Lina Meruane: “han fracasado casi todas las primeras versiones de mis libros”

 

Fotografía de Lorena Palavecino

Realizamos seis preguntas a la escritora chilena Lina Meruane, autora de Las Infantas, Fruta Podrida, Contra los hijos, Sangre en el ojo, Sistema Nervioso, entre otros. Ampliamente reconocida y premiada, nos cuenta acerca de su escritura, sus reflexiones sobre la enfermedad y sus nuevas inquietudes.

por Fernanda Martínez Varela

 

F: Cuando te leo noto una fuerte presencia de musicalidad, que no siempre copia al contenido, sino que veces funciona más bien como aquello que nos revela que algo pasará o que ya está pasando pero que aún no se ha dicho textualmente. Pienso en la aparición de la sangre en el ojo en tu novela, por ejemplo, o en el uso de cursivas y de palabras “bloque” en Sistema Nervioso. Entonces me pregunto sobre qué relación tienes con la música, el lenguaje oral, la performance musical del texto.

L: Parto por decirte que yo escribo en silencio –no un silencio total porque siempre he escrito en espacios urbanos donde se siente el rumor de fondo de la ciudad. Nunca escribo con música, la música, cualquiera sea, me distrae. Tu pregunta me hace pensar que tal vez es que la música exterior me impide escuchar la mía propia, la del texto que escribo, la música de las palabras. Esa música del texto no es siempre la misma pero me parece que siempre hay, como tú dices, un contrapunteo. Si tuviera que pensar cómo es esa música diría que está más cerca del jazz que de ninguna otra porque me permite desvíos y regresos, me permite toda clases de contrastes y me libera de esa cosa tan aburrida que es el correlato entre la acción contada y el ritmo –a mí me interesa mucho trabajar la tensión entre argumento y ritmo.

F: ¿Es escribir enfermar la lengua? Si así te parece, ¿cuál es la enfermedad de tu “decir”? Si fueras tú médica, ¿qué síntomas te observas?

L: Mi respuesta a esa pregunta en ningún caso puede ser universal; sólo puedo decir que yo en lo particular sí voy viendo cómo se enferma mi lengua literaria, cómo se ha ido contaminando mi castellano chileno con otros castellanos y con otros idiomas –no sólo palabras extranjeras sino construcciones impropias. Esto está muy lejos de ser una búsqueda de un castellano neutro (detesto la neutralidad, esa pureza, ¡es la muerte de la literatura!), y ha ido sucediendo en cada nuevo libro que he escrito hasta ahora. Estas contaminaciones están en el habla mixta de Las Infantas y reaparecen de otra manera en los poemas de “El cuaderno deScomposición” que escribe la protagonista de Fruta Podrida. En la puntuación alterada de Sangre en el ojo. En los cortocircuitos lingüísticos de Sistema Nervioso. Pero tú me preguntas de qué enfermedad sufre cada novela: yo no puedo ponerme en el lugar diagnóstico del médico o del crítico, eso te lo dejo a ti.

F: En tus libros la enfermedad del cuerpo está rodeada de vínculos afectivos en los cuales la enfermedad irrumpe, un cuerpo “otro”. Una fruta podrida pudre al cajón entero, pero también hay un lugar para la empatía. Si pudiésemos hablar de enfermedades vinculares, ¿Cuál es la enfermedad vincular que te preocupa? ¿Sientes que hay alguna enfermedad que nos conecta positivamente hoy en día?

L: El mal vincular por excelencia es la epidemia –la enfermedad contagiosa en todas sus formas, desde la peste negra o bubónica hasta el ébola, pasando, por supuesto, por el sida. Las llamadas “pestes” generaron siempre terror entre los sanos, estigma entre los enfermos, encierro de los moribundos, proscripción del otro sospechoso, pero a la vez generaron empatía, solidaridad y una comunidad de enfermos que se caracteriza hoy por reunirse y exigir que el Estado se haga cargo de su cuidado y de la solución de sus males. Eso ya se vislumbra en las comunidades de tuberculosos en los sanatorios (la gran novela de esa comunidad es, por supuesto, La Montaña Mágica de Thomas Mann), pero el modelo de acción de los enfermos es el activismo en torno al vih/sida a partir de los años noventa del siglo pasado: hoy hay sociedades de enfermos que se organizan para estudiar los datos médicos, entender su males, manifestarse políticamente, conseguir auspicios y fondos y exigir atención pública y privada con el fin de encontrar respuestas.

