detrás de la pantalla.

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