F: Pensando en la literatura como campo de creación y de denuncia, se han ido “diagnosticando” las injusticias, las inequidades y los abusos (aunque queda trecho). Podemos acceder a un conjunto de literatura bastante amplio para entender qué pasa y por qué pasa. Por eso quiero concentrarme más bien en el primer término, en la creación. Cómo es que la literatura puede aportar a una sociedad sobre la base de los cuidados mutuos, de hacernos bien y no mal. Qué desafíos observas, qué escrituras te parecen que apuntan hacia allá, qué te gustaría leer al respecto.

L: Es que hacer el bien está fuera de las posibilidades mismas de la literatura. La pregunta sobre cómo vivir mejor en sociedad es la pregunta de la política, y por extensión, de la economía y de la sociología. La literatura, pienso, se encarga de desplegar esas preguntas sobre escenarios habitados por personajes complejos. La literatura interroga esa complejidad e ilumina esa complejidad, pero no para simplificarla sino para problematizarla aún más. La literatura no nos hace mejores personas, como mucho, nos hace personas más conscientes de la complejidad del mundo.

F: ¿Has sentido discriminación de tus pares? ¿Te parece que la recepción de tu obra dentro y fuera de Chile ha recibido la misma recepción?

L: Los primeros años, la primera década fue muy difícil y la segunda tampoco fue fácil… Cuando quise publicar mi novela Fruta Podrida tuve mucha gente en contra: el evaluador de una editorial redujo mi libro al absurdo y a continuación el editor la rechazó de manera muy agresiva, en el jurado que premió esta novela hubo un miembro que se opuso a premiarla y al estar en minoría se opuso a concederle a la novela la categoría de premio unánime; y luego, cuando por fin se publicó, una librería literaria decidió no aceptar el libro y lo devolvió. Imagínate qué expectativas tenía yo cuando terminé de escribir Sangre en el ojo: cero. Fue una editorial argentina la que se entusiasmó con mi libro, la que lo mandó al premio Sor Juana Inés de la Cruz que mi novela ganó. Eso cambió las cosas para mí. Pero lo raro es que cuando se habla de mi obra en Chile, no falta quien diga que es más latinoamericana que chilena. Esto a mí siempre me suena a un modo sutil o tal vez no tan sutil, de exclusión de la literatura chilena.

F: Con la enfermedad abordas una pregunta posible de rastrear desde el mito del edén y luego a lo largo de siglos de filosofía, que es por qué tenemos que morir, por qué el cambio, por qué el dolor, etc. A lo que voy, es que es una pregunta “dura”, fundamental para el desarrollo de la filosofía y de cómo entendemos nuestra experiencia en el mundo. Ahora bien, discúlpame la imprecisión, pero en alguna otra entrevista leí que con Sistema Nervioso esperabas cerrar el tema de la enfermedad. Continúes o no, pues imagino que hay retazos que pueden quedar por explorar, qué temas “eje” te interesaría tratar en tus futuras escrituras. ¿Qué preguntas base?

L: Sobre la enfermedad, por ahora, no tengo más preguntas, pero sobre el cuerpo sí sigo teniéndolas. Me siguen interesando las biopolíticas que determinan su devenir. Antes de escribir mis novelas de la enfermedad escribí un par de libros protagonizados por la sexualidad de las niñas, y tal vez mi ensayo Viajes Virales (las lecturas que hice, lo que escribí a partir de ellas en relación al sida como epidemia asociada a la conducta sexual) hizo de puente entre esos primeros libros y las novelas enfermas. Es mi crónica-ensayo sobre la cuestión palestina, la que abre para mí otro recorrido por el cuerpo, el cuerpo militarizado, el cuerpo en el conflicto. Para allá se dirige mi próxima novela, aun cuando esa novela fracasó en su primera versión, como han fracasado casi todas las primeras versiones de mis libros.

 

***Lina Meruane. Su obra de ficción incluye la colección de relatos Las Infantas (1998) y cinco novelas: Póstuma (2000), Cercada (2000), Fruta Podrida (2007), Sangre en el Ojo (2012), publicada en 13 países y traducida a 8 lenguas, y Sistema Nervioso (2018). Entre sus libros de no ficción se cuentan el ensayo Viajes Virales (2012), la diatriba Contra los hijos (2014) y la crónica Volverse Palestina (2014), merecedora del Premio del Instituto Chileno Árabe de Cultura en 2015. Meruane ha recibido los premios literarios Calamo, Otra Mirada (España 2016), Sor Juana Inés de la Cruz (México 2012) y Anna Seghers (Alemania 2011), así como becas de escritura de la Fundación Guggenheim (2004), National Endowment for the Arts (2010), y DAAD Artists in Berlin (2017). Actualmente enseña culturas globales y escritura creativa en la Universidad de Nueva York.
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